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MIRADOR
Columna
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Más años

La obra de Anne Wiazemsky nos muestra cómo la impostura intelectual pasa por encima del sentido común

David Trueba

Desconozco cuándo aparecerá en España la última entrega de las novelas testimoniales de Anne Wiazemsky. Su ambicioso proyecto de obras humildes y breves, que recorre cada año de su vida pasada con aires de novela de aprendizaje, arrancó en 2007 con La joven. En ese primer libro contaba su llegada al cine tras ser elegida por Robert Bresson para protagonizar la película Al azar de Baltasar cuando solo tenía 17 años. Corría el año 1966 y esa niña mimada de la burguesía, nieta del escritor católico François Mauriac, descubriría el mundo de los adultos a través de ese microcosmos infantil y caprichoso que es muchas veces el empeño artístico. Revelaba la fina línea entre lo grotesco y lo sublime, visto por los ojos sabios de una adolescente que empieza a devorar los secretos de la existencia.

La segunda entrega, aunque traducida como Año ajetreado, en el original francés hacía referencia al año de estudios que pasó en la universidad de Nanterre, inmersa en su noviazgo con el venerado director Jean-Luc Godard. La tercera entrega, aún por aparecer en nuestro país, se titula Un año después. Se ocupa de mayo de 1968 con una visión lateral de las luchas callejeras, con su pareja, Godard, reconvertido en un cineasta comprometido. A bombo y platillo, el cineasta trata de reinventarse, agarrado a un discurso político que choca con su capricho, su fácil hastío de toda causa y con gestos esclarecedores, como el de la tarde en que huyendo de las cargas policiales contra los estudiantes parisienses tropieza, se le rompen las gafas y exige un taxi de inmediato para volver a su coqueto apartamento del Barrio Latino.

El aroma de ruptura amorosa entre la joven actriz y el director sagrado, que se consumará dos años después y varias películas juntos más tarde, no está tratado con rencores sino con la mirada recuperada de aquella niña pija, sensible y con los ojos abiertos, entre soflamas de moda que le resultaban algo forzadas. Son tres libros que nos acercan la respiración veinteañera con credibilidad y ternura, donde lo íntimo cobra aún más fuerza por el contexto histórico memorable. Godard sale malparado en su futilidad política, pero el relato no elude la ternura. Lo mejor es el sincero escaparate para entender cómo la impostura intelectual pasa por encima del sentido común, las injusticias y el totalitarismo, entonces representado en el maoísmo, para fabricar un paraíso imposible sostenido en ideas ajenas a la información veraz, todo cocinado en un delirio del que te puedes bajar un día, y muchos muertos después, como uno se baja del autobús.

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