Juan Marsé & Silvia Querini

TE acuerdas de lo de la laca de uñas de la protagonista de Caligrafía de los sueños?”. “Cuestionaste el color que le puse”. “Para mí era rojo intenso y para ti violeta, pero no podía serlo porque el violeta para uñas se impuso en los ochenta”. El duelo cromático duró hora y media, lo que suelen los encuentros entre Juan Marsé y Silvia Querini, su editora. Una justa de puntillosos que se emplazan en Barjaucasa del escritor cuando aquél anuncia nuevo libro. “Sigo escribiendo primero a mano, la versión inicial me gusta contarla artesanalmente, siguiendo el ritmo de la mano, no tengo prisa alguna”.

Y empieza el torneo poético: Querini volverá con los folios con crucecitas a lápiz (“especiales, los compro en Italia: una mitad es lápiz; la otra, goma”), marcadas dudas y sugerencias que Marsé siempre escucha. “Corregir me encanta: las correcciones son tan importantes como el primer impulso de la escritura”, fija quien masacra los folios con anotaciones a mano, sabedor ya, con 15 novelas a la espalda, de que las palabras siempre se mostrarán “marrulleras, afásicas”, metáforas de las discrepancias vitales entre el hoy “hombre domado y descreído y el muchacho indómito y febril” que fue, como lanza en su última novela, Esa puta tan distinguida (Lumen), donde un escritor ultima un guion sobre un asesino que sabe que mató pero al que le borraron el porqué. Una puta polisémica: la escritura o la memoria y el olvido. “Cuando vayas a Italia me traes uno de esos lápices”, pide Marsé. Queda tanto por borrar y tanto por escribir.