Un barrio afortunado
Dos tercios del primer premio del sorteo de Navidad de la Lotería Nacional de 2012 cayeron en las afueras de Alcalá de Henares. El último premio sin impuestos. Dos años después seguimos el rastro de la suerte en el barrio de El Chorrillo
Frío sol de invierno en la puerta del número 4 de la calle del Chorrillo. Una cola que casi da la vuelta a la esquina. La gente espera pacientemente. “Señor, no se adelante que aquí estamos todos para lo mismo”, avisa, con voz atronadora, una mujer de mediana edad. Aún falta más de un mes para Navidad, pero la administración de lotería número 12, en este barrio de Alcalá de Henares (Madrid), bulle. “Llevamos varias semanas así”, reconoce Javier Gutiérrez, de 40 años, al frente de la misma. Este local es famoso desde el 22 de diciembre de 2012 gracias al 76.058. Fue el premio Gordo de ese año y este lotero repartió dos tercios del mismo. “De las 160 series que tiene cada número, yo tenía 130; todo lo que había en décimos”, recuerda. En este barrio obrero, separado por las vías del tren del cuidado centro histórico de la ciudad de Cervantes, se quedó gran parte del premio. Les tocó a Antonio, el pintor; a Javi, el del bar; a más de una veintena de trabajadores de la empresa Cametal, que llevaban cuatro meses sin cobrar; a Efigenio, presidente de una peña madridista de la zona, y a dos chicas jóvenes que trabajaban en una peluquería. Cada uno de ellos llevaba, por lo menos, un décimo de ese número. Habían pagado 20 euros. Después de que lo cantaran los niños de San Ildefonso se convirtieron en 400.000. Han pasado dos años, pero en El Chorrillo aún lo recuerdan. Uno de los afortunados lo describe así: “La lotería es un sueño. Lo piensas, pero nunca crees que te vaya a tocar a ti”.
“Si mañana te toca, acuérdate de nosotros”. Con estas palabras le deseaba suerte a Antonio Ortega, de 61 años, un amigo. Era el 21 de diciembre de 2012. “Si me toca, te compro el coche”, contestó afable Antonio –el pintor, como le conoce todo el mundo–. “A eso me he dedicado toda la vida”, aclara Ortega. Al día siguiente le despertó la llamada de su hermano: “Nos ha tocado”, dijo una voz al otro lado del teléfono. “Primero pensé que era el reintegro. Luego ya me dijo que era el Gordo”, cuenta aún con emoción. Ortega solía comprar 10 décimos de lotería al año; jugaba 200 euros, bastante más que la media nacional. El año pasado, cada español gastó 49,98 euros en lotería, según datos de Loterías y Apuestas del Estado; un 4,19% menos que en 2012.
"El premio nos vino de lujo, cambia tormentos por tranquilidad", dice el responsable del bar Javi’s
Debido a la crisis, Ortega llevaba un par de años sin comprar boletos; no estaba pasando por su mejor momento. “Me acababa de jubilar y decidí recuperar la costumbre; compré un billete [10 décimos] del 76.058”, recuerda. A mayor edad, más invierten los españoles en el sorteo de Navidad, según un estudio de Ventura24.es, que vende lotería por Internet como si fuera una administración online y que también repartió El Gordo el mismo día que la situación económica de Ortega cambió radicalmente. “Sentí una mezcla de satisfacción y tranquilidad muy difícil de explicar. En realidad todavía lo estoy asimilando”, bromea. “Después de haber estado trabajando toda la vida pintando, fue como una recompensa”.
Tres décimos se quedaron en poder del pintor. El resto los repartió entre amigos y familiares. “Algunos los regalé, otros los cambié”, dice. En un bar del barrio realizó uno de estos trueques. “Lo hacemos todos los años: cada uno elige un número y luego se lo cambia al otro”, cuenta Javier Hernando, de 58 años, que reconoce que se gasta en torno a mil euros en lotería de Navidad. “Podríamos decir que a mí me tocó de rebote”, continúa Hernando. “Si no es por el pintor, me estaría tirando de los pelos”, bromea detrás de la barra del bar Javi’s, donde lleva atendiendo a los clientes más de un cuarto de siglo. “El premio nos vino de lujo. Cambia tormentos por tranquilidad”, añade. Cuando se enteró de su suerte, llegó a decir que se retiraría. “Yo estoy loca por dejarlo”, interviene su mujer, Cristina de Lope, que también carga con años de experiencia en cañas, raciones, cafés y cubatas. “Pues podríamos haber ganado más”, espeta Hernando, para a continuación contar cómo su mujer no compró otro boleto del mismo número porque se temía que su marido ya se hubiera pasado de presupuesto con la lotería.
