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Tribuna
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Los dos futuros de Europa

El continente debe aprender a definirse a sí mismo en este momento tan difícil

Una vez más, Europa parece haber llegado a un punto de bifurcación en el camino que recorre. En una dirección se encuentra el futuro que describen los pesimistas, que sostienen que el aumento de los movimientos populistas y la caída del euro son la evidencia de que próximamente el continente se deslizará en el olvido geopolítico y económico. En la otra dirección se encuentra un empinado camino ascendente que lleva a la integración y al resurgimiento de Europa como una potencia mundial —este es el recorrido, según los optimistas, que el continente tomará en cuanto despierte y asuma que debe tener la capacidad de soportar las tormentas más severas—.

No se sabe cuál de estos dos posibles futuros se hará realidad. ¿Es Europa “una abuela que ya no es fértil ni vivaz”?, tal como el papa Francisco dijo cuando se dirigió al Parlamento Europeo el pasado noviembre. ¿O es un Ave Fénix a punto de levantarse (una vez más) de sus cenizas? El resultado depende, por supuesto, de cómo los europeos responden a sus actuales problemas. Además, al considerar sus opciones, harían bien en tener en cuenta cómo se percibe el continente desde el exterior.

Para empezar, es importante reconocer que el panorama parece sombrío. Setenta años después de la liberación de Auschwitz, aún se continúa atacando y asesinando a judíos en las ciudades europeas. Más de 50 años después del fin de la guerra de Argelia, los musulmanes europeos son más discriminados que nunca. Debido a que los separatistas apoyados por Rusia —y quizá incluso con tropas rusas— luchan contra las fuerzas gubernamentales en Ucrania, el espectro de la guerra, una vez más, acecha al continente. Además, la elección de un Gobierno de izquierda en Grecia ha planteado la cuestión sobre si la introducción del euro ha sido una buena idea.

No obstante, en contraposición a lo anterior, se debe decir que Europa se ha enfrentado a situaciones peores —mucho peores— y salió de las mismas más fuerte que nunca. Después de la primera mitad del siglo XX —el periodo más sangriento de la historia de la humanidad— los líderes del continente regresaron del campo de batalla para sentar las bases de una paz europea duradera. Quizá Europa nunca recupere su puesto como centro del mundo, pero puede continuar siendo tanto un actor importante como un modelo atractivo para el resto.

Actualmente es el eslabón más débil en la lucha contra el islamismo radical

De hecho, con el beneficio que otorga la distancia, se observa un panorama más amplio. Vista desde China, Europa es, primordialmente, una atractiva oportunidad para las inversiones; y la espectacular caída del euro hace que en la actualidad esa oportunidad sea particularmente tentadora. El continente no puede ser la isla de estabilidad que fue otrora —por culpa de las actuaciones del presidente ruso, Vladímir Putin, y unos cuantos miles de yihadistas europeos—. No obstante, los riesgos a los que se enfrenta son leves en comparación con la inestabilidad crónica y las graves amenazas que se ciernen sobre la mayor parte del resto del mundo.

La sangrienta historia de Europa también proporciona una advertencia útil para China y el resto de Asia, y puede servir como un ejemplo para superar los enfrentamientos de larga duración en la zona. Si bien las tensiones entre China y sus vecinos sobre las reclamaciones territoriales en los mares de la China oriental y meridional han retrocedido en cierta medida durante los últimos meses, la posibilidad de que empeoren las relaciones, de manera particular entre China y Japón, continúa causando preocupación. Una reconciliación siguiendo el modelo franco-alemán puede que aún no esté en las previsiones, pero sería bueno que las dos potencias aprendiesen de la experiencia adquirida por Europa.

La perspectiva que se observa desde Estados Unidos es completamente diferente. Desde ahí, Europa es más una reliquia histórica que un modelo. Las características nacionales del continente han vuelto a la palestra: Alemania, con su poder económico; Francia, con sus terroristas; Grecia, con sus izquierdistas; y así sucesivamente.

Desde la perspectiva de los lugares más pobres del mundo, Europa representa el eslabón más débil de la coalición para la lucha contra el islamismo radical, una batalla que se cobra su mayor número de víctimas sobre todo en Oriente Próximo, Asia del Sur y África —a pesar de que los medios de comunicación occidentales hacen que se tenga una impresión distinta al respecto—. Para muchos de los que huyen de los conflictos en estas regiones, Europa es también la tierra prometida.

En última instancia, la forma en la que los propios europeos se ven determinará su destino colectivo. Si no aprovechan este momento decisivo para definirse a sí mismos —por ejemplo, mediante la instauración de las difíciles reformas que sus países necesitan tan desesperadamente—, se arriesgan a acabar dirigiéndose hacia un camino que nunca tuvieron intención de tomar.

 Dominique Moisi, profesor en el Institut d’études politiques de París (Sciences Po), es asesor sénior en el Instituto Francés de Asuntos Internacionales (IFRI), y en la actualidad profesor visitante en el King’s College de Londres.

© Project Syndicate, 2015.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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