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La tienda de la frustración

Cuarta entrega del diario de viaje del periodista de la ONG, desplazado en el hospital Elwa3, donde se trata a enfermos de ébola en Monrovia, Liberia

Annie Hallie, paciente curada de Ébola.
Annie Hallie, paciente curada de Ébola.Fernando G.Calero/MSF

El domingo quedé con Margareta, una periodista de la radio pública sueca que quería visitar nuestro centro de tratamiento de ébola. Había llegado un viernes y al día siguiente, con cara de no haber descansado mucho y con el miedo lógico que todo el mundo tiene al llegar a Monrovia, se pasó por la oficina para reunirse con nosotros. La primera toma de contacto con los periodistas sirve para explicarles qué es lo que van a ver cuando lleguemos al centro. Por un lado, pretendemos que entiendan el funcionamiento general del mismo y que nos cuenten el enfoque específico que le quieren dar a su trabajo. Estos preliminares nos permiten ahorrar algunos pasos innecesarios al día siguiente y localizar a las personas que mejor les cuenten lo que necesitan saber.

Pero lo más importante es que salgan de la oficina con una idea más o menos clara de lo que van a poder hacer y de lo que no, por respeto a la privacidad de nuestros pacientes, pero también por su propia seguridad.

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Después de nuestra charla, decidimos que haríamos la visita en dos días: la primera tendría lugar al día siguiente y en ella entrevistaría a Amie Subah, una de los 15 supervivientes que se han unido al equipo de Médicos sin Fronteras (MSF) tras haber superado la enfermedad. El haber estado en la misma situación que ellos y el no poder contagiarse de nuevo, unido al hecho de tener ciertas competencias profesionales, convierte a personas como Amie en los candidatos ideales para ofrecer apoyo psicosocial a los pacientes y a sus familias. Y ese era justamente el enfoque que buscaba Margareta.

Al día siguiente nos encontramos en la puerta del Elwa3. Llegaba empapada en sudor por culpa del calor y la humedad, y supongo que también por los nervios y la falta de aclimatación. A mí me pasó lo mismo. Salí a recibirla y le pedí que me acompañara hasta el lugar donde trabajan Amie y el resto de su equipo. Pareció dudar por un momento.

-¿Prefieres que hagamos primero el recorrido y luego vamos a ver a Amie?, le sugiero.

- Pues casi mejor que sí…. si no te importa, responde.

- No, claro que no. Vamos.

Entrar a un centro de tratamiento de ébola no es como entrar a hacer la compra en un supermercado, que puedes comenzar por el pasillo que te dé la gana y dar todas las vueltas que te plazca hasta que acabes pasando por caja. La verdad es que debería haberme dado cuenta. Cambiamos la ruta y fuimos a ver en primer lugar a nuestros promotores de salud: Samuel, Jaycee y compañía.

Los promotores de salud son quienes tienen el primer contacto con los pacientes o con sus familias y establecen el primer filtro para saber si quien llega es susceptible de pasar al área de ‘triaje’, que es donde los enfermeros deciden si una persona cumple con los requisitos para que le hagan las pruebas del ébola. Y son quienes hacen la importante labor de distribuir y explicar a los familiares cómo usar los paquetes de autoprotección. Estos estuches contienen varios pares de guantes finos y gruesos, cloro al 0,5 para la desinfección de la casa y al 0,005 para lavarse las manos, mascarillas, un traje de protección básica y jabón, y se pueden emplear si alguien comienza a tener vómitos o diarrea.

La siguiente etapa en nuestro recorrido es el área de salud mental. Aquí varios compañeros liberianos ofrecen información y apoyo psicológico a los familiares, y es donde se organizan las citas entre estos y el paciente, manteniendo la distancia de seguridad que marcan las vallas de plástico naranjas, y sólo en el caso de que este se encuentre suficientemente bien como para poder verles.

Trabajadores de MSF junto a “La tienda de la frustración”.
Trabajadores de MSF junto a “La tienda de la frustración”.f.c.

Después pasamos por delante de esa carpa a la que después de cuatro meses nadie le ha puesto todavía un nombre oficial. Simboliza una especie de fallo en el sistema que sirve para ilustrar uno de los problemas más importantes que afectan ahora mismo a Liberia (también a Sierra Leona y a Guinea): la falta de hospitales, recursos y profesionales para atender todas aquellas necesidades médicas y enfermedades que no estén directamente relacionadas con el virus. Sí, claro que la gente se muere a causa del ébola, pero la malaria está ahí fuera, y sabemos que si no se trata también te puede matar. Los partos con complicaciones no han dejado de producirse, pero sin ginecólogos ni matronas que puedan atenderlos, las mujeres y sus bebés seguirán muriendo. Las personas con VIH/sida necesitan antirretrovirales para poder vivir, y quienes tienen enfermedades crónicas precisan de médicos que puedan hacerles seguimiento y prescribirles los medicamentos que necesitan. Sin embargo, la mayoría de los hospitales están cerrados, los que han logrado reabrir no admiten a pacientes sospechosos de portar el maldito virus, y el personal sanitario tiene miedo de volver a sus puestos de trabajo; han perdido a muchos compañeros en los últimos meses y saben que el virus no se ha ido, así que muchos de ellos no están dispuestos a seguir arriesgando sus vidas.

