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“Pasaré a la historia como el psiquiatra español que curó a Napoleón”

Caterina Barjau

DOCTOR en Psiquiatría por la Universidad Pontificia de Jazztel, José Antonio Alonso Floïd (Jerez, 1951) se atribuye uno de los logros terapéuticos más reseñables de la historia de la medicina: “He curado definitivamente a Napoleón Bonaparte”, asevera. Desde que el emperador de los franceses acudió a su consulta en 1999, el doctor Floïd se ha volcado en su tratamiento y no ha sido hasta el fin de la terapia que ha podido hacer público su éxito.

Cuando alguien se le sienta en el diván y le dice: “Hola, soy Napoleón Bonaparte”, ¿cómo reacciona usted? Con estupor, claro. Luego con orgullo, porque te ha elegido a ti como terapeuta, y finalmente sientes el peso de la responsabilidad.

¿Qué le pasaba a Napoleón? No entraré en detalles especializados, pero digamos que sufría delirios. Un día te venía diciendo que era Paul McCartney, luego le daba por creerse Camarón de la Isla o Nelson Mandela

¿Y seguía gobernando cuando le daban esos ataques? Un líder como él no puede pedir la baja. Bastante hacía acudiendo a mi consulta de incógnito y con ropa de calle. En la batalla de Aspern-Essling casi pierde a su ejército porque se puso a imitar a John Travolta. Recuerdo que me llamó desde el frente y le grité: “¡Eres Napoleón Bonaparte, cónsul vitalicio y emperador de los franceses, rey de Italia! ¡Vuelve en ti!”. Y cuando acabó de cantar You’re The One That I Want recuperó su identidad y la batalla acabó en tablas.

¿Le confiaba Napoleón secretos de alcoba o de Estado? Entenderá que no revele estas cosas. ¡No quiero que me corten la cabeza! Si hago pública la curación de Napoleón Bonaparte no es para salir en la prensa rosa, sino para que los franceses sepan que cuentan con un emperador sano y responsable.

En momentos tensos, ¿le amenazó? No negaré que hubo tensiones. Llevaba fatal los efectos secundarios de la medicación y hubo un tiempo en el que me culpaba a mí mismo de no haber podido vencer militarmente a los británicos porque las pastillas le impedían manejar maquinaria pesada.

¿Tuvo tentaciones de tirar la toalla? No, nunca. Incluso cuando me contaba cosas horribles, cosas que me llevaron a despreciarle incluso…

¿A qué cosas horribles se refiere? Los horrores de la guerra, cosas con las que un jerezano como yo no está acostumbrado a lidiar. Me sentía muy impotente cuando Napoleón me hablaba de su intención de restaurar la esclavitud en las colonias francesas, que estaba abolida desde 1794.

¿Cómo se sentía al saber que Napoleón valoraba sus consejos? Procuré no inmiscuirme en su trabajo, excepto cuando insistí para que saliera de Moscú. En aquella ocasión reconozco que quizá fui demasiado vehemente. “¡Vete de Moscú o perderás el control de Francia!”, le dije. Incluso recuerdo que le grité: “¡Sal de ahí, loco!”.

¡Le llamó loco! ¡Es que veía clarísimo que estaba en riesgo! No estuvo bien llamar loco a un paciente, pero fíjese que le sorprendió tanto mi salida de tono que hasta él se rio, y eso ayudó a calmar las cosas. ¡Tanto que abandonó Moscú!

¿Son amigos? En absoluto. Nuestra relación siempre ha sido profesional. Hay afecto y respeto, cómo no, pero mi labor ha terminado, afortunadamente, y así debe quedar la cosa.

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