Sabina: "Mucho me temo que Montoro sigue pisándome los talones"
El artista, que publica un libro de dibujos, nos invita a su casa y se sincera sobre sus cuitas artísticas, financieras y emocionales
Son dos pisos ubicados en un edificio cerca de la madrileña plaza de Tirso de Molina. Un tercero y un cuarto. Unidos por una escalera que estos días su propietario no puede bajar. Es el hogar de Joaquín Sabina, un lugar casi mitológico sobre el que circulan fábulas y leyendas. En las paredes no hay prácticamente un centímetro cuadrado libre. Es tan museo como casa. En un sofá del piso superior Sabina apura el enésimo Ducados de la mañana. Recibe, pero no por vanidad, sino porque estos días, convaleciente de una operación entre seria y grave, sólo está para recibir.
Son dos libros. El protagonista es una edición de lujo, Garagatos, lanzada por Artika y compuesta por dibujos y collages realizados por Sabina durante décadas en hoteles. 66 facsímiles y un desplegable de casi tres metros con 74 dibujos. Mujeres y las cosas que hacen. El secundario es un volumen que explica al primero y al autor de este. Textos de Luis García Montero, Nativel Preciado o Javier Rioyo. Amigos y las cosas que dicen. Todo se presenta dentro de una imponente caja de madera cuya portada es el dibujo que decora la puerta de la habitación donde duerme el autor. Ahora que, desde hace años, ha vuelto a dormir. “Debería pedir que le regalen uno”, dice al final de la entrevista. Le recordamos que el volumen tiene un precio de cuatro cifras. “¿Y qué?”, interpela. Y nos coloca una vez más en la disyuntiva de decidir si es un artista de la demagogia o un irresistible e inconsciente joven de 66 años.
¿Cómo se encuentra? He estado casi dos meses en cama y ando sin fuelle. Las tuberías se están desatascando.
Mucho me temo que Montoro sigue pisándome los talones y tendré que hacer otra gira
¿Cómo se vive la incertidumbre de la salud? En mi caso, en un estado de inconsciencia que roza la criminalidad. Soy poco dado a la tragedia y a pensar qué va a pasar y cómo quedará mi viuda. En cambio, sí sé que eso de las experiencias raras y sin límites no sirve para nada. No se aprende nada, excepto que uno es frágil.
¿Qué significa el libro? ¿Explica cómo es hoy su vida del mismo modo que lo haría un disco?
Es un regalo que me han hecho los editores. Jamás pensé que los garabatos hechos entre conciertos en cuadernos tuvieran valor artístico. Pero en Planeta [matriz de Artika] se calentaron, y me calentaron a mí. El libro me parece un objeto muy bonito para regalarlo a mis hijas o a mis músicos. No le doy más trascendencia. Sé que es un objeto caro, pero no encontré motivos para decir que no. Además, estábamos en plena crisis y yo tenía a Montoro pisándome los talones: tuve que decir que sí.
¿En qué momento cree un músico que su talento es transversal y puede abarcar otras formas de creación? En mi caso es lo contrario de Leonardo Da Vinci, que tenía talento para todo. Mis talentos son muy menguados y soy incapaz de llegar al final de nada. Diría que lo mío es, simplemente, dispersión.
El libro, como ha dicho, es caro. ¿Está preparado para ser criticado por ello, como hacían aquellas señoras del barrio de Salamanca que le insultaban cuando le veían salir de un restaurante bueno? Absolutamente. Si yo fuera un pintor de esos rigurosos, que no consiguen que los coleccionistas le hagan caso, o que no puede exponer en galerías, o al que jamás le comprará un cuadro el Reina Sofía, estaría armando la bayoneta para ir a cargarme a ese hijoputa que sin ningún talento y sólo con cuatro garabatos logra que le publiquen esto.
¿Esto del libro es aprovecharse una vez más de que uno es Joaquín Sabina? Supongo. Lo único que me redime es que no fue idea mía. Tengo otro argumento. Hay gente que me dice: “Siempre te veo con tías muy guapas, supongo que tendrás claro que eso sucede porque eres Sabina, no por ser guapo”. No sólo lo tengo claro, sino que estoy orgulloso, porque el que me lo dice, el cabrón, siempre es uno que tiene tías guapas porque ha nacido guapo o rico. Yo no. Yo me lo he currado.
¿Hasta qué punto la vida del hombre se complicó cuando descubrió que la mujer también podía gozar del sexo? Mire, antes había un chiste feroz y machista, pero bien construido. Decía uno: “¿Por qué las mujeres fingen el orgasmo?”. Y le contestaba otro: “Porque creen que nos importa”. Era terrible. Pero es que ha empezado a pasar lo contrario, que te miden. Creo que en todas las plazas debería haber un monolito de homenaje a la Viagra.
