Un estudio prueba que la vacuna del sarampión nunca causa autismo
La relación entre el fármaco y el trastorno del comportamiento es uno de los principales argumentos de los grupos antiinmunización El proyecto concluye que ni siquiera se produce en los casos de niños con hermanos afectados
Ni siquiera en los casos considerados de mayor riesgo –niños con hermanos afectados- se puede establecer una relación entre la administración de la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) y el desarrollo de trastornos autistas. Esta es la conclusión a la que ha llegado un ambicioso trabajo en el que se han analizado los datos de 95.000 niños estadounidenses publicado por The Journal of The American Medical Association (JAMA), y que da un paso más a la hora de rebatir la falsa asociación a la que se aferran los movimientos antivacunas que ligan la administración del fármaco con el autismo.
El origen de este mito se encuentra en un artículo de 1998 que asoció en The Lancet la patología con la inmunización. Aquel estudio fue un “sofisticado fraude”, como lo definió años más tarde otro trabajo en el British Medical Journal. Por entonces, The Lancet ya se había retractado del trabajo y había pedido disculpas por su publicación. Fue a raíz de una investigación periodística que descubrió que el autor del artículo, Andrew Wakefield, había empleado a 12 niños seleccionados por un despacho de abogados que llevaba un caso de una pareja que quería demandar a los laboratorios fabricantes de la vacuna. Pero el daño ya estaba hecho, y el polémico artículo trajo consigo una caída en las tasas de vacunación en Europa.
Desde entonces, el trabajo de Wakefield ha sido empleado repetidamente por los activistas de la moda antivacunas como la prueba de los efectos de la vacuna en la salud. El mensaje ha calado entre grupos afines a la medicina alternativa que ven en las rectificaciones posteriores maniobras conspirativas de la industria farmacéutica en la defensa de sus intereses.
Distintos trabajos han rebatido la vinculación entre el fármaco y el autismo durante la última década, como destaca José María Bayas, presidente de la Asociación Española de Vacunología. Ahora un nuevo artículo se une a la evidencia de estudios previos con una importante particularidad. El trabajo se centra en una población muy específica. Dado que se considera que existe un factor genético en la aparición de los trastornos del espectro autista y que el estudio Wakefieldm planteó que la vacuna podía ser un elemento desencadenante de la enfermedad, los investigadores de la institución estadounidense The Lewin Group analizaron si la vacunación en niños con hermanos afectados -y por ello con mayor probabilidad de desarrollar comportamientos autistas- implicaba un mayor riesgo en estos menores.
Para analizarlo, se recopilaron los datos de 5.727 niños estadounidenses con hermanos mayores. El 1% tenían un diagnóstico de conductas autistas y el 2% tenían hermanos mayores con autismo.
La primera conclusión que extrajeron los investigadores es que en la sociedad estadounidense ha calado el mensaje de cierta asociación entre la vacuna y la enfermedad, y, especialmente, el efecto que podría tener la vacuna en despertar la enfermedad en niños con hermanos afectados. Los datos apuntan que esta sensación existe: las tasas de vacunación son más altas entre los niños sin hermanos afectados (84% la primera dosis a los dos años y 92% la segunda a los 5) que entre los menores con hermanos autistas (73% y 83%, respectivamente).
La segunda conclusión es que no hay base científica para considerar que la inmunización actúa como resorte que activa la predisposición genética que los niños con hermanos autistas tienen a desarrollar comportamientos autistas. Así, la vacuna no actúa como agente que dispara el desarrollo de la enfermedad –como se había demostrado en estudios previos- ni en el caso de menores con hermanos afectados.
