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Columna
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Rato

El expresidente de Bankia añade a su currículo la habilidad de dar de comer a los pobres

Jorge M. Reverte

Rodrigo Rato, antiguo usuario de las tarjetas negras de Caja Madrid y presidente o expresidente de todo lo que cualquiera de nosotros sea capaz de imaginar, ha añadido a su extenso currículo de aprendizaje el de dar de comer a pobres en los lugares adecuados, es decir, en comedores sociales. Al parecer, el curso lleva cuatro tardes completas. Y al final de cada jornada el aprendiz puede subir a su coche con chófer con la conciencia un poquito más apañada que al entrar.

Rato, que es de familia de posibles desde hace muchas generaciones, tiene en la ría de Villaviciosa un maravilloso molino de marea en el que puede ofrecer comilonas a sus amigos servidas por señoritas ataviadas de negro y con cofia, delantal y guantes blancos. Cabe la posibilidad de que Rato se lleve al molino a algún amiguete de los nuevos. O puede que lo haga en otro de sus molinos, situado en Carabaña. Aunque allí no sé cómo son los uniformes.

Rato parece tener una inclinación por los molinos. Y también, aunque ahora solo lo veamos en el comedor social, por los pobres. La familia Rato ha hecho durante muchas generaciones que los pobres tuvieran que comer en locales sociales atendidos por curas, gentes menesterosas, y en ocasiones por los señoritos que querían remodelarse un poco la conciencia. Es hermoso lo que hace Rato. Y sería aún más hermoso si completara la comida llevando a los comensales a fumarse un puro kilométrico a cualquiera de los consejos de administración que controla.

Esto no es demagogia. Es algo absolutamente posible. Lo podía hacer realidad nuestro personaje en cualquier momento y con solo chascar los dedos. No digo yo que al FMI, que menuda es Lagarde, pero sí a un consejillo de una empresa del carbón.

Rodrigo, podemos.

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