La transición de las palabras
La suavización del lenguaje político tras morir Franco hizo que se fueran desvaneciendo los vocablos más abruptos
No hay una transición política real sin una transición de las palabras. Y así ocurrió con el abrupto lenguaje usado hace 40 años en los dos lados de la trinchera, que se suavizó para aproximar a los distantes.
La palabra “camarada” puede simbolizar ese proceso. Sus tintes militares (“camaradas” eran los que dormían en la misma cámara o camarote) no impidieron que se llamaran entre sí “camaradas” tanto los comunistas como los falangistas. Pero aquellos aires de encuentro arrinconaron este término del lenguaje político, sustituido por otros más civiles como “compañero” o “correligionario”.
Casi todas las ideas de enfrentamiento se fueron desvaneciendo en el lenguaje público, y de ese modo “la lucha de clases” se transmutó en la búsqueda de la “igualdad social”. El concepto de “proletariado” (se denominaba así a quienes no tenían más posesión que su propia prole) aún se refugiaría durante un tiempo en la expresión “clase obrera”, para transfigurarse luego en “las clases populares” y más tarde en enunciados más blandos: los “productores”, los “operarios”, los “asalariados”, los “trabajadores”, los “empleados”…
En el ámbito del terrorismo, por el contrario, el lenguaje se endureció
En el otro lado, “la oligarquía”, “la burguesía” o “los poderes fácticos”… se transforman en “la clase dirigente”, “la clase alta”, “las élites sociales”… Y hoy en día, en “los ricos”.
Las palabras “patrón” y “patronos”, que transmitían su vieja idea del señor a quien sirven los criados, dejan su espacio a “empresarios”, “empleadores” o, más recientemente, “emprendedores”.
Los sindicatos han participado también de esta edulcoración. El “despido colectivo” (en el que se ven obligados a colaborar con las empresas) se ha transformado en un esquelético “ERE”, después de transitar por la “regulación de empleo”, las “rescisiones de contratos” o los “ajustes de plantilla”.
Esa suavización del lenguaje de estos 40 años ha alcanzado al propio vocabulario interno de los partidos, que pasaron de albergar “tendencias” enfrentadas (con la connotación que lleva asociada el término “tendencioso”) a discutir entre “corrientes”. Más tarde se llamaron “familias”, para quedar finalmente en “distintas sensibilidades”.
En el ámbito del terrorismo, por el contrario, el lenguaje se endureció. Ahora nos sonrojamos al recordar que a los miembros de ETA los llamábamos “activistas” en vez de “terroristas”, o al repasar noticias donde se informaba de que una persona “resultó muerta” en vez de haber sido asesinada.
¿Era todo un juego de eufemismos? Tal vez, pero no se trataba de eufemismos de parte sino más bien de un cambio en el lenguaje común, fruto de un pacto tácito.
Los acuerdos inconscientes sobre el léxico suelen servir como termómetro para analizar las posibilidades de un consenso. Por el contrario, las divergencias en el vocabulario preludian siempre el conflicto.
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