Negritud
¿Será Grecia la Rosa Parks de esa nueva forma de segregación denominada deuda?
Hora punta en el metro. El océano de cabezas nace de un cuerpo colectivo, producto de la suma de los individuales. El mío permanece pegado por el hígado, como un siamés, al de una señora cuya mirada esquivo (también ella la mía), aunque no podemos evitar un intercambio de alientos. El de ella es una mezcla de café y tabaco (¿un Camel?) que la saliva no ha descompuesto todavía. Me gusta y lo aspiro disimuladamente mientras me pierdo en las ensoñaciones características de esas horas de la mañana (mi jefe se ha muerto y nos dan el día libre para que acudamos al tanatorio). Al detenernos en una de las estaciones, un tipo con megáfono se dirige a la multitud desde la puerta. “¿Hay en este vagón algún acreedor?”, pregunta. Las cabezas que surgimos del cuerpo común nos miramos interrogativamente unas a otras, pero nadie responde. El funcionario toma nota en un formulario y se dirige al siguiente vagón. Al llegar a destino, me informan de que el metro realiza un estudio de mercado por si fuera preciso añadir a cada convoy un par de vagones de lujo para los acreedores, si los hubiera.
Por la tarde, al utilizar los servicios públicos del parque por el que suelo caminar, descubro que frente a la tradicional división de mujeres y hombres ha aparecido una nueva: la de endeudados y prestamistas. Tras utilizar los lavabos de hombres endeudados, me asomo clandestinamente al de los prestamistas y advierto que la grifería es de oro. ¿Será Grecia, me pregunto, la Rosa Parks de esta nueva forma de negritud denominada deuda? ¿Estarán sufriendo los helenos las consecuencias de no haber cedido su asiento en el autobús a los acreedores? Parks fue a la cárcel, pero gracias a ella desaparecieron los asientos para negros y blancos.
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