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MIRADOR
Columna
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Sueñan los niños

Nadie se atreverá a contar la fuga de El Chapo Guzmán con la grosera impostura en primer plano

David Trueba

La fuga de El Chapo Guzmán ha desatado ese plumaje del periodismo tan aficionado al espectáculo. Negada su extradición a Estados Unidos, era cuestión de tiempo que el capo encontrara una puerta de salida a la libertad o esas formas del privilegio carcelario que te garantizan manejar los hilos pero desde una oficina del delito salvaguardada por funcionarios del Estado. La admiración general tiende siempre a postrarse ante la audacia. No faltaron los gráficos con detalles de la ingeniería del túnel, como no faltan ahora, sobre todo en México, las especulaciones y leyendas urbanas, que hablan de una liberación soterrada, de un enfrentamiento entre clanes, de suplantaciones de personalidad y de mitos en la tierra de los guerreros enmascarados y el patetismo sentimental, que tan bien retrata el cine de Arturo Ripstein.

Faltaba la adaptación de Ridley Scott, nueva apuesta por la fotogenia del crimen, que fascina a quienes llevamos esta vida mediocre respetando las normas. Nadie se detiene en esas películas en el semáforo en ámbar ni rellena el parquímetro ni se sienta a completar la declaración de la renta ni paga el IBI ni tan siquiera avisa en casa de que no irá a cenar.

Esta fascinación, no se me ocurre otra razón, explica que abunden tantas películas sobre Pablo Escobar, que va camino de ser un Napoleón del siglo XX si la historia del mundo se midiera al peso de las películas dedicadas a su personaje. Todos sabemos que la virtud no renta, pero confiábamos en que la ficción mantuviera algún tiempo más la esperanza de lo contrario.

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El problema es que nadie se atreverá a contar la fuga con la grosera impostura en primer plano. Donde ven audacia lo que hay, sobre todo, es soborno. No quedaría bien para el relato de acción ver la pasmosa calma con la que el protagonista va a las duchas, se pasea, se cambia de chanclas y se pierde por el agujero, si antes lo que nos cuentan es cómo se paga una tras otra la mordida exigida, se engrasa el plan con los billetes que tuercen cualquier autoridad y se excava con una subcontrata mejor pagada que la del metro de la ciudad. Es casi un relato funcionarial, una película gris de burócratas del crimen. Sería insoportable para el espectador que exige espectáculo, hoy también lector de prensa. Pero nadie la contará así, sino con ametralladoras recortadas y subfusiles sin límite de carga, para que sueñen los niños.

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