Cuando pasas tres días sin dormir y no sabes dónde vas a amanecer ni con quién, escribir canciones va casi con la vida. Cuando lo único que haces es ir de vez en cuando al hospital, no es tan fácil
¿Aún compone canciones? Últimamente, pocas. Pero ahora estoy componiendo porque quiero grabar un disco en dos o tres meses y me he puesto a la tarea. Aprovechando la operación…
¿En algún momento se sorprende mirando más hacia atrás que hacia adelante? Tengo memoria pero carezco de nostalgia. Odio a los nostálgicos. Lo que sí empecé a pensar a partir de los 50 es que debo darme cierta prisa si quiero dejar algo. He vivido más de lo que voy a vivir y eso te coloniza un poco la cabeza. Ya sé que es muy complicado, pero me gustaría hacer un disco sobre envejecer, aunque me parece que, si no eres Leonard Cohen, que jamás fue joven, no puedes hacerlo bien.
¿Ha pensado alguna vez cómo sería hoy de joven? No lo sé. Es que yo fui un joven bastante descerebrado. Hoy no sé si andaría cerca de los de Podemos o lejísimos, en un país en el que nadie hablara español.
¿Cree en el tópico de que hay oportunidades en las crisis, que sirven para reinventarse y tal, o piensa que las crisis son, simplemente, una mierda? Yo las veo una puta mierda. Si hay oportunidades son muy genéricas. Ese espanto de la corrupción y todos esos que han metido mano en la caja se lo van a pensar un poquito más, pero, más allá de eso, no tengo grandes esperanzas. ¿Me deja ir a por un cigarrillo? [Se levanta y se dirige a su habitación. Al cabo de un par de minutos vuelve con un paquete de Ducados, pide fuego y se queda el mechero.]
Mi caso es lo contrario de Leonardo Da Vinci, que tenía talento para todo. Mis talentos son muy menguados y soy incapaz de llegar al final
¿Tener muchos amigos ayuda a salir adelante o complica la existencia al obligar a mentir para mantenerlos? Parecerá lo contrario, pero tengo pocos amigos, aunque muy intensos. En cuanto a lo de decir la verdad, mire, ni a la mujer ni a los amigos hay que decírsela nunca. Cuando me topo con alguien que dice “yo voy de cara”, huyo de él como de la peste.
¿Se siente ya como una de esas personas a las que muchos acuden en busca de consejo? Leo todas las cartas que me escriben, pero no contesto ninguna. Lo hice alguna vez y es un peligro, hay mucha cabecita enferma por ahí, como bien saben todos los que pierden el tiempo leyendo tuits.
Usted no sólo no tiene Twitter ni Facebook, es que ni siquiera se sacó el carnet de conducir. ¿Posicionamiento vital o realidad circunstancial? Voy más allá: no tengo ni móvil. Soy un incapaz. A mí me gusta hacer lo que estoy haciendo. Si leo un libro, no quiero que suene el teléfono.
¿Arrepentirse es de cobardes o de valientes? No lo sé. Supongo que habría que arrepentirse de cosas, pero como es inútil, creo que lo mejor es sacar lecciones de lo que uno ha hecho mal. La vida no tiene vuelta atrás, es rica en experiencias. Para escribir canciones, la memoria es fundamental. No la nostalgia, que es un poco babosa.
¿Cuantas más cosas tiene uno, más complicado es crear? Claro. A todos, las canciones de Dylan que más nos gustan son las de hace 40 años. Creo que sí pesan los años. Se pierde frescura, pero se gana oficio y también eso tan terrible que es la autoexigencia. Inevitablemente, cuando la gente me dice que le gustaba más un disco mío de hace 15 años, pienso que igual no ha oído bien los nuevos, pero a la vez recuerdo que a mí también me pasa algo parecido con otros artistas. Por consiguiente, hay una parte importante de verdad en eso.
¿Qué permeabilidad tiene a las críticas? Ya sé que está de moda decir que uno no las lee y no le importan. Mire, yo sí las leo, pero no me importan. Luego, como va por etapas, los últimos tres años han decidido ponerme una coronita. Antes era un intruso, un impostor, un demagogo, un ripioso, un idiota. No veo que ahora tenga corona ni tampoco que antes fuera tan canalla. Tengo una hija que no lee a cierto escritor porque un día me puso a parir. Pues mire, a ese tipo sí lo leo y, además, me gusta mucho cómo escribe. No tengo capacidad de rencor.
¿Lo que le cabrea varía o hay clásicos inalterables? A medida que pasa el tiempo me cabrean más cosas, como la estupidez, la falta de sentido del humor, el sectarismo… Lo cotidiano molesta mucho.
¿Qué tópico le irrita más? Creo que hace mucho daño eso de la autoestima. Todos los imbéciles del mundo tienen autoestima. La gente realmente sabia que conozco no tiene la menor autoestima.
