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Navegar al desvío
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tramo libre de muerte

Al igual que el pez, los humanos muerden el anzuelo al creer haber conseguido algo que el pescador quita cuando quiere

Manuel Rivas

La belleza es peligrosa. Por si tenía alguna duda, es ella, la belleza, la que me ha hecho caer y rodar por un peñasco hasta el límite del precipicio. Íbamos orillando hacia las fuentes del Ulla, fascinados por esa vanguardia clásica incesante que es un río, la coral sublime y el parloteo humilde en el surco de un disco de pizarra y de piedra. Los rescoldos de luz que sujetan las últimas hojas. De repente, un mirlo compromete toda la montaña con el sonido de un instrumento imposible.

Está un poco borracho, me explica un amigo del camino. Se pone estupendo con los frutos rojizos del madroño. Así que un pájaro ebrio es capaz de detener el avance del invierno. Mientras tanto, un humano excursionista, ese que soy yo, hechizado por la orquesta de la naturaleza, que contiene todas las músicas, desde la Polymorphia fluvial de Penderecki al free jazz del mirlo Charlie Parker, descuida donde pisa, resbala en el musgo y cae como un bulto.

Sí, la belleza es peligrosa. Está más próxima a lo salvaje que a lo apacible

Sí, la belleza es peligrosa. Está más próxima a lo salvaje que a lo apacible y confortable. Retomamos el camino y buscamos un sendero para esquivar las rocas más resbaladizas. Ahora es la curiosidad de las curvas lo que nos atrapa. Lo que nos espera detrás de las curvas. Nos atrae la claridad, pero todavía más la sombra del misterio. Las curvas enigmatizan. Eso es algo que está en los cuadros de Cézanne, y que él aprendió de la naturaleza: lo que vemos pintado nos interesa como una imaginación de lo que se oculta.

Y a la vuelta de una curva, aparece un poblado de amanitas como nunca las habíamos visto. Demasiado grandes, demasiado bellas, demasiado venenosas. Sabemos que el colorido de estas setas es a la vez un aviso y un reclamo. En la naturaleza abundan los engaños, las trampas, los simulacros. Tanto para atacar como para defenderse. En este sentido, la imaginación de la naturaleza no es tan diferente de la imaginación humana. La desgracia de la actuación humana es la ruptura de la escala, la destrucción del escenario. Hay humanos deleznables como ese dentista estadounidense que se fue a África a asesinar al más grande de los leones. Pero es el mesianismo industrial, la explotación ilimitada de la naturaleza, lo que lleva a un destrozo irreparable: un malestar global.

Donde están bien los animales, se sienten bien los humanos. Pero donde están bien los humanos, no siempre, ¿o casi nunca?, están bien los animales. En estas circunstancias, sería fantástico un humor de la naturaleza. Pensar que el mirlo canta de risa después de verme resbalar. Y que las amanitas son duendes queer, pícaros y provocadores del bosque que han salido a nuestro encuentro para burlarse.

Poco más adelante, aparece en la vera del río un letrero con la leyenda: Tramo libre de muerte. Es una chapa oficial, semejante a las que indican zonas vedadas. Nos quedamos perplejos, sin habla, ante el versículo administrativo. Alguien comenta, al fin, que es un buen título para un libro. Pero ¿qué significa? Y el amigo más entendido de la expedición nos desvela el mensaje: “En esta parte está permitida la pesca, pero tienes que devolver las truchas al río”.

Donde están bien los animales, se sienten bien los humanos

Siento una perturbación que me duele en la boca como el desgarro que deja un anzuelo. Aquello que sonaba a civilización, Tramo libre de muerte, retumba ahora en nuestro silencio como una señal de barbarie. Los peces no la van a leer. Tal vez somos nosotros los verdaderos destinatarios, no como pescadores, sino como peces.

Las señales, sobre todo las de prohibición, tienen una fuerte carga metafórica. Acabo de ver una de ambiente navideño que dice: Prohibido el paso, excepto Reyes Magos. Y otra muy contundente en el pasillo de un hospital: No hay salida. Pero esta del río no se me va de la cabeza. Esa imagen del pez que muerde feliz el anzuelo, que es atrapado y arrastrado por un poder que no controla, que siente la angustia de ser izado en el aire, y que es liberado, de favor, con la herida en la boca.

La vida se parece mucho, demasiado, a ese Tramo libre de muerte. ¿Cuántas veces hemos mordido el anzuelo? ¿Cuántas veces hemos pensado que el cebo era un descubrimiento propio, una propiedad que llevarse a la boca? ¿Cuántas veces hemos visto esa humillación de hacerle creer a la gente que lo que se ha conseguido con lucha y esfuerzo colectivo es una especie de favor, que se da y se quita como un anzuelo?

Y llegamos al final del trayecto. Ojalá algún día puedan votar también los peces, las amanitas y el mirlo.

elpaissemanal@elpais.es

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