Ser el mejor sin ser el mejor
El jugador Pablo Amo, siempre defensa central, lidera una escuela de fútbol y valores en Australia
Decía Bernard Thévenet, dos veces ganador del Tour, que el mejor ciclista no era quien ganaba en París de amarillo, sino cualquiera que acabara el Tour, y que “el farolillo rojo” es tan grande como los tres que ocupan el podio. En cierta ocasión, a Ayrton Senna –un Leonardo del deporte, un Rimbaud de la velocidad, un dios trágico– le preguntaron quién era el corredor de coches contra el que había competido mejor en su vida y, después de pensarlo unos segundos, dijo: “Fullerton, un chaval de cuando corríamos en kart. Era el más completo que he visto nunca”. Ser el Número Uno, meta legítima de excelencia de cualquier deporte, no significa en absoluto ser el mejor de ese deporte. Lo importante es dar rienda suelta a una pasión y dominar la técnica que te hace ser dueño de esa pasión. Desde esta perspectiva, uno puede ser de los mejores de un deporte y no ganar nunca ningún título, no ser ningún number one de nada. Pero sí ser, en cambio, un maestro. Pablo Amo es uno de ellos.
Amo ha sido siempre defensa central, que es como decir un bloque, un cerrojo, un valedor de la jugada, un seguro. Y un riesgo. El concepto de riesgo se empareja al todo o nada, a la valentía, a la decisión. Al fracaso también, la cara b de lo humano. “Los futbolistas somos un estado de ánimo”, dice Pablo Amo desde Sídney, donde vive ahora, después de un largo periplo viajero de profesionalidad, conocimiento y experiencias, como en el poema Ítaca, de Cavafis. Y en Sídney, junto con otro socio, Pedro García Díaz, enseña que lo más importante es ser el mejor sin ser el mejor.
Amo ha llegado a ser un maestro en fútbol porque lo es en vida, y eso lo dan los viajes. Y las estancias. “El fútbol me ha dado todo, pero lo que más, conocer gente”, dice. Amo ha pasado por el Sporting de Gijón, por el Huelva, por el Valladolid, pero sobre todo por el Deportivo de La Coruña, donde de la mano del entrenador Miguel Ángel Lotina fue un jugador importante. “Fue una temporada muy intensa en la que acabamos a pocos puntos de Europa después de acabar últimos en la primera vuelta. La Coruña es mi ciudad y mi equipo ideal”. Luego el Zaragoza, donde las lesiones lo frenaron.
Tuvo maestros, pero del que más aprendió fue de Marcelino García, hoy entrenador del Villarreal (y, en el decir de muchos, el mejor técnico español actual). Estuvo en Grecia, donde fue feliz, y en Chipre, donde conoció la parte oscura y amarga del fútbol, las mafias, los sobornos… De todo aprendió y de lo malo salió corriendo, admirando la honestidad de tantos jugadores que hay por el mundo, con sus familias y sus bajos sueldos, que son, en sí mismos, los mejores, los mercenarios de un deporte que no tiene fronteras. “En mis viajes siempre encontré niños pegando patadas a un balón, el fútbol es un lenguaje universal que une a la gente porque el compañerismo, el trabajo en equipo, el respeto al compañero, a los contrarios y al árbitro son universales, y aporta la vitamina de la autoestima”.
Luego llegó China, en un proyecto de colaboración fascinante entre SOXNA-Fundación Real Madrid y Guangzhou Evergrande. “Allí lloré de emoción al ver que mi equipo de niños de 10 años se abrazaban a mí al ganar un torneo”. Tras rechazar una propuesta para entrenar en Singapur, se enamoró del entorno multicultural y de naturaleza de Sídney. Allí, con García Díaz, decidió abrir su escuela de fútbol y de valores. “Atendemos a las necesidades y ansiedades de los chicos y chicas de entre 10 y 18 años. Ofrecemos un asesoramiento profesional y honesto. Montamos ciclos y conferencias de fútbol, llevando allí también a los grandes de Europa para que den lecciones magistrales. Enseñamos que ser el mejor no está escrito por los demás, sino por ti mismo”. Desde luego, con Pablo Amo se aprende.
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