La asignatura pendiente de Silicon Valley
En un mundo donde los hombres tienen el poder, las empresas empiezan a lanzar planes para atraer a más mujeres
Las empresas del Valle pelean por el talento. Y como parten de la idea de que si un empleado es feliz rendirá más, los horarios son flexibles y es habitual trabajar desde casa. Pero no siempre se juzga con la misma flexibilidad. Marissa Mayer dejó Google hace dos años para ser consejera delegada de Yahoo! Coincidió con la llegada de su primer hijo. No hubo baja por maternidad, tan pronto como tuvo al bebé y se repuso comenzó a llevarlo al trabajo. Hace un mes llegó tarde a una reunión a primera hora, y ese día fue la comidilla de las conversaciones.
Las cifras no ayudan a las mujeres en Silicon Valley. Google, empresa puntera y símbolo del progreso de la zona, no llega al 30% de mujeres en su plantilla. En Twitter y Yahoo! se da la misma circunstancia. Facebook no aporta esos datos. Según los cálculos de Tracy Chou, analista de datos, en Etsy, FourSquare, Pinterest, Mozilla, Airbnb y otras startups punteras, solo el 12,42% de los puestos técnicos son para mujeres. Eso sí, las licenciadas en Ingeniería en EE UU son el 17%.
Carla Pérez Vera (Gran Canaria, 1986), responsable de comunicación y relaciones públicas de StepOne, lleva tres años en San Francisco. Ella sabe que aquí la exigencia es alta: “A pesar de que las mujeres están consideradas casi igualitariamente a los hombres, no todo es de color de rosa. Las mujeres sufren acoso, ya sea de carácter sexual, como psicológico. Se las valora con estándares mucho más altos, y se les pide que puedan tenerlo todo: familia y trabajo, y que lo hagan de manera impecable”.
Mayer y Sandberg demuestran que algo ha cambiando, pero solo en lo más alto
“Es un campo dominado por hombres. Las empresas en el área de la bahía, para crear un equilibrio en sus empleados, se esfuerzan en buscar determinadas habilidades y talentos especialmente en mujeres. La perspectiva femenina en empresas tecnológicas es necesaria para mejorar la toma de decisiones, aportar ideas de cambio, aumentar la productividad, etcétera", insiste Viridiana Garza, responsable de español en Prezi, una startup que nació en Budapest y ahora opera en el corazón del software. Descarta que exista sexismo.
Raquel Romero, ingeniera de Guadalajara (México), entró en Google en 2007. Estaba embarazada de su segundo hijo y en ningún momento sintió que aquello fuera un impedimento para la contratación. “Tenemos programas para minorías, para detectar talentos y promoverlos entre afroamericanos, asiáticos, mujeres, pero no es la única solución. A largo plazo lo que hace falta es que no se vea como algo masculino”, subraya.
Las soluciones para paliar este déficit no parecen siempre las adecuadas. La caravana de mujeres que realizó web de citas, para paliar la escasez de mujeres en Silicon Valley. Suena más a estrategia publicitaria, con cierto escarnio y provocación, que a remedio.
A las cifras se le suma que cada tiempo salen a la luz escándalos relacionados con el machismo en empresas. El calvario de Julie Ann Horvath comenzó el día que dijo "no" a un compañero de trabajo. No quería acostarse con él. Desde entonces cada día en la oficina se convirtió en un infierno. Así durante dos años, hasta que decidió denunciarlo en su cuenta de Twitter. La primera consecuencia fue la salida Tom Preston-Werner, cofundador de GitHub, que supuestamente ejercía presión. No hubo ningún paso hacia los juzgados, todo quedó en trifulcas de blogs y redes sociales.
