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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Leve desaceleración

El efecto de la crisis global sobre España aconseja cambios fiscales y laborales

La evolución de la economía española no podía quedar al margen de las vicisitudes globales. La desaceleración de la economía china, las dificultades de crecimiento global de los mercados europeos y la tendencia a la depresión en los países emergentes facilitada por el hundimiento del precio del petróleo y de las materias primas tenía que transmitirse tarde o temprano, en mayor o menor medida, a la trayectoria exterior española. Como los efectos favorables para el consumo del abaratamiento de los combustibles empiezan a agotarse y lo mismo cabe decir de los bajos tipos de interés aplicados por el BCE, parece lógico que la tasa de crecimiento trimestral esté desacelerando. El PIB creció el 0,8% en tasa trimestral durante el tercer trimestre del año, dos décimas menos que en el segundo y una décima menos que en el primero.

Parecen confirmarse las previsiones de varias instituciones privadas y públicas que auguran una (por el momento) leve desaceleración del crecimiento en 2016. Pero no se trata de una evolución preocupante ni hay razones para predecir un empeoramiento acusado en los próximos trimestres. Lo más probable es que la tasa trimestral de crecimiento se estabilice en torno al 0,6%-0,7%, compatible con tasas de crecimiento anual por debajo del 3%. Lo que sí podría producir esta desaceleración leve es una caída en el ritmo de creación de empleo, en un momento crucial, cuando se comprueba que la mejora del mercado laboral se fundamenta en la contratación precaria y los más optimistas proyectaban una mayor calidad del empleo a partir del último trimestre de 2015.

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Aunque el Gobierno se empeñe en magnificar la mejora de la economía —innegable, por otra parte—, lo cierto es que el descenso de la tasa de paro se está consiguiendo sobre todo como efecto de la caída de la población activa, y que la creación de empleo no está produciendo la mejora de rentas esperada en los trabajadores y en las familias. Para aceptar el término recuperación en términos reconocibles la clave precisamente está en las rentas.

Lo más probable es que el Gobierno que salga de las elecciones tenga que enfrentarse a varios problemas simultáneos, ante los que no funcionará la táctica de mirar para otro lado. El mercado laboral pide a gritos algo más que una reforma orientada sobre todo a bajar las rentas y abaratar el despido; el aumento del consumo no podrá mantenerse (y no digamos aumentar) con contratos por días o por horas; la recaudación fiscal sufrirá las consecuencias no sólo de la desaceleración, sino también por el efecto de anticipar un cambio fiscal (¿por qué el coste inicial estimado era de 9.000 millones y ahora es de 7.400?) con el fin de rebañar votos en diciembre, de forma que aparecerán problemas serios en la estabilidad financiera pública (como ya ha advertido Bruselas); y hay que renegociar con la Comisión Europea las condiciones de estabilidad.

Uno de los goznes sobre los que debe girar la política económica de los próximos cuatro años es una reforma fiscal. Si no se entiende esta sencilla conclusión, se corre el riesgo de que la economía entre en una fase prolongada de crecimiento insuficiente.

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