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Por qué lo llaman 'procrastinar' si siempre ha sido 'vaguear'

La ciencia tras la tendencia a postergarlo todo. Conocerla es combatirla

¿Hace días que se fundió la bombilla del baño y sigue lavándose la cara a media luz? ¿Su jefe le pidió hace más de un mes que preparara un informe y ni de lejos lo entregará antes de dos semanas? Eso tiene un nombre: procrastinación o el hábito de aplazar tareas que deben atenderse a favor de otras irrelevantes o más agradables. Una conducta más propia de nuestra sociedad que la de nuestros padres o abuelos, porque el no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy quedó fuera de combate definitivamente cuando aparecieron las nuevas tentaciones tecnológicas. Es lo que opina Manuel Armayones, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), para quien “hablar de procrastinación en sociedades tecnológicamente menos desarrolladas no tiene demasiado sentido. Y aun en el caso de que se pudiera detectar este tipo de comportamiento, no tendría la misma repercusión en cuanto a la sanción social que implica”.

¿Por qué lo dejamos para más tarde?

No somos máquinas y no siempre tenemos la energía y capacidad al 100%” Manuel Armayones, profesor de psicología en la UOC

El procrastinador sui géneris no es aquel que de forma ocasional retrasa una obligación o tarea que no le apetece hacer en ese momento. Armayones apela a nuestra condición de seres humanos (imperfectos) para distinguir entre las personas que simplemente aplazan de manera puntual algunas tareas, ya que “no somos máquinas y no siempre tenemos la energía y capacidad al 100%”, de aquellas para las que la procrastinación es un estilo de vida.

También Marta Romo, pedagoga especializada en neurociencia aplicada al aprendizaje y la creatividad, cree que existen varios perfiles de procrastinador. Aunque para la experta, el auténtico procrastinador es “aquel que pospone de forma habitual los temas importantes o asuntos que requieren un gran esfuerzo y que, además, lo hace porque cree que solo así obtendrá los mejores resultados”. Además, según Romo, este hábito puede convertirse en una adicción, ya que, en algunas personas, hay un punto de disfrute al que se enganchan de forma inconsciente. "Estaríamos hablando, por ejemplo, de estudiar para un examen la noche anterior o preparar una reunión cinco minutos antes de que comience. Estas personas perciben estos episodios como momentos emocionantes, debido a la segregación de adrenalina (hormona que incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos y dilata los conductos del aire)”, continúa.

Una palabra de moda

Hace 20 años, el doctor Neil Fiore publicó en Estados Unidos The Now Habit, (Hazlo ahora. Supera la procrastinación y saca provecho de tu tiempo. Alienta, 2011), un libro considerado el manual de referencia para combatir la procrastinación. Un hábito que, si bien siempre ha existido, no se puede decir lo mismo sobre la unanimidad a la hora de emplear un término u otro para describirlo. Mientras que entre los anglosajones se etiquetaba a aquellos que aplazaban sus tareas como 'procrastinadores' (procrastinators), aquí nos hemos decantado por 'vagos' y 'holgazanes'.

Sin embargo, no estamos hablando de vocablos sinónimos, ya que según Francisco Javier Martín González, filólogo y coordinador del Máster en Estudios Lingüísticos, Literarios y Culturales en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, no significan exactamente lo mismo.

Lo que realmente está haciendo cuando decide "tumbarse a la bartola" en lugar de atender sus obligaciones es holgazanear, o si lo prefiere, vaguear. Términos menos glamurosos pero definitivamente más fieles a la realidad que describen. Así de claro lo explica el experto: "Puedo tener dos obligaciones y procrastinar con relación a la primera dedicándome a la segunda. Ahora bien, holgazanear, en este contexto, implicaría que evito tanto la una como la otra (y, por ejemplo, me tiro en el sofá a ver la tele)".

De modo que, aunque 'procrastinar' y 'vaguear' al acto de eludir obligaciones inmediatas, el holgazán o vago lo hace por nada y el procrastinador por una tarea más afín a sus apetencias. En cualquier caso, ajena a esta distinción, la mayoría de las personas utiliza el término 'procrastinador' convencido de que es mucho más cool comparado con su versión más castiza.

