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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El escudo y la lanza. Creadores sudafricanos guardianes de la libertad

Fotografía de Petter Ringbom, director del documental Shield and Spear.
Fotografía de Petter Ringbom, director del documental Shield and Spear.

Autora invitada: Beatriz Leal Riesco (Crítica, comisaria e investigadora especializada en arte africano y programadora del African Film Festival de NYC).

Tres franjas -negra, verde y amarilla- simbolizan el pueblo, la tierra y los minerales en la bandera del Congreso nacional africano (CNA). Su emblema incluye además un escudo y una lanza en alusión a las primeras guerras anticoloniales, a las acciones de su brazo armado Umkhonto we Sizwe (La lanza de la Nación, activo de 1960 a 1990) y a la lucha que el congreso ha mantenido durante más de un siglo contra el privilegio racial y la opresión en Sudáfrica. Frente al reino etéreo de los símbolos, en el año 2014 el CNA y su presidente Jacob Zuma se vuelven entidades materiales complejas, marcadas por la historia y cargadas de contradicciones.

Veinte años después de la abolición del régimen del apartheid y tras la aprobación en 1996 de una de las constituciones más progresistas del mundo, los dirigentes de la Nación Arco Iris parecen haberse olvidado de los valores de igualdad, reconciliación y entendimiento propugnados por Nelson Mandela. Jacob Zuma, presidente del país desde 2009, se ha convertido en exponente de un partido y un gobierno los cuales, obviando las promesas hechas a su pueblo, alimentan las diferencias raciales con fines electorales, se muestran incapaces de solucionar problemas de convivencia y diferencias socioeconómicas y hacen uso de fondos públicos de manera corrupta.

En línea con un corpus de punzante sátira política y en reacción a la poligamia y al enriquecimiento personal de Zuma, Brett Murray presentó sin sobresaltos la pintura The Spear el 10 de mayo del 2010 en la galería Goodman de Johannesburgo. Parte de una exposición más amplia cuyo centro era la crítica al CNA, The Spear (la lanza) representaba al dirigente mostrando sus genitales en una pose evocativa de uno de los retratos más famosos de Lenin. Días después, un artículo publicado por City Press encendería la mecha que haría estallar al CNA, tachando a la obra de obscena y vulgar, amenazando con llevar al artista a los tribunales y alentado a sus seguidores, hasta el punto de que la pintura sería atacada el mismo día por un académico blanco ("temía por la paz del país") y por un taxista negro debido a su obscenidad. Que ambos accediesen a la galería en un breve espacio de tiempo con dos botes de la misma marca que contenían la pintura roja y negra que emplearon levantó sospechas de que se tratase de una acción concertada y promovida por fuerzas institucionales.

Ante la escalada de violencia ciudadana y las amenazas de muerte no disimuladas, Brett Murray, artista activo desde la época del apartheid cuya producción expone las dinámicas perversas de los abusos del poder y el patriarcado, se vería forzado a exilarse a la casa de unos amigos en el campo temiendo por su vida y la de su familia.

Semejante altercado deja en evidencia la frágil estabilidad de un país en plena negociación de su identidad nacional multirracial con un sistema democrático joven que ha heredado llagas históricas abiertas. Ante esta realidad conflictiva, un grupo de artistas locales se revuelve sirviéndose de su praxis artística y de su activismo comunitario. Partiendo de la polémica entorno a The Spear, el director Petter Ringbom ha firmado el documental Shield and Spear, presentado en la última edición del Festival internacional de cine de Toronto y estos días en plena tournée en festivales internacionales de todo el planeta. Accesible en iTunes, Amazon y GooglePlay, en los próximos meses pasará a ser distribuida en instituciones educativas y recorrerá el sur de los Estados Unidos, donde la larga historia ligada a la esclavitud y el racismo permean la vida cotidiana tanto como en la lejana Sudáfrica.

