¿Es todavía Estados Unidos indispensable?
Obama tropieza con una opinión pública contraria a la intervención exterior
Obama tiene un dilema importante en política exterior: ¿son aún los Estados Unidos la “nación indispensable” o el concepto/doctrina impulsado por Clinton y Madeleine Albright comienza a diluirse? Disyuntiva exacerbada por dos hechos recientes. Uno, la encuesta NYT/CBS de junio, en la que el 58% desaprueba el liderazgo del presidente (incluido un tercio de los demócratas) y expresa la profunda preocupación de que una mayor implicación en Irak podría conducir a otro conflicto largo y costoso. Por si fuera poco, tres cuartas partes de los encuestados manifestaban que la larga guerra no compensaba los elevados costes humanos y materiales. Ya un sondeo Pew de otoño de 2013 indicaba que —por primera vez desde 1964— la mayoría estimaba que Washington debe preocuparse de sus propios asuntos internacionales y dejar al resto de países que se las compongan como puedan.
Así, el presidente se topa con una opinión radicalizada en contra de la intervención militar exterior; está ante un electorado crecientemente introvertido, centrado en lo doméstico, económico y social. No obstante, es posible sostener que —siendo aún EEUU una gran potencia, si bien en declive relativo— los norteamericanos caen en una cierta contradicción, cuando, según también exhiben los sondeos, la mayoría cree en el liderazgo global de su país (¿nación indispensable?), pero no tiene la menor gana de enzarzarse en una guerra. ¿Es posible liderar globalmente sin el uso de la fuerza militar?
Ello nos lleva al discurso del presidente en mayo en la academia militar de West Point y que ha supuesto un revulsivo para las relaciones exteriores de Washington. Recordemos que en 1945, tras la segunda gran guerra, nació un nuevo orden construido por y en torno a los EE UU, orden que hoy ha devenido multipolar y con unos BRICS que acaban de desafiar, con su propio mecanismo y recursos financieros, a ese sistema. Al finalizar la guerra fría muchos pensaron que Washington podría desprenderse de las responsabilidades globales que había asumido durante cuatro décadas, que podría transformarse en “nación normal”, dejando de ser “excepcional”. Un país normal en un tiempo normal. Pero Washington continuó actuando “excepcionalmente”, porque en realidad no había tiempo normal alguno, ya con el síndrome de “nación indispensable” en ciernes. Como consecuencia de la presión de lobbies militar-industriales e ideológicos, la potencia que deseaba “normalizarse”, llevó a cabo siete incursiones militares, una cada 17 meses: Panamá (1989), Iraq (1991), Somalia (1992), Haití (1994), Bosnia (1995), Iraq (1998) y Kosovo (1999).
Hay, empero, un matiz a mencionar en el caso de Somalia y es que la acción en este país puede ser calificada como la más puramente humanitaria de la larga lista intervencionista norteamericana. El presidente Bush padre la anunció así: “Sé que los Estados Unidos en solitario no pueden remediar los males del mundo, pero el pueblo de Somalia necesita que le ayudemos. Algunas crisis mundiales no pueden solucionarse sin la implicación de Estados Unidos”. Avanza, aún sin ser explicitado, el concepto/doctrina “nación indispensable”.
Fue oficializado por Madeleine Albright y Bill Clinton como elemento sustancial de política exterior. En 1998, Albright lo declaró de forma tajante: “Somos la nación indispensable”. Obama incorpora el fervor de la indispensabilidad y en su discurso de 2012 sobre el estado de la Unión, orgulloso, proclamó: “Estados Unidos continúa siendo la única nación indispensable y mientras yo sea presidente continuará siéndolo”. No obstante, el prolongado periodo de introspección causado por dos guerras infinitas (Irak, Afganistán) y la crisis financiera de la que el país no ha terminado de recuperarse, obligan a buscar un equilibrio entre el gélido realismo y el intervencionismo temerario.
El país no ha terminado de recuperarse del prolongado periodo de introspección causado por dos guerras infinitas (Irak y Afganistán)
Comienza entonces la transición de Obama hacia un concepto matizado de “nación indispensable”. De ahí que en el discurso de West Point se manifiestara de manera diferente a la de anteriores presidentes. Cree en el excepcionalismo norteamericano con toda la fuerza de su ser, pero “lo que nos hace excepcionales no es el quebrantamiento de las normas internacionales, sino nuestra convicción de reafirmarlas mediante nuestros actos”. Autocrítico, añade: “Algunos de los errores más costosos que hemos cometido nacieron de nuestra ansia de aventurerismo militar”, de ahí que “la cuestión principal no sea sí Estados Unidos liderará el mundo, sino cómo lo haremos”. Por eso, según Obama, la acción militar no puede ser el único componente —ni siquiera el más importante— del liderazgo. Por eso (y tal vez este mensaje dejara perplejos a los cadetes que le escuchaban, pero que no aspiraban a convertirse en diplomáticos o en expertos en desarrollo) “hemos de añadir a nuestros instrumentos de acción exterior la diplomacia y la ayuda al desarrollo, las sanciones, la exhortación a cumplir con el derecho internacional y, sólo si fuera imprescindible y eficaz, la acción militar multilateral”.
Y lo que es sorprendentemente llamativo: a diferencia de su discurso “indispensable” del de hace dos años, en el de 2014, Obama dice que “probablemente” EE UU continuará siendo la nación indispensable en el próximo siglo. Hay que prestar atención a los acontecimientos de Ucrania. ¿Podría un tremendo suceso como el derribo del avión de Malaysian Airlines empujar a Washington a potenciar su “indispensabilidad”? Similar atención conviene dispensar a Hillary Clinton, que aspira a convertirse en presidente de los EE UU. En su libro Hard Choices, recién publicado, escribe: “Todo lo que he hecho y visto hasta ahora me ha convencido de que continuamos siendo la nación indispensable”.
Emilio Menéndez del Valle es embajador de España
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