Las ventajas de las subastas “verdes’’
Resulta decisivo tener reguladores independientes que garanticen la competencia en todos los mercados, pero especialmente en el eléctrico
El pasado mes de enero el gobierno incorporo a nuestro sistema eléctrico —500 MW de energía eólica y 200 MW de biomasa—. Una buena noticia, especialmente porque llevábamos cuatro años de «moratoria verde» durante los cuales no ha habido ayudas públicas a energías renovables y la inversión en este sector ha sido prácticamente inexistente. Pero no deja de ser una notica, “perro muerde a hombre”, lo que da la vuelta al tipo de noticia y la convierte en un pequeño hito para nuestro sector energético, es que por primera vez se utilizaron las subastas para adjudicar la nueva capacidad energética “verde”, y el resultado de la subasta ha revolucionado al sector. La competencia fue inesperadamente alta, las empresas ofertaron más de 4 veces la cantidad que se subastaba y la prima a la inversión se fijó en cero!. Han leído bien. Las nuevas plantas de energías renovables que se incorporarán al mercado español deberán vender la electricidad al precio de mercado sin incentivo adicional por su inversión (aunque en el caso de la biomasa, el marco regulatorio prevé una subvención a la operación).
La subasta parece haber obrado el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Es necesario que España aumente su cuota de energías «verdes» que en la actualidad es de menos del 18% del total, y está aún lejos del compromiso adquirido de llegar al 20% para el año 2020. Pero es crucial hacerlo con el mínimo impacto sobre el coste de la energía eléctrica en nuestro país, puesto que en la actualidad es de los más altos de la Union Europea y constituye una gran amenaza para nuestra productividad.
¿Pueden ser las subastas la forma de conseguir estos dos objetivos al mismo tiempo? ¿Se ha abaratado tanto la tecnología que se puede aumentar el porcentaje de energías renovables sin incrementar el coste del sistema?. Las voces críticas advierten que este resultado tan extraordinario se debe al exceso de capacidad acumulada por la moratoria verde, que la prima cero no refleja el coste de estas energías, y siembran dudas sobre la viabilidad de los proyectos de inversión adjudicados. Hay que ser prudente y esperar a hacer una evaluación del resultado final de la subasta cuando sepamos que los proyectos de inversión que han obtenido las adjudicaciones se materializan. Pero lo que es seguro es que se producirá un debate sobre si las subastas son un buen método para seguir fijando las primas públicas a la inversión en renovables, y que surgirán voces recomendando mecanismos —menos competitivos— como el concurso o las concesiones administrativas de infausto recuerdo. Anticipando este debate, es el momento de recordar las ventajas que las subastas tienen como mecanismos de adjudicación competitivos.
Si las subastas están bien diseñadas, garantizan la eficiencia porque las empresas adjudicatarias serán aquellas que tienen un menor coste de operación, dado que este factor les permite hacer pujas más competitivas. Por el mismo argumento, las subastas incentivan la innovación y favorecen las tecnologías más eficientes.
Las subastas garantizan la transparencia, la neutralidad y la objetividad de la adjudicación
Las subastas, además, sirven para minimizar las primas. Es un objetivo plenamente legítimo que, una vez fijados los criterios de calidad del servicio y solvencia que son exigibles a las adjudicatarias, se reduzcan al máximo las primas a las energías renovables. Cuanto menores sean estas primas, mayores serán los recursos públicos con los que entre otras cosas, se podría instalar más capacidad «verde».
Finalmente, las subastas garantizan la transparencia, la neutralidad y la objetividad de la adjudicación porque las reglas se anuncian ex-ante y se trata anónimamente a las empresas. Estos criterios de no discriminación son cruciales desde un punto de vista ético —dado que hablamos de subvenciones públicas— y también ayudan a aumentar la competencia, los potenciales nuevos entrantes a un mercado suelen desconfiar de procedimientos más discrecionales. No es sorprendente que la empresa que ha resultado adjudicataria de más MWs sea un nuevo actor sin experiencia previa en el sector eléctrico.
Por todo ello, podemos parafrasear a Wniston Churchill y decir que las las subastas son el peor mercanismo para incorporar nueva capacidad “verde’ a nuestro sistema, si exceptuamos todos los demas. Pero un aviso a navegantes, existen multitud de ejemplos de subastas fallidas. No hay que mirar muy lejos: nuestra última subasta de espectro radioelectrico tuvo un resultado modesto, siendo optimista. Para que la subasta alcance los objetivos, debe reunir dos condiciones indispensables: un diseño adecuado y una competencia suficiente. La eficacia de la subasta depende de cómo se diseñan sus reglas: condiciones para pujar, criterios para ordenar las pujas, para determinar los adjudicatarios, precios de reserva, garantias de los adjudicatarios, etc… Encontrar el diseño optimo para cada situación es complejo; no existe una receta única. El diseño optimo puede variar radicalmente en función de diversos factores, como las caracteristicas del mercado, los objetivos del regulador, el bien a subastar… En esta dimensión sería recomendable que el proceso de diseño de la subasta fuera transparente y abierto a las críticas y comentarios, tanto por parte de las empresas como por los especialistas científicos en el área. Y evidentemente, el ingrediente fundamental para el éxito de la subasta es la competencia, como ha quedado de manifiesto en la subasta de enero. El diseño de la subasta puede influir mucho en la competencia –por ejemplo, suele ser crucial que el diseño no otorgue ventajas a las empresas establecidas y sea atractivo para nuevos participantes. Pero a veces, subastas con diseño muy similar dan resultados muy diferentes por la competencia que existe en el mercado subyacente. De hecho el mecanismo de fijación del precio en esta subasta de energias renovables no difirere mucho de las subastas mayoristas de electricidad, que han sido criticadas frecuentemente por ser poco competitivas. La conclusión es clara: resulta decisivo tener reguladores independientes que garanticen la competencia en todos los mercados, pero especialmente en el eléctrico. Nos jugamos nuestra productividad futura y, de paso, lo «verdes» que queramos ser, o que nos podamos permitir ser.
Juan José Ganuza Catedrático del Departamento de Economía y Empresa de la Universidad Pompeu Fabra e Investigador de FUNCAS.
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