Un futuro robótico que ni cabe imaginar
Toda tecnología tiene un doble filo: puede usarse para aliviar el sufrimiento humano o para intensificarlo
Desde Terminator hasta el supercomputador concebido por Isaac Asimov —que tarda 10.000 millones de años en resolver el problema de la entropía y al final dice “Hágase la luz”—, los escritores de ciencia ficción han derrochado talento para imaginar los negros futuros que nos puede deparar la inteligencia de las máquinas. Ejércitos de arañas robóticas rastreando hasta el último refugio de una ciudad sitiada, drones que deciden por su cuenta cuál será su próxima escabechina, robots soldados y robots generales, robots candidatos y robots votantes que se hacen con el desgobierno de todos los futuros horribles que cabe pensar. Y los peores de todos son los que ni siquiera podemos imaginar, triste pulpa de carne y neuronas como estamos condenados a ser por los tiempos de los tiempos.
Pero, como suele ocurrir, el futuro ya está aquí. El desarrollo de la inteligencia artificial resulta verdaderamente sobrecogedor en nuestros tiempos. El último es un algoritmo, o un modelo computacional, capaz de aprender nuevos conceptos a partir de uno o unos pocos ejemplos reales, una habilidad que hasta ahora nos estaba reservada a nosotros, los pensadores biológicos. El sistema se ha probado con un caso muy concreto, el del aprendizaje de la escritura manual en 50 lenguajes, incluido el sánscrito, el gujarati, el glagolítico y hasta algunos recién inventados por los científicos. Pero el concepto es aplicable a casi cualquier otra cosa, como aprender un paso de baile, manejar un nuevo artilugio electrónico o enfrentarse creativamente a una clase imprevista de problemas. Un comportamiento al que rara vez tildamos de “robótico”, pero que los robots manejarán pronto con soltura.
El ingeniero y neurocientífico Jeff Hawkins citaba hace 10 años una alegoría, o experimento mental sobre la conducción automática, que viene ahora muy al caso. Imaginemos un coche automático que está a punto de adelantar a otro conducido por un humano cuando, de repente, el de delante enciende el intermitente izquierdo. Con la tecnología actual, no supone un gran problema que el coche automático vea el intermitente, interprete que el coche de delante va a doblar a la izquierda y aborte su plan de adelantamiento. Lo que no está al alcance de la inteligencia artificial actual, decía Hawking, es que, cinco minutos después, el coche automático se dé cuenta de que al humano de delante se le ha olvidado apagar el intermitente, y que hace mucho que renunció a doblar a la izquierda. Esa clase de inspiración ajá era hasta ahora patrimonio humano. Pero es obvio que esto está a punto de cambiar.
¿Miedo? Es fácil sentirlo ante cualquier avance científico o tecnológico y, en este caso, la ciencia ficción ha contribuido a atizarlo. Pero no olvidemos que, desde la invención del hacha de piedra, toda tecnología tiene un doble filo: puede usarse para aliviar el sufrimiento humano o para intensificarlo. Los robots están entre nosotros para quedarse, y pronto empezarán a pensar por su cuenta. Intentemos que lo hagan bien.
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