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"Me frustra que en Europa la primera reacción sea siempre: 'No se puede"

El sociólogo francés Frédéric Martel ha recorrido el mundo estudiando cómo es Internet en cada país. Y ha vuelto a casa con un libro y una visión

Tom C. Avendaño

Sigue una serie de cosas que han pasado durante una semana de noviembre: en Nueva York, la megaestrella del pop Taylor Swift había retirado, con gran escándalo, su último y exitosísimo disco de Spotify, la plataforma más universal de cuantas permiten escuchar música legalmente, alegando que el modelo de suscripciones que proponen no le renta lo suficiente. Días después, en Washington DC, el presidente Obama se posicionó públicamente a favor de que la Comisión Federal de Comunicaciones ampare la conexión a Internet de las prácticas de las compañías telefónicas. Al poco, en China, el gigante del comercio electrónico Alibaba facturó 7.500 millones de euros en tan solo un día –lo mismo que El Corte Inglés en un año– en el cual ofreció grandes descuentos.

Ninguno de estos acontecimientos guarda relación entre sí en principio, salvo el hecho de que coincidieran en el tiempo. Hitos de parecida importancia han seguido produciéndose, imparables, ilustrando a cuántas velocidades se está asentando Internet en nuestro mundo y cuánto hay en juego en el proceso. Visto desde fuera, se diría que Internet sigue siendo ese experimento salvaje que todavía no conoce el sosiego de los inventos maduros. Visto desde los ojos del sociólogo francés Frédéric Martel, la cosa cambia. En su nuevo libro, Smart. Internet(s): la investigación (Taurus), el autor ha planteado una suerte de geopolítica propia de la Red, de la misma forma en la que en el best-seller Cultura Mainstream trazaba la geopolítica de la cultura globalizada. “Es curioso: la recepción de ambos libros no podría haber sido más diferente”, comenta durante una visita promocional a Madrid, agitándose en un sillón del Hotel de las Letras como si más que resumir sus investigaciones las estuviera predicando. “Mainstream se recibió como un libro polémico, quizá porque decía cosas como que la alta y la baja cultura habían dejado de diferenciarse y que la cultura de masas no es necesariamente mala. En Smart llego a conclusiones mucho más fuertes y nadie ha dicho ni mu”.

¿Cree que Internet es algo que se presta más a ser criticado?

Es falso que Internet nos haya unido. Todos vemos YouTube pero no  los mismos vídeos. Todos estamos en Facebook pero los niños de Sevilla no tienen amigos en Corea del Sur. Probablemente ni tengan amigos en Madrid

Es curioso: si escuchas a los consejeros delegados de GAFA [Google, Amazon, Facebook y Apple: las empresas más poderosas de Internet] y luego a los mayores críticos de la Red, como Raffaele Simone o Mario Vargas Llosa, verás que en el fondo opinan lo mismo. Creen que Internet es una conversación global a la que todo el mundo se tiene que sumar, que las fronteras han dejado de importar, el lenguaje también, y que el contenido tenderá a uniformizarse. Eso lo piensan los dos bandos. Y los dos se equivocan.

¿En qué sentido?

No estamos entrando en una conversación global. El contenido no se va a uniformizar por mucho que Google quiera porque el contenido no viaja bien por Internet. Por tanto, no es cierto que Internet nos haya unido más. No ha cambiado la relación que la gente tiene con su propia identidad, con su propia cultura. Sí, todos vemos YouTube pero no vemos los mismos vídeos. Sí, todos estamos en Facebook pero los niños de Sevilla no tienen amigos en Corea del Sur. Probablemente ni tengan amigos en Madrid.

Un cubano que viva en Madrid usará la Red no para vincularse con Cuba, porque allí no hay Internet, sino con Miami. Pero al final es un cubano hablando en español con otros cubanos. No hay revolución

En su libro dice que Internet será una palabra que acabará escribiéndose en minúscula y que  tendrá plural porque hay varios Internets. ¿Cómo los cuenta? ¿Hay uno español y uno estadounidense y uno francés…?