Ahora bien, el motivo que explica por qué se ha pasado a llamar procrastinador al vago de toda la vida o las razones por las que se ha extendido su uso no son fáciles de detallar. Aun así, uno de los factores que posiblemente haya intervenido en ello es la aparición de las redes sociales y su asombrosa capacidad para globalizar cualquier vocablo o concepto. De hecho, la prueba definitiva de que el término ha cuajado en la sociedad actual es su presencia en Facebook, donde un grupo de "vagos" ha creado el Club Internacional de Procrastinadores. Una comunidad que bajo el lema "A ver si mañana me tomo en serio lo de añadir información", aseguran que tienen la intención de dominar el mundo. Eso sí, como ellos mismos dicen: "No será el día de hoy. Mejor, el de mañana."

En el fondo, el procrastinador busca de forma inconsciente el modo de darle emoción a la cotidianidad. De hecho, “la mayoría de los procrastinadores saben perfectamente qué técnicas podrían aplicar para mejorar la gestión de su tiempo, pero por diversas razones no lo hacen”, apunta Armayones, que destaca entre ese amplio abanico de motivos dos de ellos: una gran inseguridad o un excesivo perfeccionismo. En ocasiones, "no se ven capaces de resolver determinadas situaciones y, por tanto, dilatan todo lo que pueden el momento de hacerles frente. Por otro lado, hay personas que desean hacer tan bien determinadas tareas que quedan paralizadas ante el reto que supone, tanto por la valoración que puedan hacer los demás de su trabajo como por ellas mismas".

Entrar en un bucle castigador

“La procrastinación está estrechamente ligada a un nivel de exigencia que penaliza todo aquello que no sea estar haciendo lo que toca”, sostiene Armayones. "La presión a la que muchos están sometidos, especialmente en el ámbito laboral, deja poco margen a los procrastinadores", apunta el experto, que, además, advierte acerca de cómo este elevado nivel de exigencia, junto con el arrepentimiento que genera procrastinar, puede hacerse extensivo al resto de las facetas de la vida y conducirnos a un desbordamiento emocional difícil de controlar.

Romo también cree que el procrastinador padece un importante desgaste emocional, ya que el comportamiento procrastinador es tremendamente estresante. "La sensación de pérdida de control conduce habitualmente a un malestar emocional al que muchas veces hay que añadir el sentimiento de culpa que el individuo experimenta cuando se da cuenta de que si hubiera planificado la tarea, la habría hecho mejor”, asevera.

Trucos para combatirla

Cuando la procrastinación se convierte en una fuente de sufrimiento se puede trabajar de distintas maneras. Y aunque el profesor Armayones es partidario de hacer un análisis detallado de cada situación, propone algunas técnicas para corregir la conducta procrastinadora y minimizar sus efectos negativos en las personas:

Según el psicólogo, “los primeros minutos de cualquier tarea son los más duros. Si consigue ponerse, habrá conseguido vencer en gran medida la tendencia a procrastinar". Por su parte, Marta Romo recomienda controlar los tiempos perdidos, como método para poner coto a la procrastinación. Es decir, aconseja establecer un horario en el que agrupemos las actividades potencialmente más tentadoras, como revisar el correo personal, consultar la prensa o navegar por las redes sociales. De este modo, “desaparece el sentimiento de culpa y estaremos en disposición de darlo todo para emprender nuestras obligaciones”, asegura. Según la experta, "el cerebro siempre busca la manera más efectiva de trabajar. Y la procrastinación, en cierto modo, lo es. Ya que, al relajarnos producimos ondas cerebrales del tipo alfa, las cuales son necesarias para generar las ondas gamma, un tipo de ondas cerebrales asociadas a los trabajos intelectuales más exigentes y que solo son posibles si antes hemos producido las alfa". Imagine a Cervantes inmerso en la creación de su ingenioso hidalgo Don Quijote: sí, mirar las últimas actualizaciones de Facebook también le habría ayudado. Lo malo es cuando se nos va de las manos.

La paja en el ojo ajeno

Cuando no es usted el que posterga, sino su amigo, vecino, pareja o compañero de trabajo, ¿qué puede hacer para ayudarlo y de paso no perder los nervios? “Lo más importante es no agobiarlo con sermones, ya que acabará procrastinando más”, asegura Romo. Y añade: “Lo que sí funciona es tranquilizar a la persona, animarla y ponerse a trabajar juntos en la corrección de la conducta”. Por ejemplo, si el reto al que se enfrenta nuestro conocido es muy grande, la pedagoga sugiere descomponer la tarea en partes más pequeñas. “Cuando el cerebro percibe que el objetivo es asumible, es mucho más fácil alcanzarlo”, concluye.

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