Me asomo discretamente por la puerta de la que a partir de ese día empecé a llamar la tienda de la frustración y a menos de dos metros me encuentro con un paciente en bastante mal estado. “No podemos entrar Margareta. Hay alguien dentro y creo que no está bien”, le explico. De pronto, me asalta una duda. Me quedo pensando por un momento y entreabro de nuevo la puerta para comprobar si estoy en lo cierto. ¡No puede ser, es el hombre del otro día! Pero, ¿por qué está aquí otra vez?

- Rose, ¿el paciente que está ahí dentro es…?, le pregunto.

- Sí, es el mismo. Le trajeron de nuevo ayer, le hemos hecho los dos test y sigue dando negativo, me dice la enfermera antes de que termine siquiera la frase.

- Pero está muy mal, insisto.

- Sí, ya lo sé. Y lo peor es que probablemente se va a morir. Pero no tiene ébola. No podemos hacer nada por él.

- Y entonces, ¿se muere y ya está?, le respondo sin poder asimilar lo que me acaba de decir.

- Cuando le trajeron por primera vez decidimos hacerle las pruebas, porque a pesar de que no había tenido contactos con ningún enfermo, sí tenía fiebre, vómitos y otros síntomas que le hacían susceptible de portar el virus. Una vez en el área de sospechosos (donde esperan 24 horas junto a otros pacientes en la misma situación a los resultados de sus pruebas), le quitamos la camiseta para ponerle ropa limpia y descubrimos que tenía laceraciones por todo el cuerpo, heridas abiertas y signos de haber sido torturado. Según nos contó otro paciente que habló durante esa noche con él, parece ser que le habían detenido por haber robado y que la habían molido a golpes mientras le mantenían atado con cuerdas a una silla. De ahí los vómitos y la fiebre. Cuando sus resultados dieron negativo, le sacamos del área de pacientes sospechosos, que fue cuando le viste la otra vez, y le trajimos aquí. Y después de hacerle una cura y desinfectarle, le enviamos al hospital JFK con la esperanza de que allí le atendieran. Ya sabes, es lo mismo que hacemos con todos: les referimos a un hospital esperando que reciban la atención que necesitan y pagamos sus facturas. No podemos hacer más: esto es un centro de tratamiento de ébola y MSF tiene puestos todos sus recursos en esta emergencia. Por eso pedimos tan insistentemente que otras organizaciones ayuden a reabrir los hospitales. Nosotros también hemos empezado a hacerlo.

- Ya Rose, ¿pero por qué está de vuelta aquí si no tiene ébola? Y sobre todo, ¿por qué dices que se va a morir?

- Pues se va a morir porque probablemente necesite cirugía, y a día de hoy no hay ningún centro médico que cuente con cirujanos que puedan operarle. Y porque necesita que alguien le limpie las heridas y le cambie los vendajes todos los días. Y tampoco hay personal médico que lo haga.

- ¿Y por qué nos lo mandaron de vuelta?

- “Pues porque empezó a vomitar de nuevo y allí siguen convencidos de que tiene ébola, así que le hicimos nuevos análisis por si hubiera desarrollado la enfermedad en estos días. Pero ya lo estás viendo: si está en esa tienda es que ha vuelto a dar negativo. Como sigamos así, aunque sea por pura insistencia, al final va a acabar por contagiarse. En el estado que está, y compartiendo espacio con pacientes que probablemente sí tengan ébola, al final le tocará la lotería. Aunque ahora mismo ese el menor de sus problemas”.

- ¿Y qué vais a hacer ahora con él?

- Pues le vamos a referir a otro hospital, el SOS. Y allí probablemente ocurra lo mismo que en el JFK. No recibirá la atención adecuada y al final fallecerá. Y sí, lo peor de todo es que ni siquiera ha cumplido los 18 años.

Jaycee y Sonnie, promotores de salud de MSF.
Jaycee y Sonnie, promotores de salud de MSF.F. C.

Dejamos atrás a Rose con el ánimo bastante más bajo y continuamos en silencio con la visita hasta que llegamos al lugar donde nos esperaba Amie Subah, una mujer excepcional que está sumamente orgullosa de poder ayudar a sacar adelante a otras personas que lo están pasando muy mal.

"A menudo, vemos niños de la edad de los míos a los que se les escapa poco a poco la vida sin que podamos hacer nada por ellos. Pero cuando entro ahí y consigo que algunos de ellos se levanten, que coman o que caminen un poco, yo ya sé que ese día mi trabajo habrá valido la pena. ¡Y además no todo son noticias negativas! El sábado dimos de alta a cinco personas en una misma tarde. Y si no hago mal las cuentas, que yo estoy casi segura de que no, ya somos más de 450 las personas que hemos logrado dar esquinazo al virus en este centro”, le explica Amie a Margareta.

Y sí, no podría estar más de acuerdo con Amie: Elwa3 es un lugar que siempre logra provocarte una mezcla de emociones. Aquí la felicidad raramente es completa, y sin embargo, la cantidad de historias de superación que te encuentras cada día, unidas a la enorme dedicación que le ponen todas estas personas a su trabajo, hacen que en MSF todos sintamos que este es uno de los lugares donde tenemos que estar ahora mismo.

Fernando G. Calero es periodista y trabaja en Médicos sin Fronteras. Escribe desde el Elwa3, el centro para pacientes de Ébola de MSF en Monrovia, Liberia.

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