No, no es una realidad geográfica sino algo mucho más fragmentado. Internet es un vínculo a algo que es tuyo. Tu lenguaje. Tu cultura. Tu comunidad. Un cubano que viva en Madrid tendrá muchos vínculos no con Cuba, porque allí no hay mucho Internet, sino con Miami, que es donde están todos los refugiados cubanos con acceso a la Red. Ahí tienes ya tres países, o sea que en ese sentido Internet es global. Pero no supone una revolución. Al final es un cubano hablando en español con otros cubanos.

¿Cada Internet es una cuestión de identidad?

De identidades. Imagina a una intelectual pakistaní lesbiana que vive en Londres. Solo ella posee esta combinación de identidades y solo ella usará Internet para hablar con otros pakistaníes, y con otras lesbianas de cualquier parte del mundo, y con académicos de cierta materia y para buscar un café gay en Londres. A lo mejor en Internet es más famoso un café gay neoyorquino pero eso no le importa nada a esta chica porque no va a estar en Nueva York esta semana. Internet no es algo que se hizo en Silicon Valley y que le pasó a la gente sin que ellos tuvieran ningún control. Internet es algo que cada uno gestiona y que incluso dirige. Creo firmemente en que eso es lo que hay que proteger.

Si EE UU no regula la Red, tendrá que hacerlo Europa. Somos el mayor mercado de Internet en el mundo

¿Proteger de regulaciones o de los lobbies que rehúyen de ellas? Porque los segundos están ganando.

La falta de regulaciones lleva a monopolios y un Internet monopolizado no sirve de nada. Así que, sí, hay que regularlo. El matiz es que uno no puede regular un territorio tan global como este. Hay que regular a los que juegan en él. Las corporaciones, GAFA, los gobiernos… Hacerlo no es una cuestión de izquierdas. Es la cuarta enmienda a la Constitución de Estados Unidos. Es lo que Roosevelt hizo en los años treinta al poner las frecuencias de televisión y radio en manos de la Comisión Federal de Comunicaciones, que es lo mismo que Obama quiere hacer con Internet. Son las normas básicas de esa Comisión, y de la de Comercio, y de la división antimonopolios del Departamento de Justicia. Me dicen que peco de ingenuo, que EE UU no funciona así, pero soy optimista.

No soy un loco de izquierdas que vaya a votar a Podemos tras esta entrevista. Creo en la economía pero tan importante como la libertad es que haya igualdad de condiciones.

¿Optimista porque sí o porque tiene algún indicio de que un país tan liberal quiera regular uno de sus inventos más rentables?

Estados Unidos ya ha pasado por esto. Fue en los años cuarenta, cuando los estudios de cine llegaron al Tribunal Supremo y se emitió el Veredicto Paramount, que decía que una misma empresa no puede poseer el estudio que hace una película y el cine en el que se exhibe esa película. Eso terminó con el sistema de estudios que regía ese invento tan nuevo que era el cine. Lo mismo que le pasó a Microsoft (y Google solo pudo erigirse sobre el hueco que había dejado Microsoft). Hay miles de procesos judiciales contra Google y Apple ahora mismo. No lo sabes porque son cosas muy técnicas que muchas veces dependen de tribunales estatales.

¿La regulación debe depender de Estados Unidos?

Si no lo hacen ellos, tendrá que hacerlo Europa. En cierto modo ya nos están pidiendo que lo hagamos. El diálogo existe: cuando entrevisté a la Comisión Federal de Comercio para el libro me dijeron que cada decisión que se tomaba sobre Internet se consensuaba con la Comisión Europea.

¿Por qué Europa?

La Unión Europea es el mayor mercado de Internet en el mundo. Estados Unido es un mercado clave, pero el más poderoso somos nosotros. Dilma Rouseff intentó aislar el Internet brasileño de Estados Unidos [con una serie de medidas que comprendían desde construir cables submarinos que no rebotaran la señal a EEUU hasta encriptar el correo brasileño]. Desistió. Los servidores que su propia gente usa están por todo el mundo y si aislaba Internet, si lo balcanizaba, estaría regulando contra su propio país. Pero Europa tiene otro tipo de herramientas.

