Los beneficios de mejorar la salud infantil superan los costes
Invertir en una buena nutrición y sanidad durante los primeros años es rentable a medio y largo plazo en los países en desarrollo
Más de 200 millones de niños menores de cinco años —más de cuatro veces la población total de España— están en riesgo de no poder alcanzar su potencial debido a la desnutrición crónica y la pobreza. Se encuentran en regiones en desarrollo en todo el mundo, pero se concentran particularmente en Asia meridional y África subsahariana. Se trata de una gran pérdida humana que debe abordarse ya solo por su importancia intrínseca. Pero, además, supone un gran coste para estos niños y sus familias, así como para las sociedades en las que viven.
Varios factores amenazan al adecuado progreso de estos niños: el cuidado prenatal y la nutrición de las madres durante el embarazo no son apropiados, la lactancia materna no se prolonga durante los primeros seis meses de vida, el consumo de nutrientes tras la lactancia es insuficiente, las enfermedades infecciosas —con frecuencia provocadas por deficiencias en el saneamiento y en el agua— suponen una carga y padres y otros cuidadores apenas aportan estimulación verbal e intelectual.
Estos factores incrementan la probabilidad de la morbilidad y la mortalidad de los niños, lo que, además de los costes humanos, implican otros de índole económica: tanto en lo que se refiere a los recursos destinados a los niños enfermos como a la inevitable posibilidad de que los niños no se conviertan en adultos productivos.
La evidencia científica acerca del alcance de esos factores y sus impactos cada vez es más sólida. Una lección central de los estudios recientes es que esas condiciones en las primeras etapas tienen importantes repercusiones para el ciclo de la vida. Los resultados de estudios sistemáticos resultan esclarecedores, como se muestra en los siguientes ejemplos.
Ahora sabemos que conseguir que un bebé de bajo peso al nacer (menos de 2,5 kilos) consiga un estatus normal de peso en un país con renta baja redunda en ganancias en productividad cuando el bebé se convierte en adulto.
Otra experiencia de la que se ha aprendido tuvo lugar en Guatemala, donde se trató de mejorar la nutrición de los niños a través del suministro de un suplemento de proteínas durante sus dos primeros años de vida. Cuando alcanzaron la edad adulta tres o cuatro décadas después, sus destrezas cognitivas aumentaron tanto como se habría conseguido con uno o dos cursos de escolarización extra; las tasas de los salarios masculinos se incrementaron en un 40%; y en el caso de las mujeres que habían tomado los suplementos cuando eran niñas, el peso de sus hijos al nacer ascendió en más de 100 gramos de media.
Asimismo, una intervención en Jamaica en la que se realizaron visitas a domicilio a madres para enseñarlas a estimular a sus bebés y niños pequeños malnutridos redujo la probabilidad de que estos participasen en actividades violentas cuando crecieron y dos décadas después sus salarios eran un 25% superiores a los de sus antecesores.
Basándose en estos y otros estudios relacionados, numerosos analistas y defensores han hecho hincapié en que los primeros mil días después de la concepción, hasta los dos años de vida, constituyen un periodo muy relevante para el desarrollo neural. Si bien existe cierta controversia sobre en qué medida el crecimiento se puede poner al día en edades más avanzadas, parece no haber ninguna duda de que la vida temprana es un periodo muy importante y que, aun en el caso de que sea posible una recuperación posterior, los costes pueden ser relativamente más altos que los costes de prevención durante este periodo.
Más de 200 millones de niños menores de cinco años están en riesgo de no poder alcanzar su potencial debido a la desnutrición crónica y la pobreza
Pero desde un punto de vista económico, esas intervenciones en edades tempranas que tienen impactos sustanciales sobre el curso vital no son suficientes para afirmar que constituyen buenas inversiones. ¿Son los beneficios de estos impactos mayores o menores que los costes que suponen? Esta es una pregunta difícil, porque tanto los impactos como los costes tienden a ser múltiples, inciertos y a extenderse a lo largo de los años. En ese sentido, para poder establecer comparaciones, costes e impactos deben estar descritos en términos similares (por ejemplo, en euros) y deben estar reajustados en caso de que haya beneficios tempranos que puedan ser reinvertidos.
Considerando estos aspectos, hasta la fecha se ha estimado la relación coste-beneficio de algunas intervenciones. Un gran número de casos sugiere que los beneficios son más altos que los costes, lo que supone un gran atractivo para la inversión.
Por ejemplo, un estudio en el que se analizaron 17 países con altas tasas de malnutrición y retraso en el crecimiento observó beneficios económicos en aquellos adultos en los que su nutrición se había mejorado durante los dos primeros años de vida. De media, por cada euro invertido en reducir la malnutrición crónica que deriva en el retraso del crecimiento en niños de dos años se percibía un aumento en la productividad cuando estos se hacían mayores equivalente a unos 18 euros. Otra investigación analizó en 73 países en desarrollo —con una población total de 2.690 millones de personas— la proporción de coste-beneficio cuando se aumentaba la matriculación preescolar en un 50%. Se demostró que al menos había siete euros de ganancia por cada uno invertido (el beneficio se estimó entre los 7,8 y los 17,6 euros).
Estos datos concuerdan con las estimaciones del consenso de Copenhague, que calcula periódicamente la relación coste-beneficio en diversas políticas para países en desarrollo, dirigidas a la mejora del comercio internacional, la reducción en la degradación medioambiental el incremento en la escolarización para la inversión en edad temprana… Según dicho consenso, las inversiones en la vida temprana, especialmente en el tema de la nutrición, se encuentran entre las opciones de inversión con los mayores beneficios.
Es deplorable que más de 200 millones de niños menores de cinco años estén en riesgo de no alcanzar todo su potencial humano en países en desarrollo. La evidencia científica demuestra que invertir en ellos es una oportunidad que conlleva grandes beneficios no solo para cada individuo, sino también para sus familias y para la sociedad en general.
Jere R. Behrman es profesor de Económicas de la Universidad de Pennsylvania. Fue uno de los ponentes de la IV Development Week del Navarra Center for International Development (Universidad de Navarra).
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