Shield and Spear es un documental de factura clásica basado en entrevistas y encuentros con un conjunto de creadores sudafricanos y expertos, cuya intención es revelar temas acuciantes como el papel del arte, la violencia, el miedo, el racismo, la libertad de expresión y la convivencia en la Sudáfrica contemporánea. ¿Cómo y qué tipo de arte se puede hacer en un país donde las diferencias económicas y la tensión racial han ampliado las brechas entre grupos sociales? En el momento más bajo de popularidad de la idea de la unidad nacional, ¿cuál es el rol reservado al artista? "El precio de la libertad es la vigilancia eterna". Estas palabras cierran el documental dando paso a los títulos de crédito. Certera reflexión de Desmond Tutu y guía para intelectuales, artistas y activistas, los cuales han de velar por la preservación de este derecho inalienable del ser humano, especialmente cuando se ve amenazado por la corrupción y mal gobierno de sus dirigentes.

Con esta idea en mente, el director con residencia en Nueva York Petter Ringbom y su productor Marquise Stillwell viajaron a Sudáfrica para reunirse con artistas de diversas disciplinas quienes, a priori, parecían responder a la premisa del artista comprometido y activista social. Horas de rodaje y postproducción obligarían a hacer descartes y centrarse en una nómina más reducida compuesta por Brett Murray, el colectivo de diseñadores de moda de Soweto The Smarteez, la carismática cantante y bailarina de Khayelitsha Yolanda Fyrus, el iconoclasta músico y performer Gazelle, la fotógrafa de la comunidad LGBT Zanele Muholi, la banda de rock afrikaans Fokofpolisiekar, el grupo experimental The Brother Moves On y la formación de rock progresivo BLK JKS. Acompañados por breves apariciones, entre otros, de los músicos Motèl Mar y DJ Invizable y de los periodistas y blogueros culturales Ferial Haffajee, Lloyd Gedye, Charl Blignaut, Milisuthando Bongela e Iman Rappetti, sus comentarios puntuales ofrecen al espectador datos contextuales y analíticos, agilizando las transiciones entre temas y personajes, creando conexiones constantes entre arte y política. El resultado final es una constelación de subjetividades únicas, ligadas por la conciencia del rol que el arte y los artistas tienen en el cambio social, así como de sus facultades para informar y cuestionar aquellas ideas compartidas por la mayoría de la población. Que sea de manera abierta o a través de estrategias sutiles, demuestra la vitalidad de la escena artística sudafricana en el siglo XXI.

En un momento en el que los dirigentes del CNA se guían sin reservas por los valores de la avaricia y el individualismo, monopolizando el discurso de reconciliación para arañar votos a sus oponentes, la reacción de hombres y mujeres jóvenes a través del arte no se podía hacer esperar. La resaca de las celebraciones de la libertad se ha desvanecido dos décadas después del fin del apartheid y sangre joven se reapropia para pervertir y polemizar el simbolismo del escudo y la lanza.

Gazelle (Xavier Ferreira) de ascendencia portuguesa y oriundo de un pueblecito en la frontera con Mozambique, cada vez que sube a un escenario, se disfraza del arquetípico dictador africano "a lo Mobutu Sese Seko". Siendo blanco y descendiente de colonialistas, gracias a esta vestimenta desestabilizadora ha encontrado el modo de opinar con mayor libertad sobre temas candentes de su país y su gente, dándole un nuevo significado al concepto de escudo (su disfraz) y de lanza (su práctica artística). Tanto en sus actuaciones como para su línea de ropa, Gazelle contrata a jóvenes de comunidades desfavorecidas de Ciudad del Cabo creando empleo sostenible para colectivos locales descuidados por el Estado.

Los diseñadores de moda que componen Smarteez, por su extravagancia y originalidad a la hora de mezclar vestidos, tejidos, colores y complementos de procedencias diversas, han alcanzado fama internacional situando sus creaciones en pasarelas globales, algo que no les ha apartado Soweto, su comunidad de procedencia. Después de clase, niños de esta área urbana mayoritariamente negra y pobre acuden a un cibercafé donde se les enseña a leer y escribir y a hacerse con rudimentos de matemáticas e informática (algo que no es familiar para las grandes bolsas de habitantes de los asentamientos informales del país). Sin ayuda del gobierno y de manera puramente altruista, los miembros de Smarteez contribuyen al desarrollo de su comunidad a pesar del pesimismo que uno de sus miembros manifiesta acerca del futuro de estos niños y niñas.

