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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camus, el resentimiento y tentación tuitera

Odio y rabia son sinónimos, subrayan bien el tono que se ha alcanzado (o al que se ha rebajado) la conversación nacional

Juan Cruz
Pablo Iglesias, durante la sesion de investidura en el Congreso de los Diputados.
Pablo Iglesias, durante la sesion de investidura en el Congreso de los Diputados.ULY MARTÍN

Mandar un tuit es lo más fácil del mundo, lo hace cualquiera. Esa facilidad contagiosa ha llenado la conversación cibernética de lugares comunes; el efecto contagio ha sido inmediato: la misma tentación de decir lo que nos da la gana reina en las tertulias de la televisión, cada vez más proclives al desenfunde, y en los restantes medios. Total, da igual, nadie va a decir nada porque las leyes que vigilan este manejo avieso de las palabras están ordenadas por maquinarias tremebundas que nunca encuentran la salida. Ahora que ha comenzado el Parlamento a ser escenario del tertulianismo televisivo (abrazado incluso por el presidente en funciones) hemos escuchado perlas tuiteables, que además están dichas o escritas para aparecer de inmediato en la plataforma de los 140 caracteres.

De todas esas frases que se dijeron en las primeras sesiones parlamentarias la que más éxito tuvo (y éxito es el trending topic, no tiene por qué ser necesariamente afortunado, basta que se vea mucho) es la que le dedicó Pablo Iglesias a Felipe González en una de sus respuestas a Pedro Sánchez en el hemiciclo. Como eso está dicho en el Diario de Sesiones y forma parte ya de la historia parlamentaria, todo el mundo podrá ver en el futuro el tenor de ese tuit del que Iglesias no se ha bajado, más bien al contrario, porque según él volver a esa verdad es hacer historia. Una poeta aragonesa me dijo el otro día en la Almunia de doña Godina que tenía la sensación de que en el Parlamento se estaban oyendo cosas de ir para no volver; lo que no se sabe es adónde va, o dónde cree que está, Pablo Iglesias para que considere puentes históricos carreteras sin regreso. A Felipe González le preguntó una multitud de periodistas (cuando acudía a un acto de homenaje a García Márquez) qué sentía ante lo que había dicho el joven profesor que lidera Podemos. Aludió el expresidente socialista, junto a su sucesor en la secretaría general, Pedro Sánchez, al odio y la rabia con que se expresaba Iglesias.

Odio y rabia son sinónimos, subrayan bien el tono que se ha alcanzado (o al que se ha rebajado) la conversación nacional. De él somos partícipes también los periodistas, no solo los políticos; la burla, el insulto, la descalificación gratuita…, toda esa miseria verbal de la que somos capaces los humanos cuando se nos cruzan los cables y perdemos la decencia de decir habita ahora como en un erial ético la conversación también en los medios. Que ascienda al Parlamento es una bajeza que sus señorías (incluida su señoría Iglesias) tendrían que revisar.

Odio y rabia. Albert Camus decía que el sol que reinó sobre su infancia lo privó de todo resentimiento; esta España que ahora se lanza a la yugular del contrario es la de los garrotazos de Goya, la del resentimiento con el que los vencedores trataron a los vencidos de la guerra. Modestamente aconsejo a quienes tanto leen que también lean ese breve libro de Camus, El revés y el derecho, donde está esa frase humilde tan aconsejable para los tiempos del twitter parlamentario.

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