No se trata de un caso aislado. “Puta” o “cazadora de oro” son solo una muestra de las palabras de Justin Mateen hacia Whitney Wolfe, máxima responsable de márketing en Tinder, una aplicación dedicada a la búsqueda de amores efímeros. Ella quería contar con el reconocimiento como cofundadora de la aplicación. Obtuvo una negativa y una oferta para acostarse con él, y tras no aceptar una retahíla de insultos que le han costado el puesto. Tanto Mateen, como su socio, Sean Rad, pensaban que quedaba mal contar con una mujer para convencer a los inversores. Eso sí, no todos piensan igual. La madrileña Isabel Arcones lleva seis años en el Valle. Ultima el lanzamiento de OnPublico, un startup de información hecha por los ciudadanos sobre lo que sucede en su barrio, y forma parte de un fondo de inversión español, Inveready. Reconoce que en más de una ocasión le han llamado para ejercer de ‘mujer’ en reuniones de inversores, para compensar. Se lo pedían como un favor, para dar visibilidad.
A Evan Spiegel no le ha costado el puesto, pero sí un aviso por parte de los fondos de capital de su empresa, Snapchat, la mensajería de moda entre los jóvenes. Pasó de ser un directivo ejemplar de solo 24 años a un misógino con efecto retroactivo tras filtrarse sus opiniones sobre las mujeres en correos de su época universitaria. Todo quedó en una frase: “No refleja mi opinión actual sobre las mujeres”.
En los últimos tiempos las cosas parecen haber cambiado, pero solo en lo más alto. Sheryl Sandberg no lo tuvo sencillo para llegar a ser la número 2 de Facebook. Aunque hoy en la documentación para los inversores se indica que la empresa podría peligrar si Mark Zuckerberg o ella desaparecieran, no lo tuvo fácil para llegar al cargo. De hecho, pasaron meses hasta que entró en el consejo de dirección. Bastó con que publicase un libro promoviendo una forma de liderazgo más femenina para que le lloviesen críticas por no estar centrada en su importante labor.
Google invertirá 50 millones para las que quieran estudiar programación
Carly Fiorina fue de las pioneras, tras ejercer de consejera delegada en HP a comienzos de siglo se pasó a la política. Su puesto ahora lo ocupa otra veterana, Meg Whitman. En IBM está otra histórica la informática, Ginni Rometty. Pero el problema no parece estar en la cúpula, sino en la zona intermedia, en el día a día. Hay quien considera que la perspectiva femenina puede ayudar a mejorar los productos. Esa es la mentalidad el caso Gina Gotthilf, brasileña que trabaja en Duolingo, una aplicación para aprender idiomas. Considera que faltan modelos para que las niñas quieran entrar en el sector: “Es como un círculo vicioso. Si no hay ejemplos, si no hay visibilidad de las que están y lo hacen bien, será difícil que en el futuro las chicas orienten sus carreras hacia este sector”.
Salas Sánchez Bennasar (Menorca, 1980) es doctora en Filosofía. Su perspectiva en el mundo académico era cada vez más oscura. Optó por hacer un curso de programación de 12 semanas. Su escuela es un tanto peculiar. Cuenta con gran reconocimiento, bolsa de trabajo, solo acepta mujeres y cobra 14.000 dólares por la formación. Le ha ido bien: “He pasado de no tener más opciones que el paro en España a decir que no a ofertas de 70.000 dólares aquí”.
Google acaba de anunciar un plan dotado de 50 millones de dólares para mujeres que quieran estudiar programación. Facebook ofrece becas de verano, ocho semanas para aprender a hacer aplicaciones para iPhone y paga cada curso escolar los estudios a 20 o 30 chicas, según la evaluación de las candidatas, siempre que se matriculen en una carrera técnica.
La relación resulta bastante contradictoria. Por un lado, se promueve la inclusión de la mujer. Por otro, aparta la vista cada vez que sale a la luz este desequilibrio. Ninguna empresa que cuenta con un código de conducta compartido entre hombres y mujeres, sino que se las incluye dentro del capítulo de minorías, junto a los grupos de gays, lesbianas, latinos o afroamericanos de las empresas, sin caer en la cuenta de que más allá de Silicon Valley, representan más del 50% de la humanidad.
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