Hogueras
Todo ese síndrome es el efecto más visible de las privatizaciones salvajes que aquí se han llevado a cabo
El calor barato sale caro: fíjense en la gente que utiliza braseros de carbón o leña para templar la casa (el vatio, a la altura del caviar) provocando sin querer incendios en los que muere por asfixia o abrasada. Cada dos por tres, salta esta noticia en el telediario. Se pregunta uno en su ignorancia si no sería más lógico que la electricidad estuviera nacionalizada, de forma que la gestionara y distribuyera con sentido común el Estado. Viene todo esto a cuento de que España empieza a sufrir síntomas de congelación y gangrena, ya que en multitud de hogares no se enciende la calefacción porque no se puede hacer frente al recibo. Sin embargo, los consejeros de las eléctricas ganan cantidades astronómicas y en algunos casos son expolíticos a los que la empresa correspondiente está devolviendo un favor (a veces, el de haberla privatizado).
Cuando se habla de nacionalizar una empresa eléctrica, parece que se está atentando contra el sistema, pero hay países en los que la economía crece sin necesidad de que el mercado detente el monopolio de los servicios de primera necesidad. La electricidad es uno de ellos, lo mismo que el agua o el gas. El atentado contra el sistema es que alguien tenga que organizar una hoguera en el cuarto de estar para no morirse de frío. Cuando decimos “alguien” queremos decir individuos de mediana edad, pero también bebés, adolescentes o personas entradas en años. “Alguien”, en realidad, no es nadie. Vale más imaginarse a un viejo tiritando bajo varias capas de mantas, a una adolescente intentando hacer los deberes del cole con los dedos morados, o a un recién nacido con bronquitis. Todo ese síndrome es el efecto más visible de las privatizaciones salvajes que aquí se han llevado a cabo.
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