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Radiografías de autor
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El perfil de la reina Isabel

John Carlin se aproxima a Isabel II, la reina de Inglaterra

Tratamiento digital a partir de un retrato de Pietro Annigoni de la reina Isabel II de Inglaterra en su juventud.
Tratamiento digital a partir de un retrato de Pietro Annigoni de la reina Isabel II de Inglaterra en su juventud.Corbis

Me invitaron hace unos años, por lo que solo se puede entender como un error de parte del departamento de protocolo de su majestad, a un banquete en Buckingham Palace. Cuando me tocó el turno de darle la mano a la reina Isabel II y a su consorte, el duque de Edimburgo, lo que me llamó la atención fue que él era reconociblemente humano y ella no.

Él, más bajito de lo que me esperaba, destilaba un aburrimiento monumental. Ella ni siquiera. Exhibía apenas más vida que su perfil, el famoso perfil que yo y el resto de sus subditos hemos visto en nuestras monedas en Gran Bretaña, Canadá, Australia, Fiyi, Jamaica y una docena de países más a lo largo de sus 63 años de reinado. Y se me ocurre ahora, mientras parte del planeta celebra la longevidad de una mujer que acaba de batir el récord inglés de años en el trono, que aquí está el secreto de su éxito.

La reina Isabel II es un perfil, es un ser duodimensional de cuya persona no sabemos nada salvo, quizá, que le gustan sus perritos corgi y sus caballos de carreras. No tenemos ni idea de cómo pasa sus días en casa, de si ve cine o televisión, de si le gusta la música o el fútbol, de sus ideas políticas (o si las tiene). Ni siquiera sabemos si quiere a su marido. Sin embargo, es la celebrity número uno del mundo. Ocupa el primer puesto en “la lista A”. Ni se le pasaría por la cabeza acudir a una fiesta a la casa de Angelina Jolie y Brad Pitt, pero si la pareja dorada de Hollywood recibiese una invitación a una audiencia con ella vendrían corriendo, como un par de corgis a la hora de la comida.

La lejanía que ha cultivado durante todos estos años es lo que ha sellado su estatus como la monarca de monarcas

Es precisamente la lejanía que ha cultivado durante todos estos años (jamás se le ocurriría posar para la revista Hola, ni nunca ha concedido una entrevista a ningún medio) lo que ha sellado su estatus como la monarca de monarcas. Con la posible excepción de su marido y sus hijos, nadie la ve como un ser humano con vida propia, sino como el prototipo de lo que debe ser una reina –una reina en un cuento de hadas o en una baraja de naipes–. La mística que exuda sirve a la útil función de dar a los británicos y también a buena parte del resto del mundo la imaginaria sensación de que el país sobre el que ejerce el título constitucional de jefa de Estado aún mantiene algo de su antiguo brillo imperial. Para eso la pagan. La inversión seguramente ha valido la pena. Difícilmente lo valdrá el día en el que la reemplace su hijo Carlos, de cuyas andanzas sentimentales y excéntricas ideas sabemos demasiado. Lo aconsejable sería que el día en que la reina Isabel II muera, los británicos abolieran la monarquía. El suyo va a ser un acto imposible de seguir.

elpaissemanal@elpais.es

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