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Los pobres del oro

En Nambija, Ecuador, 1.200 personas siguen atrapadas en la fiebre de la búsqueda de este material preciado, pese al elevado riesgo de morir por aludes de tierra

Nambija es una población es flotante y sus pobres vecinos van y vienen según el trabajo que hay en las minas.
Nambija es una población es flotante y sus pobres vecinos van y vienen según el trabajo que hay en las minas.J. A. Adamuz

La montaña amenaza con derrumbarse sobre ellos en cualquier momento, pero los mineros de Nambija continúan buscando oro. Según un censo del Gobierno, 1.200 personas siguen en el lugar atrapadas por la fiebre del oro. Familias enteras que habitan un poblado amenazado por aludes de tierra como el ocurrido el día de la madre de 1993. Aquel día, según diferentes fuentes, el deslave acabó con la vida de 200 personas, muchos eran niños que se encontraban en casa. Accidentes laborales, míseras condiciones de vida y mucha violencia, convierten ésta mina en la más peligrosa de Ecuador.

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La contaminación es uno de los mayores problemas del lugar. En el centro sanitario, la doctora Rosa Magdalena del Río, una enfermera y un odontólogo, atienden a la población (medidas básicas de prevención y primeras curas, mientras que para el resto de casos los vecinos deben desplazarse al hospital más próximo, a dos horas, en Zamora). Tratan diariamente con enfermedades como la parasitosis intestinal por contaminación de agua. "Hay tubos de suministro de agua sin ningún control”, explica la médico y directora de puesto de salud. "Toman el agua que quieren sin analizar”, abunda. El agua del río Namírez está contaminada por el mercurio que se ha vertido durante décadas debido a que en la minería artesanal se muele el oro y que se ha filtrado al subsuelo. El uso indiscriminado de mercurio hace de Ecuador, según la organización Mercury Watch, el tercer país con más emisiones de todo Latinoamérica.

Rosa Magdalena del Río detalla que cada vez hay más casos de desnutrición y anemia. “¿Qué podemos esperar? Hay familias que no tienen qué comer, familias de siete personas que se sienten muy avergonzados. La gente te aborda y te dice que no han comido, no les fían en los comercios”. Otros problemas con los que se enfrentan en el centro son los embarazos de adolescentes, hasta el 50% del total, actualmente; las enfermedades respiratorias como bronquitis, “por el tiempo, por la lluvia, están todo el día lavando en aguas, y llevan a sus hijos, no los dejan en casa por miedo”, dice. Por último, la violencia que domina el ambiente en el poblado. "Los del pueblo comentan que a partir de miércoles, jueves y viernes, hay mucha violencia, disparos, en las dos discotecas que quedan aquí”.

En Nambija no existe ningún destacamento policial que evite los desmanes del alcohol y las drogas, el más próximo está a una hora por carretera sin asfaltar, en Barrio Nambirez. La doctora relata que los habitantes no creen en el sistema y no se dejan ayudar. "Dicen que la policía es corrupta. Aquí no son bienvenidos”. En el poblado, sin policía y aislado en la selva, en una zona remota de la provincia minera de Zamora Chinchipe, adonde se llega por una carretera de tierra que transcurre entre barrancos, los violentos siempre han actuado con impunidad.

¿Cómo puede ser que de aquí sale oro y los niños no tienen agua? Doctora del centro médico

Ángel Malla cuenta que “se chupaba mucho (se bebía) porque la peña (la mina) pagaba, había oro, en ese tiempo había mujeres, cinco seis cabarets llenos de mujeres”. Fue en los años 80, en plena fiebre del oro, cuando en el lugar vivían más de 10.000 personas y el oro se extraía fácilmente. Entonces, el Banco Central del Ecuador habilitó una oficina para comprar las toneladas de oro que sacaban los mineros. "Cada semana llegaba un helicóptero que aterrizaba allí arriba”, añade. Aunque la fortuna no fue para todos igual. "Algunos vendieron sus casas y todo, y no sacaron nada; otros que ni sabían leer ni escribir encontraban mucho oro”, sigue contando Ángel Malla, que llegó al poblado con 27 años y ahora tiene 61. Es el propietario del único rascacielos de Nambija, como llama con humor a una casa de madera de tres plantas construida en el desnivel del barranco y que comparte con la familia. “Aquí había tanta gente en pozos buenos que era como estar en misa en procesión, casi no se podía andar. Otros robaban, mataban, había delitos. Aquí ha muerto mucha gente, baleados, aplastados por la peña, le cogía un disparo, o asfixiados, derrumbes como el del día de la madre”.

