El ‘show’ de Rodrigo
Ya me diréis si ver a un dios en vida mutar en pobre diablo rico metido en un coche de medio pelo a las puertas de su casoplón no es un rompeaudímetros como Vasile manda
Hay eras en que no doy una a derechas. Bueno, ni a derechas ni a izquierdas ni a los partidos emergentes, caiga donde caiga el centro del tablero que dicen ocupar esos “reyes jóvenes” que, según Cospedal, envían los dioses a los pueblos cuando quieren castigarles por sus pecados. No es porque seas mi ídolo, Floriano, pero oyendo a tu jefa, cada vez me pareces más elocuente. ¿Qué dioses?, inquiérome, si solo hay uno, católico, apostólico y romano, según San Jorge Fernández. ¿Qué pueblos?, si no existe más que una nación verdadera, según Rajoy y cierra España. ¿Qué pecados?, si aquí el único escándalo es lo fenomenal que va la economía según el Profeta Montoro.
Pues eso, María Dolores. Que, para otra vez, antes de hacerte un griego en público sin que nadie te lo pida, podrías reparar en que Felipe VI estaba ese día en Estrasburgo como Rey de tu patria e igual se sentía aludido, el pipiolo, dados sus 47 tiernos tacos. Menos mal que salió al quite el eurodiputado Pablo Iglesias, le regaló al soberano la serie Juego de tronos como si fuera un hipster de Malasaña, valga la redundancia, y logró desviar la atención minuto y medio de tu salida de pata de Bankia, perdón, banco. Para que luego digas que el caudillo de Podemos no es un hombre de Estado.
Pero te contaba que estoy en horas bajas. Ahora es cuando salta el gracioso de guardia con lo del desplome del colágeno, la caída de los estrógenos y el descuelgue de los tejidos blandos. Pues no, listos. La razón de mi bajada a los abismos ha ido por otros derroteros. Por las escaleras del adosado, concretamente. Una a una fui trastabillándome con las cuñas de estar por casa hasta aterrizar decúbito prono sobre el paragüero del descansillo. Dos semanas con muletas y dos meses sin tacones, me está costando la broma. Así que aquí yazco desde entonces, con la moral a ras de suelo, la autoestima bajo mínimos y la pata más estirada que la espalda de algunos cadáveres políticos, y no miro a nadie, Rosa Díez.
Menos mal que, pese a tantos ratos muertos, he estado entretenidísima con la tele. El jueves, entre el estreno de Supervivientes, la final de Casados a primera vista y la transmisión en directo de El descenso a los infiernos de Rodrigo Rato, me faltaban dedos para controlar el mando. Al final, pasé de imitaciones y me enganché al reality definitivo. ¿Cuál? Vosotros mismos. Ya me diréis si ver a un dios en vida mutar en pobre diablo rico metido en un coche de medio pelo por un mazas de la Agencia Tributaria a las puertas de su casoplón no es un rompeaudímetros como Vasile manda.
Luego, si queréis, podemos entrar en detalles técnicos. En ese Montoro matando a su padre político para salvar sus propios glúteos. En ese Guindos llorando a él que lo registren. En ese Rajoy haciendo mutis por el forro de sus dídimos. En la cara de gilipuertas que se les ha quedado a Aguirre, Aznar, Cifuentes y la legión de pelotas que hicieron de Rato el hombre más lisonjeado de la historia, con permiso de Iniesta. Podemos, incluso, vomitar de asco. Ahora, donde esté un presunto chorizo ibérico capaz de liarla más parda en el Barrio de Salamanca que cuando inauguraron el Mercadona de Serrano, que se quiten Carmen Lomana, Chabelita y Nacho Vidal haciendo el indio en un islote de Honduras.
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