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MEDICINA

La lucha contra la artritis reumatoide pasa al interior de las células

Más de 200.000 personas tienen esta enfermedad inflamatoria en España

Peter Taylor en el congreso de la Sociedad española de reumatología de Valencia.
Peter Taylor en el congreso de la Sociedad española de reumatología de Valencia.

La artritis reumatoide es una enfermedad inflamatoria de causa autoinmune de la que se diagnostican 20.000 casos en España cada año, según la Sociedad Española de Reumatología (SER), que acaba de celebrar su congreso en Sevilla. Una de sus novedades es el resurgir de la terapia basada en moléculas pequeñas, dice desde Sevilla por teléfono Peter Taylor, catedrático Norman Collison de Ciencias Musculoesqueléticos en la Universidad de Oxford e investigador del Instituto Kennedy de Reumatología.

“Últimamente se usaban moléculas grandes, biológicas, producidas en cultivos celulares”, afirma el especialista. Estos productos son, precisamente, los que están en auge. Por ejemplo en oncología los nuevos fármacos relacionados con la inmunoterapia y los tratamientos personalizados pertenecen a esta familia. Y, de hecho, la reciente salida al mercado en España de biosimilares (copias) de inflixumab, un tratamiento para la artritis reumatoide, lanzadas por Hospira y Kern, se ha considerado un hito.

Pero, precisamente, lo que expone Taylor es que en artritis reumatoide se ha ido “a contracorriente”, investigando en nuevas moléculas sintéticas o químicas –por decirlo de alguna manera- que son mucho más pequeñas. “Los nuevos medicamentos son como la aspirina, que se sintetizan en un laboratorio. Si se comparan con las biológicas, la aspirina sería un monopatín, y las otras, un jumbo”, explica.

La utilidad de estos nuevos productos es múltiple. Al ser mucho más pequeñas, pueden entrar en las células que producen el proceso inflamatorio, con lo que “pueden actuar antes”, dice Taylor. “Además, son más baratas y fáciles de fabricar”, añade. Y, como no son proteínas, pueden tomarse por vía oral, porque no corren el peligro de que las enzimas y ácidos estomacales las degraden.

Se trata de moléculas que inhiben la acción que son inhibidores de las kinasas, unas moléculas muy relacionadas con los procesos inflamatorios y autoinmunes. Estos efectos dependen de la comunicación entre células. Los fármacos biológicos actúan interrumpiéndola desde el exterior; las moléculas pequeñas pueden parar la señal antes de que se emita.

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Esta especie de vuelta a los orígenes, a los medicamentos más tradicionales, la explica Taylor con ironía británica. “Los fármacos biológicos surgieron del conocimiento de las células involucradas en las enfermedades autoinmunes y de una revolución en la síntesis de proteínas que hizo que nos olvidáramos de otras sustancias. Pero, después, ha habido un grupo de químicos inteligentes que han sabido cómo fabricar moléculas altamente especializadas”, añade.

En cualquier caso, el médico no pretende establecer una competición, ni desacreditar a unos medicamentos frente a otros. Como es habitual, los últimos productos en llegar se prueban como una terapia de rescate o en combinación con los ya existentes, afirma.

Los comienzos no han sido del todo fáciles. La Agencia del Medicamento de EE UU (FDA) ya ha aprobado uno de estos fármacos. Se trata del tofacitinib, que se ha aprobado para los pacientes que tengan una “inadecuada respuesta o una resistencia” a otros productos que se usan. Pero, en cambio, la Agencia Europea del Medicamento no le ha dado el visto bueno. Aunque admitió, en abril de 2013, que beneficiaba a los pacientes, no se demuestra que hubiera una “permanente reducción” de los síntomas, y se detectaron importantes efectos adversos (algunos cánceres, daños hepáticos o úlceras estomacales).

Este primer revés no ha impedido que otros productos que actúan sobre las mismas moléculas estén en marcha, como el baricitinib. Taylor espera que se apruebe este año. Para el médico su peor efecto adverso es el riesgo de que haya una “supresión inmunitaria” que haga al paciente más susceptible de sufrir enfermedades infecciosas, pero las que se han visto en los ensayos “no eran graves”, dice. A cambio, los beneficios, medidos a partir de las inflamaciones de las articulaciones, el dolor y algunas proteínas son evidentes, dice: “Entre el 60% y el 70% de los pacientes mejoran al menos un 20%; un 20% lo hace en al menos un 70%”.

El médico también espera pronto otro “hito”. “Ya hay ensayos que indican que estos medicamentos pueden funcionar muy bien si se usan solos”, afirma.

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