El trabajo muestra cómo el riesgo relativo de niños con hermanos con autismo de desarrollar este problema si se vacunan con una o dos dosis es de 0,75 y de 0,56 respecto a los no inmunizados (el 1 indicaría un riesgo similar), por lo que es incluso inferior. Para los que no tienen hermanos con autismo, es de 0,91 y 1,12; es decir, prácticamente el mismo. “Estos datos son muy contundentes y muestran la falsa asociación que se ha establecido entre la enfermedad y la vacuna”, apunta Bayas. "Para hacernos una idea de cuándo existe una asociación clara, el riesgo relativo en fumadores de desarrollar cáncer se sitúa en tasas de 17", añade el también responsable del centro de vacunación de adultos del servicio de medicina preventiva y epidemiología del hospital Clínic de Barcelona.
“No hemos encontrado ninguna asociación entre la vacuna y un mayor riesgo de desarrollar autismo [en población general], y tampoco entre niños con menores afectados, después de administrarles una o dos dosis”, concluyen los autores de estudio, financiado por el Instituto Nacional de Salud Mental, los Institutos Nacionales de Salud y el Departamento de Salud de Estados Unidos.
¿Servirá este nuevo trabajo para que los contrarios a la vacuna se replanteen sus tesis? Bayas es muy escéptico: "Estas personas no se mueven en el terreno de la ciencia, sino en el de las creencias, y las creencias no tienen demostración científica”.
La asignatura pendiente de los adultos
“La vacunación de adultos es la asignatura pendiente”, afirma Amós García, presidente de la Asociación Española de Vacunología. Tanto García como Esther Redondo, coordinadora del Grupo de Trabajo de Enfermedades Preventivas de Semergen (Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria), insistieron la semana pasada en Madrid, en un acto con motivo de la Semana Mundial de las vacunas, en la seguridad de estos fármacos, y en que no se trata de productos solo para niños.
Son muchas las causas para que un adulto se inmunice. “Porque no lo hizo en la infancia, para recibir refuerzos periódicos, porque hay vacunas específicas para adultos —papiloma—, porque aparecen nuevas —neumonía—, por su actividad laboral —hepatitis B para sanitarios o diarreas en quienes trabajan conaguas residuales—, para viajeros —fiebre amarilla, tuberculosis, tétanos— o por sus patologías de base”, explicó García.
“El éxito de los programas de vacunación es su problema. La población ignora su valor”, opinó Redondo. “En gripe la tasa de vacunación en mayores de 65 años es del 56,4%; muy lejos del 75% que recomienda la Organización Mundial de la Salud [OMS]”, dijo. “La de la tosferina hay que dársela a embarazadas en el tercer trimestre, porque se pierde inmunidad; entre el 75% y el 80% de los adultos activos sexualmente tienen el virus del papiloma, que es altamente oncogénico, y la vacuna evita recaídas y reinfecciones; la del herpes zóster impide que se reactive el virus de la varicela, y está recomendada a partir de los 60 años”, añadió.
Y, por último —al menos porque lleva menos tiempo en el mercado— está la de la neumonía. “Según la OMS, es la principal causa de muerte prevenible por vacunación en todas las edades”, explicó Redondo. “El 40% de los adultos que tienen una neumonía requiere hospitalización”, añadió.
El problema, para los especialistas, es que mientras para los niños hay unos programas generalizados de vacunación, para adultos eso no existe. Y, salvo en la gripe, tampoco hay información acerca de su uso. Eso complica la medición del impacto.
Por ejemplo, según datos de Cristina Méndez, de Pfizer —que fabrica un preparado antineumocócico—, de las personas hospitalizadas con neumonía en un estudio, menos del 8% estaba vacunado. Pero ese dato puede ser engañoso. Como indicó Redondo, la tasa de inmunización en adultos en estudios parciales, ronda precisamente esa proporción (un 8% en un trabajo en Murcia, un 10% en toda la UE). Son tan pocos que no se pueden sacar muchas conclusiones.
Con el calendario de vacunación infantil recién aprobado, no se ha planteado elaborar uno para adultos. Pero Redondo insiste: "La OMS admite que la confianza en las vacunas es frágil, pero vacunarse no es solo un derecho: es una acción solidaria con la familia y la comunidad".
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