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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El alcalde de la siesta y el derecho al silencio

Hace años que algunas empresas de vanguardia instalaron recintos con literas para que el personal refrescara el cerebro con un sueño corto tras la comida de mediodía

El alcalde de Ador, Joan Faus, enseña el bando municipal.
El alcalde de Ador, Joan Faus, enseña el bando municipal.MÒNICA TORRES

El alcalde de Ador, provincia de Valencia, ha dictado un bando en el que pide a sus 1.400 habitantes que durante el verano respeten con su silencio el periodo de siesta, entre las dos y las cinco de la tarde, de los vecinos que quieran hacerla. Es una sabia disposición que ojalá se extienda a otros pueblos y ciudades; y no solo durante el estío.

La asociación entre siesta y pereza viene de lejos. Leopoldo Alas, Clarín, ya relacionó a ambas en el arranque de La regenta: “La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes (...)”. Sin embargo, estudios recientes han constatado que hacer una siesta corta, de no más de media hora, es una medida muy beneficiosa para la mente y para el cuerpo. Algo que incita a trabajar más eficazmente. La siesta permite ordenar y fijar en la memoria las ideas e informaciones adquiridas en la primera parte, la más provechosa, de la jornada.

El novelista Javier Cercas resumió ese efecto con agudeza: “Quienes no trabajan pueden permitirse el lujo de saltarse la siesta, pero quienes trabajamos, no”. En Japón, primero, y en otros países luego, hace años que algunas empresas de vanguardia instalaron recintos con literas para que el personal refrescara el cerebro con un sueño corto tras la comida de mediodía. Además, según Cercas, practicar este hábito reduce el riesgo de enfermedades coronarias, que es como decir que alarga la vida.

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Por ello, no es casual que los mayores sean, en general, los más firmes defensores de la siesta. Las personas de cierta edad hemos comprobado que de ese descanso se levanta uno con mejor humor que el que llevábamos al iniciarla. Pero es cierto que se necesitan unas condiciones mínimas para que esos efectos sean efectivos. Lo primero, el silencio. No es posible recordar nombres que se nos habían resistido, sintetizar ideas dispersas, encontrar la palabra precisa para concluir un artículo periodístico si el entorno es ruidoso. “La inteligencia —dejó dicho Schopenhauer— es una facultad humana inversamente proporcional a la capacidad para soportar el ruido”.

El de las motos de adolescentes necesitados de reconocimiento, por ejemplo, pero también el de los vehículos municipales de recogida de basura o el de las cortadoras de césped de jardineros de parques públicos trabajando a deshora. O el de la pirotecnia que despierta violentamente a los veraneantes en localidades que celebran con pólvora sus fiestas patronales. La siesta es además una necesidad vital para compensar las noches en vela provocadas por olas de calor como esta de ahora mismo y que tanta irritabilidad suelen suscitar.

No se trata tanto de aumentar la legislación contra el ruido como de explicar las razones a favor del silencio, que es lo que ha hecho el alcalde de Ador. Porque como decía un viejo editorial de este periódico, “el ruido no hace bien y además el bien no hace ruido”.

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