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EL PULSO
Columna
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Mapa de los sonidos de nuestro mundo

Hay que reivindicar el ‘soundwalking’, o lo que es lo mismo, los paseos donde los “paisajes sonoros” cobran protagonismo

Rachel Papo (Getty Images)

Una imagen vale más que mil palabras. Parece que todos estemos de acuerdo con la archifamosa afirmación de Marshall McLuhan a juzgar por nuestra hiperactividad fotográfica. Inmortalizamos todo –ya ni siquiera es necesario el pretexto de viaje– y corremos a compartirlo con amigos y followers por Facebook, Twitter o Instagram. Sin embargo, nunca reparamos en los sonidos, nunca grabamos lo que escuchamos para conservarlo como souvenir. Resulta curioso que demos tan poca importancia a los estímulos auditivos, teniendo en cuenta que oír crea un vínculo sumamente especial con el mundo que nos rodea. “Los sonidos de un lugar son una de las formas en que se manifiesta la vida que hay en él. A través de ellos, podemos entender cuál es la dinámica de ese lugar, las cualidades espaciales que posee, qué lo dota de sentido para quienes lo habitan o lo visitan”, asegura Ricardo Atienza, arquitecto, profesor e investigador de Arte Sonoro en la Universidad Konstfack y en el Centro Estatal Sueco de Arquitectura y Diseño de Estocolmo.

Tañido de campanas, gritos de vendedores en un mercadillo, pasos que retumban en un monasterio, música callejera, canto de pájaros en el bosque…, estímulos tan enriquecedores como las imágenes que evocan. Reivindiquemos el soundwalking, o lo que es lo mismo, los paseos donde los “paisajes sonoros” cobran protagonismo. “Es una invitación a abrir nuestros sentidos, a superar el dominio visual que caracteriza la cultura occidental”, explica. “Esto supone un cambio de paradigma de nuestras relaciones con el entorno: en un paisaje clásico, el observador es externo, no forma parte del medio, lo domina; en un paisaje sonoro, no solo está en el centro, sino que además participa, suena en fricción con él”. Ahora bien, ¿cómo ponernos en modo escucha? No estamos hablando de nada sofisticado ni ajeno a nosotros, recuerda Atienza: “Todos somos grandes expertos de nuestros propios entornos cotidianos. Sabemos cómo suenan al detalle, reconocemos espacios, pisadas, voces, objetos, señales mínimas, y todo ello sin más herramientas que nuestros oídos y nuestra experiencia. Para explorar ámbitos desconocidos, una propuesta muy simple: abre tus sentidos sin prejuicios y contempla cuanto te rodea. Cierra los ojos prolongadamente y presta atención. Escucha”. Fíjate en los ruidos más cercanos, vete “alejando” tratando de identificar los que se producen más lejos. Ten en cuenta su ritmo, si se repiten, son aislados, cómo interactúan… Y para los paseantes más atrevidos, Atienza sugiere que busquen a alguien que les haga de lazarillo y, con los ojos cerrados, se dejen guiar por la ciudad o la naturaleza, sin prisas y con los oídos “muy abiertos”. Las propuestas pueden ser tan ilimitadas como nuestra curiosidad.

En nuestra cotidianeidad, en nuestros viajes, ¿por qué no enlatar sonidos para disfrutarlos después? “Poseemos una memoria sonora mucho más precisa de lo que sospechamos”, asegura el profesor. “La capacidad evocadora del sonido es extraordinaria y basta un fragmento para rememorar una situación vivida”. La tecnología nos lo pone fácil con grabadoras minúsculas o incorporadas a los móviles. ¿Que se han aficionado al soundwalking y desean una calidad mejor? Entonces es recomendable un equipo específico: una grabadora estereofónica (hay modelos muy asequibles). Y fuera de cuestiones técnicas, lo fundamental es mantenerse abierto a la escucha y a la experimentación: ver cómo varía el sonido en función de donde coloco mis “oídos artificiales” (micrófonos); grabar parado o en movimiento, siguiendo un recorrido; tomar el sonido en un mismo lugar a diferentes horas del día… Y una última recomendación: grabar está muy bien, pero puede absorbernos hasta desconectarnos del entorno; por eso, ¡no olviden que lo importante es escuchar!

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