Alerta, treintañeros: los noventa vuelven a estar de moda
Courtney Love versionó a TLC, Oasis en el front row y modelos vestidos de gogó. Explicamos por qué los desfiles de París han sido una magdalena proustiana para la generación grunge.
Courtney Love tuvo que escapar en moto de un taxi que estaba siendo atacado a pedradas, pero ni siquiera los piquetes de la huelga de taxistas parisinos pudieron evitar que la viuda del grunge fuera la reina del desfile de Givenchy. Tampoco que se creciera aún más en la fiesta posterior, donde cantó No scrubs, de TLC, el grupo de r&b que, en su misma época, forraba todavía más carpetas de instituto que ella. Esto fue el jueves, segundo día de París, pero aunque Courtney nunca hubiera logrado salir del aeropuerto Charles de Gaulle, habría dado igual: el eco nineties duró hasta el final de la semana de los desfiles del próximo verano. Aquí van cuatro ejemplos.
Kurt, el grunge y aquello del brit pop
Love actuó en vivo en Givenchy, pero el director creativo de Saint Laurent Paris, Hedi Slimane, creó toda una colección que parecía evocar a difunto marido. Según las notas del espectáculo, la inspiración yacía en la cultura surf californiana, pero era imposible no ver a Kurt Cobain desde la primera salida, un chaval con chaqueta de cuero y enormes gafas blancas, y en las rebecas dadas de sí y los vaqueros rotos que llegaron después. Armados con sendas copas de champán, Liam Gallagher, leyenda viva de Oasis, y Lenny Kravitz, el rockero de la pelvis inquieta, lo observaban todo desde su lugar en primera fila. Sin duda eran conscientes de que, cada vez que un fotógrafo les decía "¡Liam, posa con Lenny!", los fantasmas de mil adolescentes se derretían de gusto (igual que harán los clientes de Slimane, reales y potenciales, a medida que esas prendas impecablemente destrozadas vayan llegando a las tiendas).
Para mi, el reto es probar los límites del estilo masculino sin caer en lo zafio" Dries Van Noten
El concepto
La moda no solo vale para enseñar cacha o demostrar estatus, también puede ser un lienzo donde reflexionar sobre la sociedad, sobre la belleza o sobre la moda misma. Esta lección surge cada tiempo y en los noventa renovó sus votos gracias a una nutrida generación de diseñadores belgas e ingleses, que a su vez bebían de la vanguardia japonesa. Sacai, la última firma de culto en saltar a la primera fila, es deudora de esa larga tradición. Su desfile era un homenaje al club neoyorquino Paradise Garage, el templo nocturno donde se fraguó la música house y sirvió de caldo de cultivo para la tolerancia sexual contemporánea.
Pero la ropa no era indumentaria de clubber, sino una brillante abstracción de lo que llevaría un montañero andino: plumíferos, sandalias o ponchos, hábilmente estilizados en una mezcla tan ecléctica como la que Paradise Garage hizo célebre. Así es lo conceptal, aparentemente incoherente entre su aspecto y lo que dice ser. Irónicamente, cuando le preguntamos por su concepto a Dries Van Noten, el creador belga más respetado en activo, se sacudió las complicaciones. ¿Por qué Marilyn Monroe está estampada en decenas de prendas de su colección? "Quería trabajar con una imagen icónica y no hay nadie más icónico que Marilyn", dijo. Ni siquiera cuando contraatacamos inquiriendo sobre el lío de géneros en la moda de hombre, e incluso en algunas partes de su propia propuesta, quiso resultar conceptual: "Se trata de disfrutar con la moda. Para mí, el reto es probar los límites del estilo masculino sin caer en lo zafio".
Partirse de risa
Si alguien disfruta y se lo pasa bien en la moda últimamente, ese es Umit Benan, el diseñador turcoalemán que cerró su desfile con un cuba libre en la mano y un puro entre los dientes. Cinco minutos antes, la voz de un joven Fidel Castro arengando a las masas había abierto el desfile y un variado casting de modelos no profesionales se ocupó de representar, ataviados con pijamas y ropa militar, la fantasía de Benan: un recreación de los festivos días siguientes al golpe de estado que derrocó la dictadura de Batista. De resucitar, al Ché Guevara le haría poca gracia ser el muso de un bonito desfile (porque lo fue), pero pocas cosas hay más propias de la moda de los noventa, esa que glorificó la estética vapuleada y tener maravilloso mal aspecto en general, que reírse de todo con alegría.
A tí te encontré en la calle
Quien tuviera la edad mínima para consumir ropa y música hace dos décadas, recordará que entonces nadie era nadie si no poseía una buena ración de credibilidad callejera: había que pertenecer a tribus urbanas, llevar estética hip hop o de aledaños, o tener algo que ver con lo que entonces se llamaba "cultura de club" (es decir, discotecas). La colección de Hood by Air tuvo todo eso y más. Pelo con horquillas, maquillaje de gogó, toques fetichistas y ropa XXL deconstruída. Seguramente su diseñador, el neoyorquino Shayne Oliver, no lo había planeado, pero que su desfile ocurriera al aire libre y bajo el sol de las tres de la tarde añadió un filtro alucinógeno al asunto.
Con todo esto no queremos decir que el factor estudiante problemático tenga que ser literal. Las calles también han inspirado a Olivier Rousteing para la próxima temporada, pero no las peligrosas sino las que tienen arbustos podados y agentes de seguridad. El hombre que ha convertido Balmain en marca favorita de la juventud con dinero y miles de seguidores, escogió un marco opulento –el palacio Potocki– y un estilo entre policial, militar y explorador lujoso. Como si se hubiera reencarnado Versace. Y, en cierto sentido, más, porque el diseñador italiano convirtió a sus top models en estrellas, pero la vistosa clientela de Rousteing (Rihana, Kanye, el clan Kardashian) no solo posa para sus campañas y puebla sus front rows, sino que también desfila para él.
Ahí estaban los millonarios y jovencísimos hermanos Harry y Peter Brant, caminando sobre la pasarela como si no hubieran hecho otra cosa en su vida, y sin desentonar en absoluto. Si hubiéramos avanzado tanto en la paz mundial como en la cultura de la celebridad en los últimos veinte años, ya no quedaría ni medio misil nuclear.
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