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tormentas perfectas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Estado del Kremlin

Europa no sabe cómo tratar al vecino ruso, tan peligroso como imprescindible

Lluís Bassets

El Estado de la Unión es una de las más genuinas ceremonias de la vida política estadounidense. El presidente pronuncia cada año ante las dos cámaras del Congreso un discurso en el que ofrece a sus conciudadanos la agenda legislativa, junto con un balance y unas orientaciones generales sobre la marcha del país. El objetivo central es la fundamentación de una idea obligada: el Estado de la unión es excelente.

Estados Unidos tiene el privilegio de ser imitado tanto por los amigos como por los adversarios. No hay país donde no se haya instalado una forma u otra de ceremonia similar. La Rusia poscomunista ha seguido el mimetismo, en su caso adaptado a la relevancia que tiene la jefatura del Estado en el país de los zares y los dictadores bolcheviques, tal como hemos visto el pasado 4 de diciembre. Como en Washington, en Moscú también asisten los parlamentarios, junto a las altas jerarquías del Estado, pero la ceremonia no se celebra en la Duma, sino en el Kremlin, acompañado de todo el boato tradicional. Y como en casi todos los países, el acto contiene un mensaje de afirmación y de orgullo nacional, que este año viene a justificar nada menos que la primera modificación unilateral y violenta de fronteras que se ha producido en Europa desde el final de las guerras balcánicas y a coincidir con el peor momento de la economía rusa desde la crisis de los 90, posterior a la disolución de la Unión Soviética.

La economía de Rusia está entrando en recesión y su mal estado es también malo para Europa
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A los europeos nos interesa ahora mismo tanto o más el Estado de la nación de la Rusia de Putin que el Estado de la Unión de Obama. Con Washington las relaciones son estrechas y claras, mientras que con Moscú son distantes y confusas. Rusia se ha zampado Crimea y amenaza con llevarse otro bocado de Ucrania, pero a la vez es la principal compañía del gas europea, un socio inversionista considerable, un mercado para nuestros productos, y también un agente internacional imprescindible para estabilizar Oriente Próximo o frenar el arma nuclear iraní. Es socio ineludible y a la vez un vecino amenazante que quiere derecho de veto sobre todo su antiguo imperio. No sabemos si estamos al borde de una nueva guerra fría o de inventar un nuevo tipo de relaciones a la vez de cooperación y enfrentamiento.

Después de escuchar a Putin, no cabe decir que Rusia se halle en buen estado. Su economía está entrando en recesión, el rublo cae por la pendiente y su industria petrolífera, 40% de los ingresos, sufre los devastadores efectos de unos precios declinantes. Todo ello debilita a Putin dentro de Rusia y enerva sus reflejos revanchistas y añorantes del pasado perdido de puertas afuera. El mal estado de Rusia es también malo para Europa, que no ha sabido encontrar la distancia y la forma exacta con que debe seguir tratando a este vecino a la vez peligroso e imprescindible.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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