Subastas, el último mercado ‘online’
Las subastas se han vuelto más democráticas: puede participar cualquiera que tenga unos cientos o miles de euros ahorrados
El sitio de Barcelona es la estrella de una tarde casi otoñal: por ese oscuro cuadro del siglo XVII piden 70.000 euros. Es uno de los 302 lotes que subasta Balclis. En su sala hay cien sillas plateadas, refrescos gratis, muebles y cuadros; y gente que de vez en cuando levanta una mano para hacer una oferta. Manos en competencia con las de los empleados que, desde la mesa lateral, atienden a los teléfonos o miran las pantallas. Porque esos compradores que sostienen en la mano un zumo de melocotón o el catálogo en papel rivalizan con otros, inconcretos, pixelados y más o menos lejanos. Así son las subastas ahora: un vasto territorio fronterizo, entre una realidad y la otra, virtual.
“Las subastas de arte han sido durante muchos años, si no siglos, un mundo pequeño, reservado a la élite y poco transparente”, me explica Juan A. Rodríguez Gamero, miembro del departamento de marketing, “el desembarco de empresas puntocom ha tardado en llegar, pero ha cambiado las reglas del juego”. Yo he seguido la primera parte de esta subasta, de hecho, desde casa: la cámara sólo mostraba a la señora del mazo, te perdías esos nervios que palpitan bajo la calma aparente y esa saturación de madera maciza, marcos dorados, quilates de antigüedad. “Invaluable da acceso a más de 160.000 subastas anuales de arte y antigüedades”, prosigue, “otras, como Artprice, sirven como base de datos universal de los resultados de las subastas, permitiendo estimar casi matemáticamente el precio de martillo de una obra o autor determinado. Otras como Barnebys.com han replicado el modelo de éxito de los comparadores turísticos llevando tráfico directo y potenciales compradores a las casas de subastas”. Han pasado casi 20 años desde que eBay vendió su primer objeto: un puntero láser estropeado. Y más de 10 desde que compró PayPal.
Cruzo la calle. Sedart.com cuenta con 7.000 visitas diarias y 45.000 usuarios registrados. No obstante, la empresa de subastas online más importante de España acaba de inaugurar su segunda sede en Barcelona. ¿No es una paradoja que ocupe un local en la calle Rosellón, junto a las casas más tradicionales de la ciudad? “El local potencia la marca y ofrece seguridad al vendedor”, me responde Marina Pelegrí, socia fundadora, “a su vez, el cliente comprador puede recoger directamente las piezas y tener un asesoramiento personalizado”.
Las subastas se han vuelto más democráticas: puede participar cualquiera que tenga unos cientos o miles de euros ahorrados, presencialmente o por control remoto. Y más globales: algunos de los mirós de esta velada habrán ido a parar a Rusia o a China. Como ocurre en el universo del ilusionismo, la transparencia no ha eliminado la magia: ha habido momentos de adrenalina, cuando se avecinaban las obras más preciadas o cuando se sucedían las manos levantadas. Nadie ha querido pagar los 70.000 euros de El sitio de Barcelona. En persona o a través de Internet, a partir de mañana, irán apareciendo posibles compradores. Las subastas nunca terminan, pese a ese golpe seco (clac) del último mazazo.
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