“El riesgo es inminente”, opina la directora del centro médico. Problemas de salud, amenaza de deslaves y violencia. “Ellos no lo entienden, sus hijos están en un peligro terrible. Si se está sacando oro, esto debería ser mejor. ¿Cómo puede ser que de aquí sale oro y los niños no tienen agua?”. En el poblado no hay ningún tipo de infraestructura sanitaria, las aguas sucias corren por canalones abiertos, se mezcla con la tierra del lavado del oro y se vierten finalmente al Río Namírez.

La Agencia de Regulación y Control Minero (ARCOM) ha prohibido en varias ocasiones el uso de la dinamita —por precaución ante la amenaza de nuevos derrumbes— y el uso de mercurio para limpiar el oro. El reciente Ministerio de Minería busca tecnificar las concesiones que operan en Nambija según la política por la que el Gobierno apuesta por los grandes proyectos mineros como fuente de crecimiento económico del país. El presidente, Rafael Correa, declaró: “No podemos ser mendigos sentados en un saco de oro”. Pero, mientras una mesa de negociación constituida por delegados y representantes de concesiones mineras, y el Ministerio de Minería y Vicepresidencia, anunciaba buenas noticias y mejoras en la situación de los mineros, el poblado de Nambija seguía ( y sigue) siendo un nido de pobreza sobre toneladas de oro.

Los que quedan no quieren irse, insisten en que sólo tienen la mina y que antes muertos que fuera de ella

Los mineros están desesperados por la prohibición del uso de explosivos porque implica no poder trabajar. “Me han llegado a decir que quieren quitarse hasta la vida. Han invertido mucha plata y temen que los saquen”, explica Rosa Magdalena del Río. En la actualidad, no se encuentra el oro fácilmente. Según algunos datos que se manejan en el sector, si en la buena época sacaban 40 gramos de oro de 24 quilates por cada tonelada de piedra; hoy, con suerte, se llega a los seis gramos por tonelada de piedra trabajada. El trabajo es duro y peligroso. La mina explotada sólo con las técnicas artesanales ya no produce suficiente oro. Patricio Fajardo, que se dedica a la compra-venta de oro y que regenta un local al inicio del poblado, explica que los mineros sólo le venden uno o dos gramos de oro a la semana, a 30 dólares el gramo. "Para la comida”. Las explotaciones requieren de inversión en tecnología para extraer mayores cantidades.

José es un ecuatoriano que lleva un mes trabajando en Nambija, antes estuvo en Alemania y en España, pero la crisis le hizo volver a su país. Trabaja para una de las concesionarias mineras, pero dice que, como los artesanos, trabaja "por céntimos". "Cobro 400 dólares al mes. Entro cada día al túnel, a 400 metros de profundidad y cargo la burra (vagoneta) con el material, de ahí sacan luego el oro. Aquí no existe seguro, ni contrato, ni nada. Acabo el mes y lo dejo. Por la noche hay mucha violencia, tiroteos incluso. Allá abajo hay una discoteca por las noches; arriba, pasada la pista, un puticlub. Se lo cuento a mi novia y me dice que me vaya, que qué hago yo aquí.”

Pero no se van. Los que quedan no quieren irse, insisten en que sólo tienen la mina y que antes muertos que fuera de ella. La fiebre del oro sigue viva en Ecuador. Ellos son la prueba, los últimos mineros de Nambija, los pobres del oro. Seguirán arriesgando la vida por sólo unos pocos gramos de oro y la esperanza de encontrar una veta que les saque de la pobreza en la que viven a diario; pero en cualquier momento, mientras esperan la ayuda prometida, puede acontecer de nuevo un derrumbe que, esta vez sí, acabe por sepultar el pueblo para siempre.

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