Para los periodistas siempre fue una bendición hablar con usted. Entrevistarle era como repasar el periódico. ¿Cree que ha entrado demasiado al trapo en vez de practicar más lo de “he venido a hablar de mi libro”? Es que a mí me gusta la tertulia. En ese sentido, he sido bocazas y me he topado, claro, con gente sin sentido del humor o que coge el rábano por las hojas. De eso no me arrepiento. Sí lo hago, en cambio, de haber dado demasiadas entrevistas. Ahora doy sólo un par cada dos años.
¿Cuesta motivarse o siempre hay algo que lo levanta a uno de la cama? Cuando pasas tres días sin dormir y no sabes dónde vas a amanecer ni con quién, escribir canciones va casi con la vida. Cuando lo único que haces es ir de vez en cuando al hospital, no es tan fácil. Luego empiezas a tenerle demasiado respeto al oficio que da de comer a tus hijos y permite que te lleves a tus amigos de viaje. Y eso oxida.
¿Cuántas veces se ha sentido desubicado musicalmente? Siempre. Mire, cada vez que salgo al escenario quiero salir corriendo e irme con mi mamá. No he visitado nunca un banco. Tardé en tener una cuenta porque pensaba que me iban a echar. Parece una broma, pero lo pensaba de verdad. Y cuando canto en grandes escenarios sé que ese no es mi sitio y que un día se darán cuenta y me echarán a hostias.
Su casa está llena de libros, pero se ven menos discos. Jamás he sido un erudito musical, ni he estado a la última. Soy un tipo conservador que escucha a Bob Dylan, a Leonard Cohen, a José Alfredo Jiménez, a Chavela Vargas, a Georges Brassens…
¿Cree que en algún momento de su vida ha sido usted moderno? No. En la movida, Javier Krahe y yo éramos una especie de viejos cantautores con barba nazarena, una cosa apestosa y repugnante. Al lado estaban Alaska, Parálisis Permanente y todos estos que nos miraban con cara de desprecio.
En la movida, Javier Krahe y yo éramos una especie de viejos cantautores con barba nazarena, una cosa apestosa y repugnante
¿Le preocupaba? Yo tenía curiosidad, porque jamás he sido prejuicioso con nada. Estaba dispuesto a ponerme los leotardos fucsia. Pero encontré pronto que debajo de la cáscara había muy poca cosa, como luego se ha demostrado.
Cuando se ha tenido mucho éxito, ¿se corre el riesgo de pensar que lo más importante de la propia carrera es uno mismo? ¿Se convierte uno en su única influencia creativa? No, yo me paso el día soñando. Lo que pasa es que para mi disgusto las canciones me salen muy mías. Mil veces le he dicho a un músico: “Esto debe sonar como JJ Cale”. Y luego acaba siendo una rumba. A mí me gusta mucho copiar, heredar, fijarme. Cuando voy a un concierto, esa misma noche me pongo a escribir un tema a la manera de quien he ido a ver.
¿Volverá a los escenarios? Mucho me temo que Montoro sigue pisándome los talones y tendré que hacer otra gira.
Eso no lo arregla ni un cambio de Gobierno. Si los que vienen son de izquierdas, deben subir los impuestos. Si no, no pueden cumplir sus programas. Los augures dicen que entre la bajada del petróleo, el ISIS y la crisis china se viene un cataclismo mundial.
¿Qué sentiría si se separara Cataluña? Primero, que tienen derecho. Segundo, que es un disparate en el siglo XXI, con el daño que han hecho los nacionalismos. Tercero, que seguiré yendo a Barcelona con el mismo placer de siempre. Y cuarto, que es como si un amigo queridísimo me dijera que quiere dejar de serlo. Todo esto son cosas muy personales. Serrat y Quico Pi de la Serra son de mis mejores amigos. Pero también creo que los españoles fuera de Cataluña tenemos poco que opinar de eso. Tienen que votar ellos y creo que es inevitable que lo hagan.
¿Recuerda alguna pregunta especialmente molesta? No. Pero, igual que yo tengo unos compañeros de oficio que son para ahorcarlos, usted también tiene ahí cada elemento… Eso sí, cada vez creo menos en las entrevistas. Unos las leen como si fueran la Biblia y otros las leen sólo para confirmar que soy un imbécil. Ninguna de las dos cosas me da placer.
¿Qué espera poder ver antes de irse de este mundo? Diré una cosa muy general, tópica y ghandiana: me gustaría ver un mundo sin armas. A la antigua usanza: cuando haya que pelearse, que sea a hostias.
Pensé que iba a decir ver al Atleti ganar la Champions. Es que eso lo voy a ver con toda seguridad.
Esta entrevista ha sido publicada en el número de febrero de ICON, actualmente en el quiosco.
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