Radicales
Es significativo que el PP utilice el término ‘radical’ como un arma total, ofensiva y defensiva a la vez
En tiempos corrompidos, el significado de las palabras se pervierte. En el diccionario de la RAE, las dos primeras acepciones del adjetivo radical son muy nobles, puesto que lo asocian con la pureza, la raíz de las cosas, es decir, con los aspectos fundamentales del nombre al que califica. Un poco más abajo, aparece una asociación interesante con otro adjetivo, intransigente. Manuel Azaña, tan citado y alabado por José María Aznar no hace tanto, lo usaba a menudo en sus discursos. En tiempos convulsos, azotados por la corrupción y la incertidumbre, Azaña preconizaba las virtudes de la intransigencia contra los males crónicos de la política española, el saqueo de las arcas públicas, las redes clientelares que permitían los fraudes electorales continuados, la alternancia bipartidista que sostenía un simulacro de democracia que parecía destinado a eternizarse. Es significativo que, ahora mismo, el PP utilice el término radical como un arma total, ofensiva y defensiva a la vez. Por una parte, sus dirigentes lo usan para autoadjudicarse el papel de campeones del sistema democrático que ellos mismos han ido minando. Por otra, lo esgrimen para demonizar a las plataformas que representan a una ciudadanía que ha reaccionado por puro hartazgo, de escándalo en escándalo, para promover la regeneración del Estado. En tiempos corrompidos, hay que tener cuidado con el significado de las palabras porque, al situarse en solitario frente a los defensores de una interpretación radical de la democracia, Rajoy corre el riesgo de que asumamos literalmente su discurso. Así, se consagraría como el gran enemigo de la esencia de la democracia, en el abanderado de quienes transigen con la corrupción de las instituciones.
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