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EL PULSO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cultura entre lápidas

Los camposantos se convierten, cada vez más, en espacios abiertos a los conciertos, los concursos de poesía o las jornadas gastronómicas

Vista del cementerio Hollywood Forever Cemetery, en Los Ángeles.
Vista del cementerio Hollywood Forever Cemetery, en Los Ángeles.Michael Tullberg (Getty)

Hay que reconocerlo. La novela gótica, el cine de terror y hasta Thriller, de Michael Jackson, han hecho un flaco favor a los cementerios, retratándolos como lúgubres escenarios de experiencias paranormales. Es curioso: cuando viajamos a ciudades como París o Viena, visitamos Père Lachaise o Zentralfriedhof para conocer las tumbas de Jim Morrison y Edith Piaf o las de Beethoven y los Strauss; sin embargo, casi nunca paseamos por los camposantos de nuestras ciudades y pueblos. “Nos inculcaron que la muerte es algo malo, las necrópolis se cerraron con muros y son consideradas sitios frikis donde los muertos salen de las tumbas”, afirma con ironía Jesús Pozo, director de la revista Adiós Cultural, editada por Funespaña, el mayor grupo de servicios funerarios del país.

Fuera de nuestras fronteras, las cosas se ven de distinto modo. En Centroeuropa, cuenta Pozo, en camposantos –que suelen estar abiertos– y tanatorios hay guarderías donde dejar a los niños mientras se hace el duelo. “Y en Estados Unidos no choca ver a un ejecutivo neoyorquino almorzando un sándwich en un cementerio próximo a su oficina”, añade. Por no hablar del Hollywood Forever Cemetery, donde los vivos comparten con los ilustres enterrados (entre ellos, Jayne Mansfield, Rodolfo Valentino o los hermanos Ramone) proyecciones de películas y conciertos de Lana del Rey o Lila Downs.

En España, las estrellas del espectáculo no suelen frecuentar los cementerios. Sin embargo, más allá de la festividad de Todos los Santos, en la que puntualmente se programa algún concierto de música (clásica, eso sí), visitas guiadas o representaciones de Don Juan Tenorio, cada vez más camposantos se convierten en espacios abiertos a la cultura, “con concursos de poesía, rutas teatralizadas y hasta festivales de cine”, asegura Jesús Pozo.

La oferta cultural pierde el miedo a las necrópolis con ideas que a nuestros abuelos les hubieran resultado –en algunos casos– irreverentes. ¿Por ejemplo? El camposanto de Terrassa organiza, desde hace años, el ciclo El cine y la muerte, que reflexiona sobre la pérdida de los seres queridos; el complejo funerario de San Rafael de Monturque (Córdoba), levantado sobre unas cisternas romanas, hace posible las jornadas culturales y gastronómicas Mundamortis, que hasta recrean un enterramiento del siglo I, con su posterior banquete según el recetario de un gourmet latino de la época, Marcus Gavius Apicius; el de Geloria (Torrelavega, Cantabria) recibe a los participantes de sus visitas guiadas a ritmo de jazz, mientras que el Cementerio Inglés de Málaga es a la vez un jardín en el que se organizan itinerarios botánicos.

Aunque aún nos infunde respeto consumir cultura entre lápidas, Jesús Pozo asegura que el público apuesta por ello: “Cuando a la gente le das buenas propuestas, acude. Lo que ocurre es que las instituciones locales que gestionan los camposantos lo ven complicado. Y los medios de comunicación tampoco ayudan mucho a divulgarlo”. De hecho, la mejor manera de conocer estas actividades son las redes sociales, precisa Pozo: “Hay grupos de Facebook muy activos como Apoyamos la Ruta Europea de Cementerios o Temas Funerarios. Y también, claro, nuestra revista. Todo sea para poner en valor los camposantos como museos de arte al aire libre, como jardines públicos y espacios que reúnen la historia de nuestros pueblos y ciudades”.

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