La gata
En España, por ejemplo, y dentro del partido gubernamental, ya hay escaramuzas en las que parecen perfilarse estilos diferentes de morder
Dicen que en el planeta, y entre los poderes humanos, se está produciendo una lucha entre “perros” y “gatos”. Un matiz diferente a la competencia que mantuvieron en la guerra fría “halcones” y “palomas”. En España, por ejemplo, y dentro del partido gubernamental, ya hay escaramuzas en las que parecen perfilarse estilos diferentes de morder. Si se produce un derrumbe en las elecciones locales de mayo, como muchos vaticinan, es previsible una guerra abierta entre “perros” y “gatos” que se extienda a todo el establishment. Rajoy y la vicepresidenta Soraya encarnarían el modelo felino. Montoro es, claramente, un “gato” frustrado. La estrategia felina consistiría en construir un relato consolador, verosímil, aunque infantil, sobre la superación de la crisis. Ocurre que la avalancha de corrupción desbarata esa torre de marfil. El poeta Eliot sostenía que el género humano no puede soportar mucha realidad. Y en España estamos cargando con un exceso de realidad. Yo discrepo de los politólogos que abusan de la simbología animal. Los humanos, y en especial los políticos, aprenden poco de la experiencia. Los animales, sí. Según mis noticias, cada vez se llevan mejor los perros y los gatos. Incluso, en los “santuarios de animales”, hacen buenas migas con las gallinas o los cerdos vietnamitas. Estos últimos se pusieron de moda como animales de compañía por el capricho de unos cuantos famosos. Abandonados, algunos fueron adoptados por jabalíes autóctonos. Hablando de adopción animal, es conmovedor el caso que cuenta Quico Cadaval de la gata de Baralla, Galicia, que crió una niñada de polluelos, después de la muerte en atropello de la madre. Pero cuando crecieron, los pollos fueron sacrificados para carne. Y la gata se retiró al gallinero y decidió que nunca jamás pondría huevos. No hay moraleja.
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