Entre Escila y Caribdis
Antes de que se celebrara la sesión de investidura, eran conocidos el resultado y los ejes argumentales en torno a los que Rajoy e Iglesias iban a justificar sus respectivos rechazos. Faltaba el elemento que presidió sus intervenciones: el odio
Lo sucedido en el Congreso durante la investidura fallida de Pedro Sánchez parece una ilustración de la conocida fábula de Homero. La navegación política resultó del todo imposible ante la actuación conjunta de dos fuerzas de destrucción, enfrentadas entre sí pero acopladas por el objetivo común. No resulta difícil su identificación política en el presente. Escila es el acantilado, cuya pared está erizada de monstruos, y frente a él Caribdis es el torbellino que se traga los barcos rebotados por Escila.
Antes de que se celebrara la primera sesión, eran conocidos el resultado y los ejes argumentales en torno a los que Rajoy e Iglesias iban a justificar sus respectivos rechazos. Faltaba un elemento que vino a presidir ambas intervenciones: el odio. Lo señaló Felipe González al comentar el insulto que le dirigiera Iglesias: ¿de dónde sale tanto odio y tanta rabia? Para entenderlo, habría que remontarse a los orígenes del antecedente universitario de Podemos, hace diez años, nacido para “organizar la rabia”, cuyas actuaciones agresivas Pablo Iglesias presentaba como “el gesto de Antígona”. La información de este diario, en marzo de 2011, sobre el homenaje organizado a los protagonistas del episodio de la capilla, con Rita Maestre en papel estelar, confirma esa línea.
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Al igual que en otras minorías activas del nuevo siglo, la violencia antisistémica era su seña de identidad. La diferencia es que en este caso la minoría se ha convertido en movimiento político de masas. Un hábil manejo del marketing, a partir de una permanente representación teatral del líder carismático, montado sobre la plataforma de una justificada indignación, ha hecho este milagro político del cual estamos todos disfrutando.
Otra cosa es que Pablo Iglesias sea tan imaginativo como él mismo cree. Su último hallazgo, el beso en la boca entre dirigentes izquierdistas, presentado al público en el Congreso, no es más que un remake de la vieja práctica habitual entre dirigentes comunistas, que hacía aconsejable al checoeslovaco Alexander Dubcek llevar siempre por delante un ramo de flores para evitar en los recibimientos verse obligado a gustar los cálidos labios de Leónidas Breznev.
Ganar supone obtener algo como resultado de una acción. El PP no ha ganado nada el 20-D
La carga de odio expresada en sus dos intervenciones por Mariano Rajoy era menos esperada. A los suyos les gustó, pero en el fondo, fue todo un recital de impotencia argumentativa. Según le recordó Albert Rivera, fue patente que no se había leído, ni hojeado, las doscientas propuestas de reformas ofrecidas por la coalición PSOE-Ciudadanos. Con insultar y descalificar hasta la saciedad se quedó contento, sobre la base de que ha ganado las elecciones. Está visto además que los populares andan bastante reñidos con el idioma español, ya que ganar supone obtener algo como resultado de una acción. E insistimos: el PP no ha ganado nada el 20-D, aun siendo el partido más votado, y como siga así solo acabará ganando para todos los españoles una situación, no de crisis, sino catastrófica en los planos económico y político. En las palabras de Rajoy, más allá de la voluntad de aplastar a Pedro Sánchez, faltó la menor alusión a la problemática actual de España —todo se arregla con que él gobierne—, faltó la menor alusión a Cataluña, cuestión que parece carecer de importancia y que debería favorecer la voluntad de entendimiento, y, lo que es peor, faltó la menor mención de Podemos, convertido en aliado de circunstancias. Pablo Iglesias no es un problema para Rajoy; tal vez sigue fiel a su costumbre de no leer, pero lo es para España. No le inquieta lo más mínimo. Si Pedro Sánchez se ve empujado a pactar con el conglomerado podémico-independentista para que haya un Gobierno en España, Escila habrá cumplido su papel.
Más allá de las formas, y aun sin pensar en las elecciones de junio, los dos rechazos plantean gravísimos problemas de cara al futuro político. Las cegueras voluntarias de Rajoy son la expresión de un modo personalista y autoritario de ejercer el poder, que está dispuesto a imponer a fondo sobre su partido. La clave es como siempre el dontancredismo, no moverse ni preocuparse ante las críticas, por fundadas que sean, ni ante los retos que plantea una realidad política y económica cada vez más conflictiva. La carrera hacia la independencia de Cataluña puede seguir con tranquilidad: ya lo resolverá el Tribunal Constitucional. Y la corrupción, bien gracias: si algunos piensan que para gobernar con el PP este debe acabar con la montaña de mugre, están listos.
Lo importante es que la alternativa democrática ha fracasado. La cuesta abajo arrastra al propio PP, un partido conservador necesario para el país, cuya imagen en el debate se redujo a la ira de Rajoy y a las salidas extemporáneas de su jabalí particular, por usar la calificación de la Segunda República. Rajoy tiene antecedentes históricos: lo fue Cánovas que arrastró a España hacia el desastre del 98, por sostenella y no enmendalla, mereciendo la calificación de “hombre más nefasto de España” que le asignó la regente María Cristina.
Podemos ha dejado al descubierto su proyecto político, presidido por el ansia de poder
Así las cosas, gracias a la numantina defensa de su honor político por Rajoy, Podemos tiene su gran ocasión, a pesar de que en estos dos meses largos ha ido dando bandazos y, lo que es más importante, dejando al descubierto la naturaleza de su proyecto político, presidido por el ansia de poder, que trata de esconder bajo una capa bastante cursi de seducción. Y aupado también sobre la idea de que todo vale con tal de alcanzar sus objetivos. Nunca ha puesto con más claridad de relieve su principio de que lo importante no es tener razón, ahora dar un paso reformador adelante, sino ganar (y aquí ganar sí tiene pleno sentido).
A sabiendas de que Sánchez necesitaba una alianza a izquierda, su juego fue desde el principio montar una pinza: conjugar los desafíos humillantes, culminados ahora con la leyenda del beso, exigiendo de hecho todo el poder efectivo, con llamamientos no menos humillantes a una coalición que supuestamente Pedro Sánchez traicionaría de rechazarle. Ante las reformas de PSOE-Ciudadanos, descalificación sumaria, como Rajoy. Mejor que éste siga en el poder y no cambie nada. Y a continuación, a superar al PSOE en las elecciones.
En la Segunda República, Juan García Oliver definió la táctica de desestabilización de la FAI como “acunar la República”, agitarla con fuerza en uno u otro sentido hasta que cayera en sus manos. Es lo que hace P. I. para desplazar al PSOE. Hay amores que matan, y nuestro torbellino de Caribdis es uno de ellos.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
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