Cuando los hoteles eran la casa de las estrellas
Hubo una época en la que, a falta de espacios nobles en alquiler, astros como Nabokov o Marlene Dietrich residían en suites y pasmaban al personal con sus manías
A mediados de octubre de 2002, la exmujer de Richard Harris recibió una llamada desde el londinense Hotel Savoy, donde el actor llevaba 15 años residiendo. Al parecer, el cartel de no molestar había estado colgando del pomo de su puerta durante más de una semana. Conociendo el carácter de su más célebre y cascarrabias inquilino, los miembros del staff no osaban siquiera llamar a la puerta. La ex llegó, entró en la suite del actor y se lo encontró en el suelo agonizando. Llegó una ambulancia, y al llevarse a Harris en camilla pasaron por delante del restaurante del hotel, donde en aquellos momentos se estaba sirviendo el almuerzo. Entonces, Harris recuperó la conciencia y al ver a todos los comensales observándole sobre la camilla, exclamó: “¡Ha sido la comida!”.
El actor fue una de las últimas celebridades que hicieron del hotel su hogar. Lo que fuera práctica habitual a principios del siglo XX, debido a cuestiones de estatus, comodidad, pero también a la escasa oferta de espacios nobles en alquiler, se convirtió, pasada la II Guerra Mundial, en una opción bohemia y artística. Hacia finales del siglo pasado era ya solo una mera excentricidad residual. Margaret Thatcher se recuperó de una operación en el Ritz londinense, eliminando todo el glamour que le quedaba al asunto. Treinta años pasó Coco Chanel en el Ritz parisiense. En el Lancaster de la misma ciudad vivieron Marlene Dietrich y Salvador Dalí, y en el Royal Monceau residió Omar Sharif, quien pagaba solo la factura de cinco meses cada año, pero se gastaba la friolera de 500 euros a la semana en bebidas.
De los más de 200.000 euros que abonó Beckham en el madrileño Santo Mauro durante su estancia, solo 80.000 fueron en alojamiento. El resto, extras. En el Montreux Palace pasó los últimos años de su vida Vladimir Nabokov, quejándose cada dos por tres del ruido que hacía en el piso de arriba el actor Peter Ustinov. En la suite Sunset del Hotel Elysée de Nueva York vivió y murió Tennessee Williams. En el Ritz barcelonés pasó sus últimos días, rodeado de sus chihuahuas y dibujando, el gran Xavier Cugat. Al Chateau Marmont de Los Ángeles se mudaron desde John Belushi (murió allí, tras zamparse unas lentejas y un chute de heroína en el cercano bar Rainbow) hasta Robert de Niro. En el Roosevelt de la misma ciudad se alojó durante largas temporadas Marilyn Monroe. Cuando le preguntaron por qué residía allí, respondió: “Todo en la vida es cuestión de apariencia, ¿no?”. Tras fallecer la diva, el espejo que decoraba su alcoba fue instalado en el hall.
En el Montreux Palace pasó los últimos años de su vida Vladimir Nabokov, quejándose del ruido que hacía en el piso de arriba Peter Ustinov. En el Roosevelt neoyorquino se alojó durante largas temporadas Marilyn Monroe
“Prácticamente ya no residen clientes de manera permanente en el hotel. A veces, puede instalarse algún directivo de alto nivel de cualquier sector económico mientras encuentra una residencia de su gusto en la ciudad”, informa Paloma García, relaciones públicas del madrileño Westin Palace, uno de los hoteles con más historia de este país y que, en el pasado, contó entre sus más ilustres residentes con el escritor y articulista Julio Camba. “Vivió en el hotel los últimos 16 años de su vida. Su habitación era su casa, la camarera de pisos que limpiaba su habitación, siempre la misma, Margarita. Antes de llegar a ser un escritor tan reconocido, alguien le preguntó qué le gustaría hacer si fuera rico. Camba contestó que vivir en el Palace. Lo consiguió. Alguien pagaba su habitación, situada en la tercera planta con vistas al Congreso y la Plaza de Cánovas del Castillo”.
Aunque quede poca gente que viva en un hotel y los que hoy lo hacen son más que nada carne de artículo sobre desequilibrios mentales –la jubilada que pasó diez años en un hotel de Florida porque, simplemente, se sentía a gusto, o la pareja que estuvo durante 22 años residiendo en varios Travelodge de distintos países–, según Santigo Martín, del barcelonés Hotel Majestic, aún se pueden distinguir ciertos perfiles entre quienes optan por hacer del hotel su hogar. “El hotel de gran lujo, para grandes fortunas con demandas muy especiales. Los aparthoteles, que serían la tipología mas habitual hoy en día, ya que ofrecen un servicio de cocina y se adapta a sus necesidades, y las pensiones y hoteles de categorías bajas, para clientes con poco poder adquisitivo y con problemas para conseguir un contrato de alquiler”. Uno de los huéspedes más célebres del Majestic fue Antonio Machado. Con el fin de conmemorar el 75º aniversario de su muerte, el hotel ha puesto el nombre del autor de Campos de Castilla a una de sus suites.
En el Lancaster de París vivieron Marlene Dietrich y Salvador Dalí. De los más de 200.000 euros que abonó Beckham en el madrileño Santo Mauro durante su estancia, solo 80.000 fueron en alojamiento. El resto, extras
Mención aparte merece el Chelsea Hotel de Nueva York. Inaugurado en 1880 e ideado como una comuna de artistas a imagen y semejanza de las concebidas por el utópico socialista Charles Fourier, en sus habitaciones escribió Dylan las letras de Blonde on bonde, murió Nancy Spungen, fornicó Leonard Cohen, consumió Janis Joplin y más recientemente Joseph O’Nell escribió Netherland, una de las novelas preferidas de Obama. En la habitación 614 concibió Arthur Miller Después de la caída, y unos pisos más abajo, Andy Warhol rodó Chelsea girls. “El Chelsea es como la Ellis Island de las vanguardias”, recuerda Sherill Tippins, autora de Inside the dream palace, un volumen en el que se cuenta la historia de este mítico establecimiento, clave para entender la esencia de la cultura norteamericana del último siglo. “Más que un hotel parecía un experimento sociológico que a veces funcionaba, y otras no. Cuando las cosas iban bien, aquello era imparable”.
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