Los hombres compran más lotería que las mujeres. No solo en las administraciones, sino también en la web, donde el 69% de los compradores son hombres frente al 31% de las mujeres. “Han pasado dos años y seguimos en el bar. No nos importaría venderlo, pero si no, esperamos a la jubilación”, agrega De Lope. “Es cierto que tras la lotería vivimos un poco mejor, pero nuestra rutina sigue siendo la misma”.
Definir la alegría que te invade cuando ganas un premio gordo de lotería es complicado. “Es una sensación indescriptible. Al principio piensas en todo lo que puedes hacer: ayudar a los hijos, asegurarte la jubilación, comprar un piso… Luego te das cuenta de que no da para tanto”, cuenta Efigenio Albaladejo, de 61 años, en la puerta de la bulliciosa administración número 12, donde compró el décimo. “Me faltaba un ocho y vine a buscarlo”, rememora. Viene de recoger setas. El día del sorteo también estaba en el campo. “Oí las últimas cifras. Llamé a casa, lo confirmé y seguí en el campo”, cuenta. El sorteo cayó en sábado, por lo que los boletos no se podían cobrar hasta el lunes. Ante la presión de perderlo, Albaladejo enterró el décimo premiado. “Qué iba a hacer con un boleto que valía 400.000 euros en el bolsillo; lo escondí”. Un par de días después lo recogió y cobró. “Soñaba que algún día me tenía que tocar”.
Tras la celebración, el champán y la tradicional foto en la puerta de la administración, empezó a notarse que El Gordo había caído en El Chorrillo; días después del sorteo comenzaron a aparecer embalajes de ordenadores, sofás, televisores o teléfonos en los contenedores del barrio. “Se repartió mucho por la zona”, recuerda el lotero Javier Gutiérrez. No conoce a todo el mundo que resultó premiado, pero sí a muchos. La gente con la lotería a veces miente. Algunos de los ganadores nunca brindaron porque no dijeron a nadie que habían sido agraciados.
“El Gordo pasó por mis manos y lo regalé”, explica Javier Gutiérrez, lotero de El Chorrillo
Aún es un misterio dónde cayó el 8.553, el segundo Gordo de la historia, en 1813. La lotería moderna comenzó a celebrarse el 4 de marzo de 1812, dos semanas antes de firmar la Constitución que popularmente se conoce como La Pepa. Desde entonces, ni Napoleón, ni la pérdida de las colonias, ni la Guerra Civil (se celebró un sorteo republicano y otro en el bando de los franquistas) han alterado este sorteo.
Javier Gutiérrez, el lotero de la administración de la calle del Chorrillo, se quedó sin boleto. “Pasó por mis manos y lo regalé”, cuenta estoico. Se tuvo que consolar con los obsequios que recibió: colonias, cenas y algún cheque. “Qué le voy a hacer. Por esta administración pasan más de 3.000 números. No puedo quedarme uno de cada”.
Una caja fuerte guarda los boletos del sorteo de esta Navidad. Este año se emiten 3.200 millones de euros en décimos. El 70%, 2.240 millones, se reparten en el sorteo. El resto se destina a gastos de gestión e impuestos. Además, desde 2012, los premios superiores a 2.500 euros tienen un gravamen del 20%. “El nuestro fue el último sin impuestos”, recuerda Gutiérrez. La gente pregunta por sus terminaciones favoritas en la administración número 12 de Alcalá. El 5 es la más premiada (32 veces), por delante del 4 y del 6, que han repartido dinero en 27 ocasiones cada una. “Es el efecto Gordo”, apunta Gutiérrez. No llega al nivel de Doña Manolita, la famosa administración madrileña.
El pintor sigue viviendo en el barrio. Ha reformado su piso, reconoce que ya no mira tanto el precio de las cosas y ha compartido el premio con sus familiares y amigos. Cumplió su palabra; compró el coche que había prometido: un BMW. Una vez al año invita a su familia a una mariscada. Además, ha comprado pisos a sus hijos y ha echado una mano a otros familiares. “Para mí todo sigue igual, solo que vivimos más tranquilos”, resume. Vivimos. En plural. Él no ha dejado de compartir lo que ha ganado. “Me siento muy identificado con el anuncio de la lotería de este año”, cuenta con emoción cerca de la frutería del barrio. Todo el mundo se saluda. Ropa de colores ondea al frío sol de invierno en El Chorrillo. “Todavía no me lo creo”, concluye. “Parece que todo haya sido un sueño, pero de qué vivimos si no es de los sueños”.
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