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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

“Né”

Acierta Juncker al simplificar: “sí” en el referéndum griego es “sí” a Europa

Los ciudadanos griegos han empezado a percibir que el alejamiento del consenso europeo puede conllevar unos costes aún peores que los de la —ya reformada— antigua política de austeridad extrema. El corralitoque les impide casi absolutamente desde ayer movilizar fondos personales o financiar a corto las actividades de sus empresas es muchísimo más duro que el practicado por Argentina hace casi tres lustros. Aunque el Gobierno intente suavizarlo con medidas mitad comprensibles, mitad populistas: facilidades a los jubilados, transporte gratuito para todos.

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Al mismo tiempo, el Gobierno de izquierda radical y derecha ultranacionalista intenta engañar sobre la naturaleza del referéndum que ha convocado. Lo presenta como un mero recurso democrático —que lo es: aunque no siempre sea la herramienta más perfecta de las democracias, también lo usan las dictaduras—, de carácter inocuo, para que el pueblo griego “decida si acepta o no” las propuestas de los socios europeos. Así lo conceptúa Tsipras en una carta a los primeros ministros de la eurozona, pidiendo de nuevo una prórroga de un mes al rescate que acaba esta noche.

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Pero esa apariencia de equidistancia oculta que el propio Tsipras convoca a votar contra las propuestas europeas porque suponen, dice, “humillar” a los griegos. Y ahora tiene la increíble audacia de insistir a los socios/acreedores en que le den una moratoria para votar luego contra ellos.

Por eso, ante la torticera retorsión de un mecanismo democrático, el planteamiento del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, a primera vista simplificador, acierta de lleno. “Un voto no significa que Grecia dice no a Europa”, resumió. Por eso pidió el —né, en griego demótico— a los ciudadanos de la República Helénica.

Es un planteamiento de riesgo, pero ya era hora de que las instituciones europeas hablasen un lenguaje político claro, más allá de tecnicismos. Lo es, porque no está nada claro el eventual resultado de la votación: los griegos se manifiestan muy europeístas, pero también son sensibles a las proclamas nacionalistas, y más tras largos años de crisis e ingentes sacrificios sociales. Y lo es también por su gestión posterior: ¿sería Tsipras un negociador creíble si los griegos le dan la espalda obligándole a aceptar lo que enfáticamente rechaza?

Naturalmente que el envite no afecta solo a Grecia. El impacto de la ruptura unilateral de las negociaciones por Atenas, y del consiguiente corralito, generó turbulencias en los mercados financieros de toda la UE, las Bolsas, las primas de riesgo... Aunque notorio, el efecto ha sido de momento limitado. Pero no es seguro que siga siendo así si la situación empeora, como es más que posible. Aunque las autoridades —también las españolas— hacen lo correcto al resaltar que la coyuntura y el equipamiento de la unión monetaria son mucho mejores que los de 2010.

Esta crisis afectará también a las actitudes y los conceptos. Muchos descubrirán que es mejor la soberanía monetaria compartida de facto que una pretendida soberanía nacional pretendidamente ilimitada, pero que al primer revés cede paso al imperio de los mercados. ¿De los mercados internacionales? Ni siquiera. Del minimercado doméstico: del voto de retirada de confianza a través de los cajeros automáticos.

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