La hermandad del refugio
Qué razón tenía Flaubert al escribir su ‘Estupidiario’, en el que recopiló muchas de las imbecilidades que soltamos la mayoría de los seres humanos
A menudo paso por delante de la larguísima cola que se forma a la puerta de la iglesia de San Antonio de los Alemanes, donde cada día ofrecen una comida caliente a todo aquel que la necesite. Está muy cerca de casa, por lo que veo esas tristes aglomeraciones con demasiada frecuencia. Y hay algo que siempre me llama la atención. En la larga cola prácticamente sólo hay hombres. ¿Es que ellos padecen más trastornos mentales, tan graves que no pueden llevar una vida normal? ¿O tal vez son ellos los que salen económicamente más perjudicados en la mayor parte de las separaciones y divorcios? ¿Por qué hay tantos excluidos?
Cuando oigo decir que las mujeres en nuestra sociedad estamos dominadas por los hombres, así, como un todo, pienso en la cola que crece y crece cada día delante de San Antonio de los Alemanes y siento una enorme tristeza. Tristeza por todas esas personas. Y tristeza porque no seamos capaces de ser menos injustos los unos con los otros. De hablar sin generalizar, sin poner etiquetas al que nos parece que no es de los nuestros, cuando todos lo son, pues todos sufrimos y todos moriremos. Después veo a las mujeres que, apoyadas en cualquier esquina, ejercen la prostitución en mi barrio. Tanto si hace un calor insoportable como un frío del carajo. Y se me cae el alma a los pies. Por ellas. Y porque aún hay quien tiene los huevos de decir que lo hacen por vicio.
Qué razón tenía Flaubert al escribir su Estupidiario, en el que recopiló muchas de las imbecilidades que soltamos la mayoría de los seres humanos por la boca casi cada vez que la abrimos. Sin pararnos a pensar. Sin echar mano de la imaginación, ese mecanismo fabuloso que nos permite ponernos en el lugar del otro, al que, además de no hacer daño, deberíamos respetar. Porque suele ser tan frágil como nosotros mismos.
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