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Columna
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Una política exterior

Seguimos sin saber qué opina España sobre Ucrania o sobre el uso de la fuerza en Siria

Jorge M. Reverte

Resulta cuando menos llamativo que en el momento en que Europa ha llegado a ser mucho más que un sueño, su política exterior se va adelgazando y a veces parece no existir. Esto llegó a su culminación hace ya tiempo cuando EE UU tuvo que intervenir para que Serbia dejara de ser un agente perpetuo del asesinato y el odio étnico.

Hay que decir en todo caso que Europa tuvo sus buenos momentos exteriores cuando un paisano nuestro llamado Javier Solana fue el Alto Representante en la política exterior europea.

Pero ya llevamos años de sequía. No hay una política trazada sobre Ucrania y Rusia, ni sobre el Estado Islámico, ni sobre otras cuestiones que parecen menores pero no lo son, como, por ejemplo, Cuba.

De Ucrania desgraciadamente vamos a tener que hablar mucho. El nacionalismo ruso no se está encontrando por delante ninguna postura firme de unos países que dicen defender la democracia y los derechos humanos. Además, tampoco parecen dispuestos a tomar una postura consecuente con el hecho dramático de que el gas que consume Europa pasa por Ucrania.

Francia ha comenzado una guerra contra el Estado Islámico sin que ninguno de sus socios tome parte en ella. El portaaviones Charles de Gaulle bombardea a diario las posiciones terroristas sin apoyo de ningún barco comunitario.

Cuba. Se está quedando como un asunto estrictamente americano, de la época de Monroe. Nadie está jugando de parte de Europa ningún papel relevante para buscar una salida al castrismo desde una mínima garantía de respeto a la libertad, los derechos humanos y la ausencia de venganza.

La política exterior europea parece jugarse demasiado a menudo en su interior. Es una broma la forma en que se ha desarrollado la negociación con Grecia. Allí sí parecía haber ministros de Exteriores. Por ello se han producido choques diplomáticos absurdos como el que ha implicado a Rajoy y Passos Coelho con Tsipras.

Por razones similares, se ha producido el incidente entre Zapatero y Margallo en torno a Cuba. La metedura de pata del expresidente se antoja mayor si se busca una política europea sobre el castrismo (¿la hay?).

Nuestros problemas exteriores de los últimos tiempos parecen ser problemas de política doméstica. Una regañina con los griegos, una bronca al contumaz Zapatero. Cosas de casa, pero seguimos sin saber qué opina España sobre Ucrania, qué opinamos sobre el uso de la fuerza en Siria, qué estamos dispuestos a apostar por la oposición democrática cubana. Eso por no hablar de Guinea Ecuatorial o el antiguo Sáhara español. La ventaja de España es sólo la de ser una potencia de segundo orden. En casi ningún asunto internacional tenemos una posición decisiva.

Pero a lo mejor conviene repensar esa cómoda postura. Ni en Cuba, ni en Guinea, ni en el Sáhara da lo mismo lo que haga España. Y sobre Siria y Ucrania no estaría de más apoyar a nuestros vecinos que defienden la civilización democrática, por ejemplo. 

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