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LEÑA
Columna
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Bowie, estrella negra

En el Caribe, el británico era adorado por su música, por su familiar elegancia tropical y por la decidida negritud de sus maniobras en el pop

La noticia de su muerte, como he corroborado con muchos, ha golpeado la extraña certeza que teníamos de que no iba a morir nunca, porque de la Santísima Trinidad, Lou Reed, Iggy Pop y Bowie, este último era el Espíritu Santo. Una entidad plástica, flamígera, eterna. En el Caribe, adonde se le conoce por sus éxitos de los ochenta, David Bowie era adorado por su música, por la familiar elegancia tropical con que durante esta época engalanó algunos de sus vídeos y por la decidida negritud de sus maniobras en el pop.

Durante una entrevista de 1983 para la entonces incipiente MTV, el Thin White Duke le pregunta a su entrevistador: “¿Por qué hay tan pocos artistas negros en este canal?”. El videojockey, un chico judío de afro, se ahoga en la arena movediza de su intento de respuesta. Bowie, que al parecer lleva semanas analizando la programación, le dice que sólo ha visto vídeos de artistas negros en ese canal de madrugada.

David Bowie es parte de una larga tradición de músicos británicos blancos que han hecho suya la música afroamericana con muchísimo más inteligencia, sabor y entrega que sus colegas estadounidenses. La distancia ayuda a un artista a digerir los referentes con más facilidad y la pasión a replicarlos con genialidad, pero Bowie, además, conocía la música negra americana a fondo. En la pequeña tarima del programa Soul Train, tirando los pasitos contra el reef de la ya famosa guitarra que el caribeño Carlos Alomar compuso para Fame, Bowie canta y baila para un mar de chicos de color, como la estrella negra que es, como el hermoso papel de celofán con que cubrió el regalo que le han hecho al mundo los descendientes de esclavos a todo el planeta.

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