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Las bacterias moran en las entrañas de la Tierra

El taladro más profundo halla “intraterrestres” 2,4 kilómetros bajo el fondo marino

Javier Sampedro
El buque japonés Chikyu.
El buque japonés Chikyu.WIKIMEDIA COMMONS

No está resultando fácil hallar vida alienígena en otros planetas, pero a este paso acabaremos encontrándola en el nuestro. El taladro más profundo que se ha introducido nunca bajo el fondo oceánico –en una misión del Programa Internacional de Descubrimiento del Océano, IODP— ha encontrado bacterias a 2,4 kilómetros bajo el suelo marino junto a Japón. Allí abajo no hay mucho que hacer, realmente, y los microorganismos subsisten a base de una magra dieta de hidrocarburos y un aburrido estilo de vida cercano a la hibernación. Pero el caso es que allí están, y quién sabe cuánto más abajo. Ya tienen un nombre: los intraterrestres.

Este viaje microbiológico al centro de la Tierra es solo una de las pistas que la ciencia reciente viene obteniendo sobre la resistencia tenaz de los organismos a unas condiciones que no hace mucho se consideraban incompatibles con la vida. Desde el entorno radiactivo de las centrales nucleares hasta las fumarolas hidrotermales de las dorsales centro-oceánicas por donde emergen los gases hirvientes del infierno, las bacterias parecen estar por todas partes en las que hemos sido capaces de mirar. Los marcianos viven entre nosotros.

Los hallazgos del IODP se han presentado en la reunión de otoño de la Unión Geofísica Americana que, pese a su nombre, se celebra del 15 al 29 de diciembre en San Francisco, y es el mayor congreso del mundo sobre las ciencias de la Tierra y el espacio, este año con cerca de 24.000 asistentes. Los científicos del proyecto de taladro profundo pertenecen a la Universidad de Southern California, Caltech, el Jet Propulsión Laboratory de la NASA, el Instituto de Investigación del Desierto de Nevada (DRI) y el Rensselaer Polytechnic Institute en Nueva York, junto a científicos de dos institucionaes japonesas (CDEX y JAMSTEC).

La expedición 337 del IODP tuvo lugar entre julio y septiembre de 2012, frente a la costa de Shimokita, Japón. El buque japonés Chikyu, cuyo aspecto es vagamente similar a una torre petrolífera, introdujo un “taladro monstruo” –en palabras de los investigadores del IODP— que primero se sumergió a 1.180 metros hasta el fondo marino y después taladró la cifra récord de 2.400 metros bajo el fondo y a través de los estratos geológicos. Las muestras, por tanto, proceden de 3,5 kilómetros bajo la superficie del mar.

En esas profundidades inhóspitas, donde no llega un solo fotón de luz ni una molécula de oxígeno, con una presencia de agua poco menos que residual y muy poco que llevarse a la boca, los científicos han hallado unas bacterias insólitas, pequeñas y esféricas, y además han sido capaces de cultivarlas en condiciones de laboratorio y someterlas a una serie de experimentos microbiológicos.

La zona, situada en una cuenca oceánica formada por la subducción de la placa del Pacífico, había sido elegida porque estudios anteriores de tipo sismológico indicaban con fuerza la presencia de estratos de carbón a profundidades de unos dos kilómetros. Al moverse hacia dentro en los estratos, la temperatura va creciendo a un ritmo de 24 grados por kilómetro, de modo que las bacterias viven a unos 50 grados, lo que se puede considerar unas condiciones confortables, dadas las circunstancias.

Los científicos han hallado unas bacterias insólitas, pequeñas y esféricas, y además han sido capaces de cultivarlas en condiciones de laboratorio y someterlas a una serie de experimentos microbiológicos

Como las bacterias viven en un entorno de carbón e hidrocarburos, los investigadores razonaron que su sustento podía consistir en productos de la degradación parcial de esos compuestos, como el metano y otras moléculas pequeñas de carbono. Y dieron en el clavo: en condiciones controladas de laboratorio, los intraterrestres prosperan a base de esos pequeños compuestos de carbono (compuestos de metilo, técnicamente).

Su metabolismo –la cocina de la célula— está ralentizado hasta extremos próximos a la hibernación, y consumen la mínima energía indispensable para mantener sus funciones vitales. Tanto su alimento de sosos compuestos metilados como este metabolismo al ralentí son probablemente adaptaciones a las condiciones extremas de profundidad.

Los científicos tienen aún por delante mucha tarea, aunque de un carácter bien fascinante. No saben, por ejemplo, si hay una gran variedad de bacterias intraterrestres formando una compleja ecología en las entrañas del planeta, o si los pequeños microbios esféricos que han detectado son moradores solitarios de ese entorno. Sin duda los análisis genómicos responderán esta cuestión, y arrojarán luz sobre muchas otras.

Por ejemplo, ¿cómo llegaron allí las bacterias? Debido a la tectónica de placas, los estratos que hoy forman yacimientos de carbón en las profundidades fueron antaño zonas pantanosas de superficie. Tal vez las bacterias ya vivían allí en aquellos tiempos pretéritos, y simplemente se han hundido con su entorno siguiendo el destino tectónico de su entorno. O tal vez las bacterias han sido capaces, de algún modo, de viajar hasta allí abajo. Las afinidades genómicas de los intraterrestres con sus lejanos primos de la superficie indicarán el camino más probable.

Entretanto, el viaje microbiológico al centro de la Tierra deberá seguir hasta encontrar una profundidad realmente incompatible con la vida. Si es que tal cosa existe.

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