_
_
_
_
EL PULSO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Elogio de la exmujer

Si nuestras democracias no fueran tan imperfectas todavía, deberían incluir entre sus reglamentaciones la obligación de todo gobernante, o aspirante serio, de divorciarse cada tanto

Martín Caparrós
El presidente francés François Hollande, brinda con su ahora exnovia, Valérie Trierweiler.
El presidente francés François Hollande, brinda con su ahora exnovia, Valérie Trierweiler.Fred Dufour (Getty)

Cuando una mujer pasa de ser mi mujer a ser una mujer, es probable que termine siendo esa mujer. Y todo por convertirse en ex: para muchos hombres –sobre todo los públicos– no hay mayor peligro que su mujer vuelta exmujer.

Los ejemplos abundan. Una mujer que los medios definen como exnovia de Jordi Pujol Ferrusola se pasea por los juzgados contando trapicheos con bolsas de dinero y hunde más todavía la causa de su ex, ahora expolítico, y con ella, dicen muchos, la de millones de catalanes. Una exmujer del futuro exvicepresidente de la Argentina, Amado Boudou, lo denuncia porque falsificó la documentación de su coche –para excluirlo del reparto de bienes– y, en la opinión pública, el exfuturo pasa de ladrón de guante blanco a ratero de cuarta. En síntesis: el ritmo político de mis dos países viene marcado, estas últimas semanas, por el canto de las exmujeres. Y el modelo se repite en todas partes.

La exmujer es el arma más letal: poder de la pasión cuando se vuelve piedra. La exmujer suele ser la mujer abandonada: machos alfa borrachos de soberbia que creen que pueden tirar a su señora por la borda y ella no va a hacer sino extrañarlo mientras borda calceta y se enjuga las lágrimas. En cambio grita, revela, se rebela.

La exmujer sabe. La exmujer participó de los secretos: a veces porque su exhombre, maleable, confiado en el futuro, se los contó como una prueba de su amor; otras porque ella misma, dura, desconfiada, los buscó como una garantía de su supervivencia; otras, por fin, porque fue cómplice. En cualquier caso, la exmujer sabe lo que su exhombre tenía que ocultar –y, en general, está dispuesta a divulgarlo.

En un mundo donde los programas políticos de unos y otros se confunden, donde el criterio más usado para juzgar la acción de un partido parece ser la tasa de pillaje de sus funcionarios, la corrupción se ha transformado en la vara que todo lo mide: tres cuartos de la discusión política consisten en debatir quién roba qué.

Para saberlo, se supone, el periodismo. Sabemos: las investigaciones periodísticas consisten, en su gran mayoría, en recibir de un excamarada, aliado o socio del fulano en cuestión los soplos y los papeles que prueban que ese antes amigo ahora enemigo hizo tal o hizo cual. La exmujer es el caso perfecto: su saber, sus rencores, la convierten en la forma más clara de llegar al corazón de ciertos hombres –cual puñal afilado– y echarlos de su paraíso –que suele ser fiscal. La exmujer se ha transformado en el mejor aliado de la transparencia democrática.

Su amenaza pende. Por eso, ahora, quien emprenda una carrera política debería plantearse seriamente la posibilidad de elegir una de dos: o casar hasta que la muerte lo separe o no mezclarse. Por algo la Iglesia de Roma, siempre tan sabia en materia de conspiraciones y de patrimonios, teme como la peste el matrimonio de los suyos y obliga a sus políticos al celibato estricto –o al menos aparente.

Mientras, para los más débiles, los que cayeron en la trampa habitual, la mujer –potencial exmujer– acecha, es el peligro. Pero se sabe: peligro para algunos, panacea para otros. Si nuestras democracias no fueran tan precarias, tan imperfectas todavía, deberían incluir entre sus reglamentaciones la obligación, para todo gobernante o aspirante serio, de divorciarse cada tanto. Si su ex, en ese trance, no dijera nada, su probidad quedaría demostrada: habría superado la prueba de la exmujer, la máxima ordalía.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_