Teatro para educar en el Malí rural
Niñas bailando en un concurso de danza en Koroudougou, Malí. / Lola Hierro
Teatro para sensibilizar, teatro para educar, para explicar. Esta es la fórmula que han decidido aplicar los médicos y enfermeras de Beleko, una aldea del oeste de Malí a 200 kilómetros de Bamako, para llamar la atención de los vecinos de Koroudougou sobre la importancia de asuntos como la planificación familiar y de la necesidad de acudir al doctor cuando uno se pone enfermo. Son pueblos distintos, pero ellos dan servicio a los 36 municipios de la zona.
La función está prevista para las siete de la tarde, pero se retrasa porque los actores (médico y enfermeros) que viajaban desde Beleko sufren un pinchazo en una de las ruedas de su coche. Entre que llegan y no, los vecinos organizan un concurso de baile infantil. La fórmula, muy sencilla: dos altavoces, una mesa de mezclas, un maestro de ceremonias armado con un micrófono y un centenar de niños con ganas de salir a mover el esqueleto en la plaza del pueblo.
Ya cae la noche y el calor inclemente de esta época del año empieza a no poderse aguantar. Unas 400 personas siguen con atención el concurso en medio de la permanente polvareda que envuelve a todos. Es febrero y en una zona tan árida como esta, en pleno Sahel maliense, los árboles ya no tienen apenas hojas, la garganta, los ojos y las fosas nasales se secan, la tierra se agrieta y todo presenta una fina capa de polvo marrón: personas, animales, casas y huertos.
Dicen que los africanos tienen el ritmo metido en el cuerpo. No es una verdad científica, pero los niños de Koroudougou dan fe de ello. Crías de no más de cinco o seis años salen a la pista de la mano del maestro de ceremonias, aparentemente tímidas. Miran al suelo, de sus labios brota apenas un hilo de voz cuando les preguntan su nombre... Pero suena la música y la cosa cambia: se embelesan, se transforman, se dejan llevar totalmente por ritmos de percusión y nos dan a todos una lección de danza. ¡Qué manera de moverse, qué de músculos en acción!
Así dan las nueve de la noche y, por fin, empieza la función. Son dos obras de cuatro actos cada una. La primera trata sobre la importancia de la planificación familiar. No hay escenario: todo se desarrolla en el centro del círculo que han formado los habitantes de este pueblo: unas 400 personas a ojo de buen cubero. En la primera escena, un médico recibe a una mujer de 35 años que camina con dificultad, pues siente dolores. El doctor le pregunta cuándo fue la última vez que tuvo el periodo y ella dice que nunca ha tenido semejante cosa. El médico, sorprendido, le pregunta que si tiene hijos y ella le dice que tiene 12. ¡El problema es que siempre ha estado embarazada y por eso no conoce lo que es el ciclo menstrual!
El médico le habla de los diferentes métodos anticonceptivos: abstinencia, preservativo, píldora, parches intracutáneos, inyecciones, DIU... En este momento todo el pueblo escucha atentamente y todos reciben la información, algo muy necesario porque en Malí la media de hijos por familia es de entre seis y siete, y a la vez este es uno de los países más pobres del mundo: las familias no llegan a alimentar y mantener a todos sus retoños.
En la obra, la mujer no quiere hacer nada sin permiso del marido y ambos vuelven a la consulta. Al principio el cabeza de familia se escandaliza pero decide, después de todo, consultar con su amigo el sastre. Éste resulta ser un hombre moderno y le explica que él y su mujer sí que utilizan protección y que como solo tienen un hijo les es más fácil sacarlo adelante y pagarle su educación, entre otras cosas. Y que si tienes muchos, al final uno vive más pobre que las ratas.
Y así, el marido entra en razón y permite que su mujer decida un método anticonceptivo para no tener más hijos. ¿El problema? Que los dolores que la mujer presentaba se deben a que está embarazada de su decimotercer vástago, así que no podrá usarlo hasta que dé a luz, circunstancia que arranca las carcajadas de los asistentes.
A continuación, comienza la segunda obra, pensada para animar a la población a recurrir a su centro médico cuando se pongan enfermos. También en cuatro actos, la historia se centra en un joven que se siente muy mal y, después de ir al curandero, empeora. El humor es la clave de esta pieza: el paciente se pasa la función pegando unos alaridos tremendos, algo que provoca las risas del público constantemente. Tras muchos sufrimientos y pesares, un médico de un hospital examina al chico y le receta unas medicinas que le hacen mejorar, y el curandero queda ridiculizado.
Aunque es fundamental explicar la importancia de acudir al centro de salud para evitar muertes por enfermedades muy habituales aquí como la malaria o un parto complicado, para Sergio Adámoli, cirujano y cooperante de la ONG vasca Osalde y presente en la función, esta no es la manera pues la medicina tradicional tiene mucho peso, las creencias son muy fuertes, y no puedes burlarte una figura que es tan importante para una sociedad. No es la manera.
"Los enfermeros y el médico que han escrito la obra son chicos y chicas jóvenes que han estudiado fuera y quizá no han tenido en cuenta que cualquier sensibilización debe pasar por el respeto a las creencias de los demás", opina el cooperante. Pese a lo arriesgado del argumento, nadie parece ofendido y la obra finaliza entre fuertes aplausos del público.
Es noche cerrada, el teatro se ha acabado y hay que elegir ganador entre todos los niños que han salido a bailar durante el concurso. Los que cosecharon más aplausos vuelven a salir a escena para recordar su arte. Al final, la votación se realiza a mano alzada. La ganadora es la niña de menor edad que salió a bailar, una jovencita de apenas cuatro o cinco años que acaba su baile y sale corriendo a refugiarse entre el resto de niños.
Y así es como en el Malí más rural se pasa el tiempo libre.
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