Fiestas sin aditivos
Ha nacido todo un movimiento de 'raves' sanas donde las reglas son sencillas: no consumir ni drogas ni alcohol
En la carretera que atraviesa el pueblo mallorquín de Deià, donde toma el nombre del archiduque Luis Salvador de Austria, suenan los acordes de When The Saints Go Marching In de Louis Armstrong a toda pastilla. Se escucha también el martilleo de decenas de pies golpeando el suelo. Los primeros acordes del sirtaki de Zorba el Griego desatan gritos de euforia. Es un sábado otoñal, son las doce de la mañana, pero esto huele a fiestón.
En Sa Tanca, el centro cultural del pueblo, hay un DJ y un grupo de unas 50 personas, más mujeres que hombres, de todas las edades, niños y ancianos incluidos. Se mueven por el espacio como si no hubiera mañana. Cuerpos sudorosos en la pista de baile, música sugerente, pero falta algo: un té, dátiles y almendras sustituyen a los cubatas en la zona de avituallamiento de los bailarines.
Ha nacido todo un movimiento en torno a este tipo de fiestas sin aditivos. En esta rave sana las reglas son sencillas: no consumir ni drogas ni alcohol. No hay ni conceptos místicos ni más dirección que el flow de un grupo de gente bailando que se permiten, si es necesario, hacer el ridículo. Todo ello sin estar colocado y en horario matutino (e infantil).
No hay ni conceptos místicos ni más dirección que el flow de un grupo de gente bailando que se permiten, si es necesario, hacer el ridículo
En todo el mundo, ciudades como Montevideo, Londres o Barcelona acogen este tipo de raves, asegura Llewelyn Graves, el DJ impulsor de este encuentro que se celebra cada sábado en Deià. Nieto del escritor Robert Graves y con un aspecto que recuerda a Finn y Jake, los protagonistas de la serie de dibujos animados Hora de aventuras, cuenta que, una vez acabada la sesión, prepara la comida que ha traído cocinada y que comparten todos los participantes después de la sesión. La fiesta ha sido bautizada como Wake Up Dance.
“Aquí la cabeza no es la protagonista, sino el cuerpo y el movimiento. Es el lenguaje de los niños, y me encanta que mis hijos puedan ver cómo me divierto bailando. A ellos les parece tan normal”, explica Marianita, una joven madre que suele acudir habitualmente con sus mellizos, Bruno y África, de ocho años.
Graves, también conocido como Nin Petit, tenía muchas horas de vuelo en el circuito de DJ de la noche alternativa mallorquina. Pero, dice, se cansó de observar el círculo vicioso de la marcha. Beber para bailar. Bailar para ligar. Ligar para sentir. Drogarse para sentir más. Y así sucesivamente. Un ritual moderno que suele conducir, en el mejor de los casos, a una insoportable resaca. “Es el caro precio a pagar por provocar la difícil desinhibición”, apostilla.
“Romper la relación creada entre la fiesta, el alcohol y las drogas” fue lo que llevó a este joven DJ a, literalmente, cambiar de acera. Dejó de pinchar en las fiestas nocturnas de Sa Fonda y cruzó la calle para instalar la Wake Up Dance.
Objetivo cumplido. Sábado a sábado, la cita se ha consolidado como un espacio para salir de fiesta de una forma sana. Y ya se ha corrido la voz entre aquellos que quieren darse el placer de disfrutar y bailar sin remordimientos ni resacas.
elpaissemanal@elpais.es
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