Lo que más me frustró de la Comisión Europea es que la primera reacción de la gente allí es: “Eso es imposible, no podemos hacerlo”. Angela Merkel cree que se puede. Hollande… no entiende mucho de Internet

Usted ha aconsejado a José Manuel Barroso en estos aspectos. ¿La Comisión sabrá estar a la altura?

Una de las cosas que más me frustraron en mi trabajo es que la primera reacción de la gente allí es: “Eso es imposible, no podemos hacerlo”. Todo se puede intentar. Todo debería poder debatirse. Y no soy un loco de izquierdas que vaya a votar a Podemos tras esta entrevista. Creo en la economía pero tan importante como la libertad es que haya igualdad de condiciones. Hablamos de cosas simples. Que las sedes financieras estén en países como Irlanda para ahorrar impuestos, por ejemplo, es un problema. También está la llamada reterrenalización de los datos: de la misma forma que se debe impedir que Google no cruce los datos que saca de tus búsquedas con los que lee en los correos que envías por Gmail, debería impedirse que los datos que sacan de Europa se queden en Europa. Angela Merkel piensa así. Hollande… no entiende mucho de Internet.

¿Entiende menos que Sarkozy?

Con Sarkozy me peleé mucho por la forma en la que combatió las descargas ilegales, cuando pretendía detener a los piratas. Se equivocaba moralmente, como la Asociación de Cine de Estados Unidos (MPAA). ¡Pretendía encarcelar a niños por acceder a contenido que ni siquiera estaba disponible de forma legal! El copyright no es una ley que se deba implementar de esa manera.

Ese debate se ha aparcado últimamente pero tampoco se ha llegado a una solución.

Es un problema con tres pilares. El primero es ofrecer contenido de forma legal a precios razonables a través de Internet. En el caso de la música está prácticamente resuelto, con Spotify y Deezer. Pero en el caso de las series de televisión, no. Ni pagando puedes acceder a ellas con la misma libertad. Estás prácticamente obligado a piratear. El segundo pilar es combatir la piratería penalizando no a los usuarios sino a las empresas que se benefician de las descargas. Y el tercero es el más complicado: reinventar el modelo económico de la industria cultural. Es decir, conseguir que el dinero no se quede solo en el distribuidor de contenidos (Google, Apple, Netflix…) ni en la empresa que te facilita el acceso a ese distribuidor (Teléfonica, ComCast, Orange…), sino que vuelva al productor de los contenidos. Fox, Universal, o EL PAÍS.

Silicon Valley necesita que los creadores de contenido cobren. Si no, se extinguirá. Apple y Google han intentado que hacer de intermediarios con iTunes y YouTube, pero no han podido. Ese no es su trabajo

Netflix está jugando a cambiar el modelo y ser productor y distribuidor a la vez y le está saliendo bien. House of cards y Orange is the new black, dos de sus series, son de las más reverenciadas hoy.

Pero para lograrlo, Silicon Valley ha tenido que salir de San Francisco y tirar de profesionales de Hollywood. Es una alianza entre las industrias, no un nuevo modelo. Silicon Valley no hace, y nunca hará, contenidos. Tienen que conseguir que alguien se los produzca y asegurarse de que ese alguien cobre dinero. Lo necesitan o se extinguirán. Apple, a través de iTunes, y Google, a través de YouTube, intentaron que la gente cobrara por producir contenido pero ninguna de esas iniciativas ha cuajado porque no debería depender de ellos.

¿Entonces no le parece que el futuro esté en la llamada tasa Google que obliga a buscadores y agregadores de noticias a remunerar a los editores?

Google necesita noticias así que necesita buscar una forma de que las noticias estén financiadas.

¿A usted eso de periodismo subvencionado por empresas privadas le suena bien?

Con un poco de regularización, podría establecerse una tarifa universal para los productores de contenidos, independientemente del contenido. Debería salir de las telefónicas y los distribuidores –Google y Netflix–, que son los únicos que se benefician de esta actuación. Pongámosle que destinan un 10% de sus beneficios a los creadores de contenidos. A Fox, Universal, EL PAÍS y el tío que hace cortos en su casa. Ellos aún tendrían el 90% y nosotros, todo.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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