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la zona fantasma
Columna
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Morse, Lewis y Hathaway

Lo importante es contemplar a esos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados

Javier Marías

Si hay dos cosas que llevan años de moda, son las novelas de crímenes y las series de televisión, por lo que me extraña doblemente que entre nosotros hayan pasado casi inadvertidas las obras de Colin Dexter, tanto las literarias como sus adaptaciones a la pantalla. De las primeras se tradujeron algunas hace tiempo, en una colección poco visible y casi sin eco, y en la actualidad son inencontrables. No las he leído (no soy aficionado a ese género), pero mi padre, de cuyo gusto solía fiarme (y en cambio era muy aficionado), así como otra persona muy cercana, las tenían o tienen en un altar, las ponen a la altura o por encima de Simenon y me aseguran que muchos de los detectives y policías que han venido después con multitudinaria admiración –incluido el famoso Wallander– son copias bastante descaradas del Inspector Morse, que opera en Oxford y alrededores. A partir de las novelas y relatos de Dexter se hizo una serie británica llamada Inspector Morse (1987-2000), que tal vez se emitió parcialmente en algún canal cuando empezó. El actor que lo interpretaba, John Thaw, murió al poco de su conclusión. Este inspector tenía un sargento llamado Lewis, y en años más recientes se ha hecho otra serie con su nombre, Lewis a secas (2005-2012), que ahora estoy viendo con gran placer.

Como no son estadounidenses nadie las ve, ni habla de ellas, ni las emite, ni existen los DVDs en nuestro mercado

Como no son estadounidenses (y en España sólo parece haber ojos para lo que viene de más allá del Atlántico, país papanatas y americanizado), nadie las ve, ni habla de ellas, ni las emite, ni existen los DVDs en nuestro mercado. Yo he comprado los ingleses, que, ay, sólo llevan subtítulos en esa lengua. Un doblaje sería criminal. Así, nadie hace caso de estas dos series, mientras los críticos y aficionados se extasían ante la inverosímil y monótona House of Cards, la amanerada y pretenciosa True Detective o Breaking Bad, la mayoría de cuyos personajes son tan pesados, inconsecuentes e idiotas que uno sólo está deseando que los maten de una vez. Supongo que este párrafo me valdrá otro furor del principal e iracundo opinador cinematográfico de este diario, que ya me conminó a pedir perdón por encontrar tostonífera y plana The Wire. Ahora me ha llamado también “repelente” en una columna. Lástima, porque en cambio yo le leo con enorme provecho su prosa-engrudo y sus topicazos (nunca faltan, hable de Welles, Coppola o Fitzgerald): corro a ver las películas y series que le repatean y evito escrupulosamente las que le “emocionan” y “llegan”. Infalible servicio el que me presta, por el que gracias mil.

El inspector Morse ronda la sesentena, nunca se ha casado pese a ser enamoradizo, vive solo, es mandón e impaciente pero no despótico, bebe demasiadas cervezas; no pudo completar sus estudios en Oxford pero es un policía culto, y se ve que lo es de veras. En su casa oye música sin cesar, con debilidad por Wagner, pero también por Beethoven, Schubert y Haendel, y a veces son piezas de éstos las que completan con gran acierto la banda sonora de los episodios. A fuerza de tímido, resulta hosco a menudo, y con las mujeres tiene mala suerte: cuando se interesa por una (y parece que ella por él), la mujer acaba pringada en los crímenes o está vinculada en secreto a alguien poco recomendable. También es Morse gran lector (jamás confiesa su nombre de pila por lo espantoso que es), y en el último capítulo de la serie, “El día del remordimiento”, recita inmejorablemente el poema del mismo título de Housman, en una escena de contenidas melancolía y emoción. Es un hombre comprensivo, parecido en eso a Maigret, que persigue a quienes asesinan pero no juzga mucho. Trata de entender, evita la severidad. Se lo ve vulnerable e ingenuo pese a su veteranía, con esa ingenuidad que nunca pierden del todo las personas esencialmente buenas y que procuran no ser injustas. Su sargento, Lewis, es más sencillo y más feliz, pero perceptivo, tanto en lo referente a los casos con que lidian como para comprender a su jefe, al que llega a profesar profundo afecto. En la nueva serie, Lewis, han pasado unos años, éste ha ascendido a inspector y tiene su propio ayudante, Hathaway, estupendo personaje que ya no inventó Colin Dexter: ex-seminarista, antiguo estudiante de Teología, es un joven muy culto como Morse, al que se adivinan zonas complejas que todavía no me ha tocado descubrir. Muy alto, rubio, huesudo, mantiene con su superior Lewis una relación tan curiosa como la de éste con Morse.

Los casos son lo de menos, unos mejores, otros peores. Lo importante es contemplar a estos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados, deambulando por las calles de Oxford, investigando, dialogando con estudiantes y dons y con otros, y asistir a sus comedidas penas. A diferencia de los de House of Cards, True Detective o Breaking Bad, jamás son histriónicos ni incurren en estupideces (así es muy fácil que “ocurran” desgracias), uno está a gusto en su compañía. Quizá su falta de pretensiones, su honradez y su sobriedad los condenan hoy al ostracismo en nuestro país deslumbrado por la pedantería y los ademanes de genialidad. A ver si alguien se anima a publicar los libros de Dexter y las series inspiradas por sus personajes inolvidables.

elpaissemanal@elpais.es

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