Blasfemia
Invocar la memoria de una legítima coalición entre partidos legales para desacreditar a otra legítima coalición entre partidos legales, significaría arrojar blasfemia
No es la primera vez. Estamos tan contentos, con una jarra de gazpacho en la nevera y la ilusión cotidiana de una siesta larguísima, cuando nos encañonan a traición. Manos arriba, esto es un atraco. En 2010 fue la reforma que convirtió el control del déficit en norma constitucional. En 2014, Rajoy nos ha colado, entre el gazpacho y la siesta, un bonito proyecto de pucherazo. Y se ha atrevido a envolverlo en el sacrosanto, indiscutible prestigio que posee el término “regeneración” en la cultura democrática española.
En un país normal, este planteamiento resultaría, más que una indecencia, una blasfemia política. Pero como aquí los libros de texto afirman que Antonio Machado murió en el extranjero, tan ricamente, no ha pasado nada, aunque eso no significa que no vaya a pasar. Porque si el atraco que proyecta el PP para retener sus alcaldías más importantes a seis meses escasos de las municipales, llegara a consumarse, el partido más reacio a la recuperación de la memoria histórica se convertiría en su más firme adalid.
Si la elección automática del candidato más votado, con techo del 40% —y ya puestos, ¿por qué no del 50%?, ¡ah!, ya, las encuestas...— y sin segunda vuelta, veda las coaliciones entre grupos municipales, la oposición se verá forzada a integrar candidaturas electorales unitarias. Entonces, sean éstas las que sean, el PP agitará el fantasma del Frente Popular. En un país normal, invocar la memoria de una legítima coalición entre partidos legales para desacreditar a otra legítima coalición entre partidos legales, significaría arrojar blasfemia sobre blasfemia, pero a nosotros nos ha tocado vivir en un país anormal. Total, que espero que hayan descansado mucho en sus vacaciones. Ser español vuelve a ser una tarea agotadora, y eso que acaba de empezar septiembre.
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