Smarteez, moda made in Soweto

Los irreverentes miembros de BLK JKS, banda que abrió el mundial de fútbol junto a Alicia Keys y Black Eyed Peas, son epítomes de la carga política e ideológica que entraña cualquier manifestación artística. “Cuando tocamos, cuando estamos de gira fuera de nuestro país, por el mero hecho de ser artistas sudafricanos, la política de nuestro país se halla presente", afirma Mpumi Mcata, y continúa: "aunque no hablemos directamente de política, por el mero hecho de existir estamos abordando el tema". Las letras de sus canciones, la mezcla del blues de los barrios marginales con el jazz alternativo y otros estilos, han revolucionado el movimiento afro-futurista musical del siglo XXI contribuyendo al mantenimiento de una filosofía y estilo de vida revisando la historia recibida.

Por su parte, Siyabonga Mthembu, de The Brother Moves On (derivación del personaje The Brother Mouzone de la icónica serie de Baltimore The Wire) se encuentra en sintonía con ellos al comentar: "no hemos llegado aquí porque alguien nos haya ayudado sino porque luchamos por algo. Esto es lo que Mandela estaba acentuando: hay que tomar posesión de lo que te es propio". The Brother Moves On es una de las bandas de mayor impacto en el país que a través de un estilo experimental que mezcla funk Xhosa, jazz, electrónica, rock, baile y palabra hablada, ejemplifica los raudales de inventiva de la generación post-apartheid.

Este esfuerzo por tomar posesión de lo que es propio del que habla Mthembu es una de las motivaciones principales de Zanele Muholi, fotógrafa lesbiana y activista visual, ganadora del Prince Claus Award en 2013, premiada por Casa África y cuya obra se encuentra expuesta en la actualidad en el museo de Brooklyn de Nueva York en la mayor retrospectiva de la autora hasta la fecha. En su empeño por documentar usando el medio fotográfico y audiovisual las prácticas extendidas de "violaciones curativas" y asesinatos selectivos de la comunidad LGBT sudafricana, Muholi se dio a conocer internacionalmente cuando, el 20 de abril de 2012 encontrándose de viaje, alguien entró en su piso de Vredehoek en Ciudad del Cabo.

La censura que venía sufriendo, unida al sospechoso robo de 20 discos duros extraíbles que contenían 5 años de trabajo, dejando cámaras y otros materiales carísimos intactos, apuntan a la implicación de ciertos grupos políticos en el asalto. Incapaces de silenciar su activismo y práctica artística incómodos, el recurso extremo de negar su libertad de expresión haciendo desaparecer sus obras para siempre nos devuelve una Sudáfrica poco abierta y democrática en el respeto de sus minorías. En Shield and Spear la acompañamos en su quehacer diario y trabajo colectivo con el grupo LGBT al que pertenece. Como en otras ocasiones durante el metraje, un intertítulo nos informa: "durante el tiempo que dura este documental, 20 mujeres serán violadas en Sudáfrica".

En agosto de ese mismo año 2012 en el que entraron en el domicilio de Muholi, en el noroeste del país se produjo la más violenta represión policial desde 1960. De los mineros en huelga que se manifestaban para lograr mejores condiciones laborales y salarios dignos en la mina de platino más grande del país, 34 serían asesinados por las fuerzas del orden y centenas resultarían heridos. El director Rehad Desai dejó testimonio a tiempo real en su magnífico documental Miners Shot Down de la connivencia de los líderes del CNA en los asesinatos, mostrando un país inestable, donde la violencia y el miedo se encuentran en ascenso a raíz de conflictos raciales y económicos irresueltos.

Acompañando a tres líderes sindicales durante los siete días de huelga que acabarían con la catástrofe, recurriendo a filmación policial y manteniéndose a una prudente distancia crítica, la última película de Rehad Desai se convierte en uno de los mejores ejemplos de la capacidad del arte y de sus creadores para desvelar verdades ocultas y desestabilizar el sistema. El escudo y la lanza han cambiado de manos, encontrando un empuje perdido entre los viejos partidos políticos en el mundo del arte y el activismo comunitario.

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