Pseudónimo
No hablo de un doble. El doble es más artificioso. De entrada, ha de parecerse físicamente a uno, lo que reduce las posibilidades de vivir una existencia paralela
Si es cierto que Rajoy vio el debate por la tele, frente a un plato de jamón de jabugo y unas cervezas, quizá en compañía de unos amigotes, lo envidio. Pero lo envidio mucho, desde aquí hasta Lima. El sueño de mi vida es disponer de un pseudónimo al que observar desde la penumbra de mi estudio. Qué gusto, no tener que salir de la cama para ser otro u otra (casi mejor otra) a lo largo del día. Verme a mí mismo (a mí misma) ir de acá para allá, atravesar la calle, entrar en el café, sacar dinero del cajero, todo ello sin necesidad de quitarme el pijama. Encender la tele y descubrirme, no sé, en casa de mis padres, a los que hace tiempo que no visito, y comprobar que ellos aceptan como su hija a esa otra que soy yo al modo en que los debatientes tomaron a Soraya por Rajoy.
No hablo de un doble. El doble es más artificioso. De entrada, ha de parecerse físicamente a uno, lo que reduce las posibilidades de vivir una existencia paralela. El doble finge ser tú, te imita con mejor o peor fortuna, mientras que el pseudónimo eres tú encarnado en otro u otra. Hablamos de una especie de transustanciación, de un misterio de orden metafísico, de un delirio. El pseudónimo expresa tu pensamiento, habla con el quiosquero como lo harías tú bajo la apariencia que hayas decidido escoger. Imagina que te llamas Cecilia Bölh de Faber y que te paseas por el mundo como Fernán Caballero, o que se dirigen a ti llamándote Soraya cuando de verdad te llamas Mariano. ¿Estamos o no ante una gran aventura existencial? Sin duda, sí, claro que sí. Por eso, cada vez que imaginaba a Rajoy dándole a la cervecita desde su retiro, mientras se contemplaba a sí mismo en la persona de la vicepresidenta, me moría de envidia. Dios mío, el sí que sabe.
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